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"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos"   SURda

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04-07-2016

 

 

Trotsky, el giro de 1928-9 y la naturaleza social de la URSS (1-18)

 

 

SURda

Notas

Rolando Astarita

 

(1) Dada la extensión de la nota, la he dividido en varias partes .

 

En una nota publicada a comienzos de 2011 ( aquí  y  aquí , también  aquí ) polemicé con las tesis que dicen que la URSS fue un régimen socialista, un capitalismo de Estado o un Estado obrero burocrático, y sostuve que se trató de un régimen burocrático, no proletario y no capitalista, que bloqueó la transición a la socialización. Por socialización entiendo la toma del control y administración efectiva de los medios de producción por los productores. En particular, y en oposición a la caracterización trotskista de la URSS como Estado obrero, planteé que hacia fines de los 1930 había cristalizado un aparato estatal colocado por encima de los trabajadores, y hostil a estos. Decía: “… entre el período de la colectivización forzosa y la terminación del llamado Tercer Proceso de Moscú, en 1938, ocurrieron cambios tan profundos, que generaron un abismo social entre los productores directos y la burocracia. Se trató de una catástrofe humana, de proporciones colosales, que acarreó la ruptura de la alianza de los campesinos con el régimen; la muerte de millones de personas; la eliminación de la vanguardia revolucionaria y crítica; la extensión del terror entre la clase trabajadora (por cualquier falta menor en el trabajo, o discrepancia, se podía terminar en un campo de trabajo forzado); y el consiguiente reforzamiento de la burocracia como un grupo explotador”.

El presente escrito está dedicado a ese período crucial de la historia de la URSS, marcado por el giro de la dirección stalinista hacia la colectivización y la industrialización acelerada, y a la idea de Trotsky de que el régimen soviético, en vísperas de la invasión nazi, no solo continuaba siendo un régimen obrero, sino incluso había fortalecido ese carácter con respecto a 1928-9. Al colocar en el centro del análisis la tensión entre burocracia y clase obrera, el enfoque trotskista es más complejo que las caracterizaciones de la URSS como capitalista o socialista; por eso también brinda las aristas más ricas para abordar los cambios ocurridos en aquellos tiempos traumáticos del “giro a la izquierda” de Stalin. Asimismo, se trata de la interpretación que más vínculos teóricos tiene con el enfoque que defiendo.

A fin de facilitar su lectura, adelanto que la idea que recorre la nota es que la colectivización y la industrialización acelerada marcaron el quiebre definitivo de la naturaleza proletaria del Estado soviético . Naturalmente por lo tanto, se opone por el vértice a la afirmación de Stalin de que la sociedad soviética, en 1931, había entrado en la era del socialismo. Pero también la nota es crítica del balance de esa etapa que hicieron Trotsky y los trotskistas. Es que si bien Trotsky denunció los costos y excesos de las políticas stalinistas, pensó que a resultas de la colectivización y de la industrialización se habían fortalecido los elementos socialistas del régimen soviético. Un planteo este que remite al nudo de las diferencias que mantengo con el trotskismo en torno a la naturaleza social de la URSS. Por eso, en esta Introducción resumo su posición ante el carácter y los resultados de la política de Stalin en el período considerado.

La interpretación de Trotsky del giro de 1928

Hacia 1928 en la Oposición de Izquierda –de la que formaba parte Trotsky- la idea dominante era que en la URSS estaba en curso una contrarrevolución termidoriana, encabezada por los campesinos ricos, o kulaks , y los “hombres de la Nueva Política Económica”, (comerciantes, especuladores del mercado y similares). En los años precedentes los kulaks se habían fortalecido gracias a la política aplicada por Bujarin y Stalin desde 1923-4, y en 1928 se asistía a una importante retención de ventas de grano por parte de los campesinos. Lo cual amenazaba el abastecimiento de las ciudades y la industria. Aunque no está claro que se tratara simplemente de una rebelión de los kulaks (véase más abajo) Stalin, sintiéndose acorralado, rompió con Bujarin y el ala de derecha del Partido, denunció el avance kulak y dio un brusco giro hacia la colectivización del agro y la industrialización a marchas aceleradas.

Frente a este cambio, importantes dirigentes de la Oposición de Izquierda –Radek y Preobrazhenski entre ellos- pensaron que el régimen se había visto obligado a adoptar la línea proletaria que defendía la izquierda, y pasaron a las filas de Stalin. Trotsky y sus seguidores, en cambio, mantuvieron la exigencia de democracia obrera y criticaron el giro, empírico y apresurado, de Stalin, así como la instrumentación burocrática de las medidas. Sin embargo, también consideraron que el cambio tenía un contenido progresivo, en tanto frenaba la contrarrevolución . Por eso, el 22 de agosto de 1929 Christian Rakovsky y otros dos dirigentes, aliados de Trotsky, hicieron pública una declaración en la que se manifestaban solidarios con la realización del Plan quinquenal, aunque alertaban sobre el peligro de la burocracia. Reconocían también que el agravamiento de la lucha de clases y el avance de la derecha habían “abatido parcialmente las barreras entre el Partido y la Oposición de Izquierda”. Un mes más tarde, Trotsky (que había sido expulsado de la URSS) adhirió al documento, y pidió que la Oposición tuviera su lugar en el Partido “a fin de poder defender la causa de la revolución internacional de una manera que esté de acuerdo con sus propios puntos de vista” (citado por Broué).

El trasfondo de esta postura era que Trotsky estaba convencido de que la liquidación de la pequeña propiedad agraria y del kulak , y la ampliación de la industria estatal, eran sinónimo de reforzamiento de los elementos socialistas por sobre los elementos capitalistas . Por eso, la declaración de agosto de 1929 no fue dictada por alguna conveniencia política circunstancial. Estaba en línea con planteos que Trotsky había desarrollado desde 1923, y analizaremos con algún detalle luego. Esto explica también que en otro escrito, esta vez de 1931 saludara “el gigantesco éxito de la economía soviética” y afirmara que el tempo sin precedentes de la industrialización había probado “todo el poder del método socialista de la economía”. En igual sentido, sostenía que en la agricultura la dictadura del proletariado había tenido éxito, “revelando todo su poder creativo”. De ahí que no importaban cuán grandes pudieran ser los reveses y retrocesos en el futuro, la colectivización “significa una nueva época en el desarrollo de la humanidad”. En la URSS había “disminuido fuertemente el rol explotador de los estratos superiores” y “ la relación de fuerzas entre los elementos socialistas y capitalistas de la economía han girado, indudablemente, en beneficio de los primeros ” (1976; énfasis agregado). Los peligros del dominio burocrático para el Partido y el Estado eran analizados en este marco.

En La revolución traicionada , publicada en 1936, se expresó en términos parecidos: “Los inmensos resultados obtenidos por la industria, el comienzo lleno de promesas del desarrollo de la agricultura, el crecimiento extraordinario de las antiguas ciudades industriales, la creación de otras nuevas, el rápido aumento del número de obreros, la elevación del nivel cultural y de las necesidades, tales son los resultados incontestables de la Revolución de Octubre, en la cual los profetas del viejo mundo quisieron ver la tumba de la civilización. (…) … el socialismo ha demostrado su derecho a la victoria no en las páginas de El Capital , sino en la arena económica que forma la sexta parte  de la superficie del globo; no en el lenguaje de la dialéctica, sino en el del hierro, el cemento y la electricidad” (1973).

De aquí no debe deducirse que silenciara sus críticas a la dirección stalinista. Como señala Deutscher (1980), en repetidas oportunidades Trotsky pidió al Politburó una tregua en la ofensiva contra los campesinos, exigió que se aplicaran métodos más humanos en el campo y que se permitiera abandonar las granjas colectivas a los campesinos que así lo quisieran. Era consciente de que la socialización del agro no podía imponerse con los métodos de la guerra civil, y tenía información de los sufrimientos de la población. En la Revolución traicionada anota: “Las pérdidas en hombres (de hambre, de frío, a causa de las epidemias y de la represión) no se han anotado, desgraciadamente, como las del ganado, pero también suman millones ” (1973; énfasis añadidos). Los costos eran gigantescos, las muertes se contaban por millones . Sin embargo, el saldo del “giro a la izquierda” era positivo. Trotsky apunta las muertes en masa, pero no reflexiona sobre sus consecuencias, ni sobre su significado para un proyecto humanista del socialismo . En todo momento parece sobrevolar la idea de que Stalin y la burocracia, al lanzar la ofensiva contra las economías campesinas, objetivamente habían defendido y fortalecido el carácter proletario de la URSS. Es como si el avance de la “rueda de la Historia” se hubiera cobrado un costo demasiado alto, debido al control burocrático, pero hasta cierto punto justificado por el fin alcanzado, la derrota de la contrarrevolución.

El balance en sus seguidores

La  evaluación globalmente positiva de la colectivización y la industrialización forzadas se mantuvo, después de la muerte de Trotsky, entre sus simpatizantes y en la Cuarta Internacional. Tal vez el caso extremo de valoración positiva fue Isaac Deutscher. Según Deutscher, los cambios ocurridos en los años 1929-30 conformaron una verdadera revolución social, diferente de la de 1917, pero igualmente irreversible. Incluso se habría cumplido, objetivamente , la dinámica planteada por Trotsky en las “Tesis de la Revolución Permanente”: “Lo que se manifestó en ese cataclismo fue la ‘permanencia' del proceso revolucionario que Trotsky había profetizado” (1980). La colectivización y la industrialización forzadas habían reemplazado la falta de extensión internacional de la Revolución, y la liquidación de los kulaks rusos era el sucedáneo de la derrota del poder burgués en el extranjero. En la URSS se había producido una “revolución desde arriba”, fundada sobre la supresión de toda actividad popular espontánea y su elemento motor había sido no una clase social, sino el aparato del Partido. En otras palabras, Stalin había actuado como el agente inconsciente de la revolución permanente, aunque Trotsky no lo quisiera reconocer.

Aunque sin llegar a ese extremo, el balance positivo del giro de 1928-9 también se mantuvo en la Cuarta Internacional. Por ejemplo, en el Tratado de economía marxista , Ernest Mandel reconocía que el pueblo soviético había tenido que pagar “un terrible tributo por la rápida industrialización”, y criticaba los despilfarros y pérdidas ocasionadas por la dirección stalinista. Sin embargo, esas medidas habían posibilitado un extraordinario desarrollo de las fuerzas productivas. Solo en un pie de página, Mandel anota: “El número de animales sacrificados fue pues más desastroso en 1930 (cerdos) y 1931 (bovinos y ovinos). La consecuencia fue un temible período de hambre en 1932-3”. Es todo el comentario que merece la muerte de millones de personas. Esto no puede explicarse por insensibilidad psicológica; encaja en un criterio general de los “costos” que demanda el progreso revolucionario.

Luego, en otro texto, de fines de los 1970, Mandel explica que la colectivización y la industrialización acelerada configuraron una etapa de acumulación primitiva socialista : “… el aislamiento de la Revolución de Octubre en un país económicamente subdesarrollado con la resultante compulsión a efectuar una ‘acumulación primitiva socialista' implicaba deformaciones del modelo maduro de la sociedad de transición, y al fin estas deformaciones se multiplicaron infinitamente, debido al desarrollo del factor subjetivo (autoidentificación del PCUS con la burocracia soviética, burocratización del partido, stalinismo, etcétera)” (1979; énfasis agregado). Lo central del pasaje es que se ha realizado una acumulación socialista . Este tipo de análisis, por otra parte, lo comparten muchos militantes de izquierda, críticos del stalinismo. “La colectivización y la industrialización se llevaron adelante con métodos brutales, pero fortalecieron a la URSS; gracias a ello, se pudo derrotar luego al nazismo”, vienen a decir.

Una interpretación alternativa

El enfoque que recorre la nota que presento es, por lo tanto, muy distinto del que prevalece entre los trotskistas y simpatizantes de Trotsky (y por supuesto, muy distinto de lo que dicen los stalinistas). Afirmo que, si bien la industrialización fue clave en la derrota de los nazis, para ese entonces el régimen soviético había dejado de tener un carácter proletario precisamente a causa de los métodos y la forma con que se llevaron adelante la industrialización y la colectivización. Es que en los treinta la industrialización incrementó el número de obreros empleados en la economía estatal, pero estos perdieron toda posibilidad de gestión directa del Estado, o de los medios de producción. En términos más generales, el aumento cuantitativo de la clase obrera no implica mecánicamente su emponderamiento político. Además, los costos en términos de sacrificios humanos afectaron radicalmente la capacidad de respuesta y resistencia obrera frente a la burocracia. Nunca debería olvidarse que la industrialización acelerada en la URSS tuvo como premisa condiciones de vida a nivel de supervivencia fisiológica, con el telón de fondo de los miles de campesinos que migraban a las ciudades, escapando de las hambrunas que hacían estragos en las aldeas. Sin contar que en las empresas y granjas colectivas se impusieron duros castigos a quienes no cumplían las metas de producción; y que se fomentó (con el movimiento stajanovista) la división en las filas obreras. Estos no fueron meros factores a colocar en el pasivo de un balance con saldo positivo para el socialismo, ya que conformaron las condiciones para que la burocracia se consolidara como un estamento anti-socialista, que vivía de la explotación del trabajo .

Algo similar cabe decir de la colectivización, el complemento necesario de la industrialización stalinista. No solo por las hambrunas y las migraciones ya mencionadas, sino también porque su consecuencia más duradera fue la ruptura de la alianza de los campesinos con la Revolución . Trotsky tenía razón cuando, en 1923, afirmaba que “[e]l sentimiento de confianza del campesinado hacia el proletariado… es uno de los principales soportes de la dictadura del proletariado”. Esta idea era compartida por todos los dirigentes bolcheviques. Pero ese “sentimiento de confianza” desapareció entre fines de los 1920 y comienzos de los 1930 . Por eso, desde entonces y hasta el colapso final de la URSS, todo estímulo a la productividad del campesino-trabajador rural pasó por las sucesivas concesiones de los gobiernos soviéticos a la producción individual (basada en los lotes que se permitieron al interior de las granjas colectivas). El camino a la socialización en el agro estaba bloqueado.

Enfaticemos también que estos resultados no pueden entenderse al margen o por fuera de los padecimientos de los millones de seres humanos afectados por la colectivización. La “acumulación primitiva” no fue socialista , como pensaba Mandel; fue solo “primitiva”, dado el nivel de violencia desplegada a nivel de masas. Y esa violencia abonó el terreno para las grandes purgas. En los años veinte, y a pesar de la represión al Kronstadt (cientos de fusilados y miles de deportados), o a los opositores (hacia fines de la década los deportados sumaban varios miles), no se había conocido nada de la magnitud, en términos de represión, de lo que ocurrió durante las purgas iniciadas en 1935-6 . Pero el eslabón que conecta esos dos escenarios es el giro “de izquierda” de 1928-9. Fue en 1929 que aparecieron los campos de trabajo para prisioneros en masa, y las deportaciones, también masivas. Por eso, se equivoca Broué cuando dice que la represión desatada por el asesinato de Kirov (en diciembre de 1934), fue “el comienzo de la represión en masa en la URSS”. La represión en masa había comenzado por los kulaks , seguido por los “ kulaks ideológicos” (campesinos que se resistían a entrar en las granjas), y continuado contra los “saboteadores”, buscados en las granjas colectivas y en las fábricas. Una escalada que estuvo amparada en la lógica de “la lucha de clases para derrotar a la contrarrevolución burguesa”, a partir de la cual el Gobierno movilizó a obreros y militantes del Partido para controlar y aplastar a campesinos y obreros que intentaban resistir el despotismo de la burocracia. La idea de que se luchaba contra una contrarrevolución burguesa en ascenso dio pie a esta división de los trabajadores; y esa división fue funcional a la represión de la segunda mitad de los treinta . El enfoque trotskista, en cambio, al pasar a segundo plano la represión y el hambre de masas que permearon el giro de 1928-9, no tiene manera de explicar cómo el aparato pudo lanzar, a partir de 1936, los grandes juicios, las purgas, los internamientos masivos en los campos de trabajo forzado y los fusilamientos de cientos de miles, sin encontrar prácticamente resistencia por parte de los elementos “socialistas” que, supuestamente, se habían reforzado a partir de 1929.

Tragedia de millones y sus consecuencias sociales y políticas

En base a lo argumentado, sostengo que el balance de la colectivización y la industrialización no debería hacerse en términos de “acero, carbón y grano producidos”, sino de aumento de la coerción y del control burocrático; con el foco colocado en los efectos de esa coerción sobre la organización, conciencia socialista y poder efectivo de las masas trabajadoras, urbanas y rurales. La hipótesis que adelanto es que la tragedia que abarcó, a partir de 1929, a millones de personas, marcó un quiebre en las conciencias y determinó uno de los fenómenos duraderos que más llamaron la atención de la sociedad soviética madura, a saber, el apoliticismo y la pasividad, que habilitaron al control del aparato estatal. Esto es, el régimen no se sostuvo solo ni en forma permanente por medio de la represión abierta.”En cuanto al modelo totalitario que implica una toma total del control político sobre la sociedad, se acomoda mal con los comportamientos reales: el apoliticismo de la gran mayoría de los ciudadanos. Más que los excesos del encuadramiento, es la pasividad de la sociedad la que plantea un problema”, observaban Basile Kerblay y Marie Lavigne en los años 1980. Pienso que no hay forma de desligar este comportamiento social de las formas brutales que asumió la llamada “acumulación primitiva socialista “. Pero al minusvalorar los efectos sociales y políticos de las formas brutales de la colectivización y la industrialización forzadas, el trotskismo no podía entender por qué, en 1990, la clase obrera no defendía las “conquistas sociales del Estado obrero”, y por qué la caída del régimen no se traducía en la tan esperada “revolución política de carácter socialista”. Para ponerlo más en claro: si el saldo del giro de 1928-9 había sido el reforzamiento de los elementos proletarios; si a ello le siguió la derrota de la Alemania nazi por el Estado “obrero”; ¿cómo es posible que la clase obrera no avanzó al socialismo en el momento del colapso de la burocracia? No hay forma de establecer un hilo lógico en este enfoque. Por eso el balance en términos principalmente de “acero, carbón y grano” de la colectivización e industrialización debe ceder el lugar a la pregunta de qué sucedió con el trabajador común, de la granja colectiva o de la fábrica, en ese período terrible.

Lo cual conecta con la idea de que el comunismo debe entenderse como un humanismo. No es solo una cuestión ética, sino de comprensión de la naturaleza social de una revolución. Las transformaciones revolucionarias no pueden acometerse al margen de la participación activa y consciente de los millones de trabajadores que mueven las economías y generan la riqueza. No hay forma de realizarlas por fuera o por encima de lo que están dispuestos a hacer aquellos que conforman el centro vital de las fuerzas productivas. Y las conciencias y voluntades no pueden ser dirigidas “desde las cumbres de la dirección iluminada con la ciencia del marxismo leninismo”. Por eso, décadas de privaciones, o muertes por millones, no se pueden justificar diciendo que “los pueblos están construyendo el futuro venturoso.” La realidad es que para la gente común, de carne y hueso, que conforman los millones de seres que tienen familias, sueños, esperanzas, trabajos, frustraciones, alegrías y tristezas en el día a día, el socialismo debe ser un medio para vivir una vida digna de ser vivida, y no un fin en sí mismo. Como alguna vez lo decían Marx y Engels, hay que partir de los hombres concretos, de carne y hueso –de nuestros vecinos, de nuestros compañeros de trabajo, de la gente con la que nos relacionamos todos los días- de lo que ellos sienten, quieren y piensan, y no de lo que “la vanguardia” quiere que sientan, quieran y piensen.

¿Qué fuerza social?

Señalemos todavía otro problema que encierra la valoración trotskista sobre el giro de 1928-9 en la URSS. La cuestión es, ¿cuál fue la fuerza social detrás del fortalecimiento de los elementos socialistas por sobre los elementos capitalistas, durante el período bajo análisis? Tengamos en cuenta que, según el enfoque de Trotsky, el carácter de clase de un Estado es, necesariamente, en la época actual, burgués o proletario. No hay otra alternativa. Pero si esto es así, la fuerza social que impulsó el afianzamiento de los elementos socialistas por sobre los capitalistas tuvo que ser, necesariamente, obrera. Sin embargo, hacia 1928-9 la clase obrera soviética se encontraba en una situación de extrema pasividad. El desaliento, las privaciones y el hambre, la habían debilitado social y políticamente. Por eso, la explicación última de Trotsky de por qué se habían impuesto ideas conservadoras –el programa de construcción del socialismo en un solo país, el sesgo nacionalista- y la burocracia remite a esa pasividad. En 1928-9 las deportaciones de opositores, que para entonces eran considerables, acentuaban el quietismo y la confusión. Por lo tanto, y de nuevo, ¿cuál fue la base social del avance en sentido socialista que caracteriza Trotsky? Deutscher responde, como vimos, con la tesis del sustituismo; el aparato partidario sustituyó a la clase obrera (y presenta la misma tesis para explicar la revolución “socialista” en la China de 1948, casi carente de clase obrera). Pero Trotsky no adhiere a una teoría de este tipo, y explica el avance de las estatizaciones por la naturaleza del Estado soviético y de la burocracia . Esta habría cumplido la tarea “progresiva” no porque sustituyó a la clase obrera, sino porque formaba parte de la clase obrera (su estrato “privilegiado”). Pero así el argumento descansa enteramente en la noción de que estatización es sinónimo de avance socialista. Por lo cual cae en una petición de principio: la estatización de los medios de producción avanzó porque el Estado soviético y la burocracia eran de naturaleza proletaria; y el Estado fortaleció su naturaleza obrera porque los medios de producción pasaron a manos del Estado obrero, dirigido por la burocracia obrera. Las cuestiones, decisivas en el enfoque que defiendo, del rol de esa burocracia para bloquear la socialización,  y como capa social enemiga de la clase obrera, desaparecen del radar del análisis.

Textos citados :

Broué, P. (1988): Trotsky , Paris, Fayard.
Deutscher, I. (1980): Trotsky. Le prophète hors-la-loi 1929-1940 , Paris, Juillard.
Kerblay, B. y M. Lavigne, (1985): Les soviétiques des annés 80 , Paris, Armand Colin.
Mandel, E. (1979): “Diez tesis acerca de las leyes socioeconómicas que rigen las sociedades de transición”, en Acerca de la naturaleza social de la Unión Soviética , AA.VV., Universidad Autónoma de Puebla, pp. 97-123.
Mandel, E. (1969): Tratado de economía marxista , t. 2, México, Era.
Trotsky, L. (1923): “Theses on Industry”, https://www.marxists.org/archive/trotsky/1923/04/industry.htm .
Trotsky, L. (1976): “Problems of Development of the USSR”, Towards Socialism or Capitalism? , New Park Publications, Londres, pp. 63-91.
Trotsky, L. (1973): La revolución traicionada , Buenos Aires, Yunque.

 

(2) Antecedentes de la colectivización en la URSS

La Nueva Política Económica, NEP, establecida a comienzos de 1921, constituyó una respuesta desesperada a una crisis que amenazaba con disgregar al país. Aunque la Revolución había triunfado en el campo militar, la situación económica de Rusia era desesperante, había hambre, el ingreso nacional no llegaba a la tercera parte del nivel de 1913 y la producción industrial era menor al 20%. “Durante los dos últimos años la tasa de mortalidad había subido bruscamente, la hambruna y la pestilencia se llevaban millones de víctimas, aparte de los millones que habían caído en combate” (Avrich, 2004). Davies y Wheatcroft (2009) estiman que entre 1918 y 1922 murieron, por las hambrunas, entre 10 y 14 millones de personas. Naturalmente, crecía el descontento. “Por primera vez desde 1917 la mayoría de la clase obrera, para no hablar del campesinado, se volvía contra los bolcheviques. Un sentimiento de aislamiento comenzaba a inquietar al equipo dirigente” (Deutscher, 1979). El malestar se manifestó incluso en las asambleas fabriles de Moscú y Petrogrado que pidieron elecciones libres en los soviets, en enero y febrero de 1921. Todo indica que de haberse realizado esas elecciones, se hubieran impuesto los candidatos mencheviques (Avrich, 2004). En ese clima se reunió el X Congreso del Partido Comunista. Durante sus sesiones, se produjo el levantamiento de la guarnición de Kronstadt, una fortaleza situada en el golfo de Finlandia. Los marineros sublevados, que habían sido un bastión de la revolución en 1917, demandaron restablecer las relaciones de mercado con los campesinos y elecciones libres en los soviets. La dirección soviética cedió a la demanda económica, pero no a la política. El Congreso aprobó, a propuesta de Lenin, la NEP y mandó reprimir el levantamiento. Hubo cientos de fusilados y varios miles fueron enviados a prisión (Avrich, 2004). A su vez, el Congreso prohibió las fracciones al interior del Partido; poco después, la prohibición se extendió a las tendencias organizadas en los soviets.

La NEP consistió, en lo esencial, en restablecer los mecanismos de mercado para la relación entre la industria y el agro. Esto significaba el abandono del Comunismo de Guerra, el programa que el Gobierno soviético había aplicado durante los años de guerra civil e intervención extranjera. Ese programa había consistido, en esencia, en la requisa forzada de cereales, caballos, forrajes y otros productos a los campesinos, a fin de aprovisionar a las ciudades y al Ejército Rojo. Si bien había sido medianamente tolerado durante la guerra, cuando esta terminó los campesinos comenzaron a resistirse a seguir entregando el grano. En 1920 una autoridad gubernamental estimaba que los campesinos sustraían más de una tercera parte de la cosecha a los equipos estatales de acopiamiento; y empezaban a cultivar solo la tierra para cubrir sus necesidades directas (Avrich). Se produjo una caída catastrófica de la producción y del aprovisionamiento de las ciudades. Era la expresión de la ruptura de la alianza de los campesinos con la Revolución, ruptura que era “funesta para República soviética” (Lenin). El objetivo de la NEP, por consiguiente, fue restablecer la smichka , o unión económica y política duradera entre el proletariado y el campesinado, o entre la industria y la agricultura. Para eso, en lugar de la requisa, se estableció un impuesto (primero en especie, luego en dinero) y los campesinos fueron autorizados a comerciar su producción.

Surgió entonces un sistema económico mixto: la mayor parte de la industria estaba en manos del Estado, pero la economía campesina estaba conformada principalmente por unidades pequeñas y medianas. La NEP también dispuso concesiones para atraer capital extranjero, la formación de compañías mixtas, y que las empresas estatales debían reorganizarse respetando el principio de rentabilidad; se permitía el libre comercio y el capitalismo, que se sometían a una regulación estatal. En palabras de Lenin, la NEP admitía “la emulación económica entre el socialismo en construcción y el capitalismo, que aspira a resurgir; todo ello, con el fin de satisfacer por el mercado las necesidades de millones de campesinos” (1922a). Por eso, la NEP fue interpretada como una “retirada” en relación al programa del Comunismo de Guerra, y provocó “desmoralización, indignación y oposición en las filas del Partido y del Konsomol” , ya que muchos la interpretaron como una renuncia al socialismo (Cohen, 1976). Pero también para todos los bolcheviques se planteaba el problema de cómo avanzar desde esa estructura social mixta hacia el socialismo. Precisemos que, si bien en la tradición teórica del Partido Bolchevique estaba establecido que el socialismo solo triunfar en el plano internacional, se consideraba posible avanzar, sin embargo, hacia formas de trabajo cooperativo y en el fortalecimiento de las premisas materiales del socialismo (véase Trotsky, 1974). Y en este respecto, hubo dos líneas marcadas: por un lado, los que considerando a la NEP una retirada momentánea, esperaban el momento oportuno para lanzar una segunda gran ofensiva, o “asalto revolucionario” que liquidara de una vez los elementos capitalistas, o pequeñoburgueses. Por el otro, los que buscaron avanzar hacia metas socialistas a través de la NEP. Estas cuestiones son, en buena medida, el nudo de los problemas que enfrentó la Revolución rusa. ¿Cómo avanzar hacia el trabajo colectivo y la socialización desde formaciones sociales que involucran a millones de pequeños y medianos propietarios? ¿Cómo articular estas relaciones de producción y cambio con la economía estatizada? ¿Y cómo avanzar hacia el socialismo desde la misma economía estatizada? Gran parte de los debates, tensiones y luchas que se dieron en el seno del Partido Bolchevique y el Estado soviético estuvieron atravesadas por estas cuestiones cruciales. Cuestiones que, bajo formas diferentes, se reprodujeron luego en otras revoluciones triunfantes que se consideraron socialistas. De ahí el interés general que tiene el análisis de la experiencia rusa.

Lenin sobre estatización, socialización y cooperativas

A fin de progresar en la comprensión de lo que sigue, hay que tener presente la diferencia que establecía Lenin (y compartía el Partido) entre estatización y socialización, y las dificultades para el avance del socialismo que presentaba la estructura social de la Rusia postrevolucionaria.

La diferencia entre estatización y socialización fue subrayada en varios escritos del líder soviético. En el “Infantilismo de ‘izquierda' y la mentalidad pequeñoburguesa”, de mayo de 1918, y polemizando con las corrientes ultraizquierdistas (su máximo referente entonces era Bujarin), Lenin planteó que la nacionalización o confiscación de los medios de producción dependía de las decisiones del poder revolucionario. Pero pasar a la socialización no era una cuestión de decisión, sino de correlación de fuerzas y de aprendizaje y educación práctica en la tarea. Esto porque la socialización significaba el control y administración efectiva de la economía por las masas trabajadoras . Por eso, “[l]a diferencia entre la socialización y la simple confiscación está en que es posible confiscar solo con ‘decisión', sin la capacidad de calcular y distribuir correctamente, mientras que sin esta capacidad no se puede socializar” (Lenin, 1918a). Poco antes, y en el mismo sentido, se había referido a la implantación de la Ley del Control Obrero diciendo que esta “no hace más que empezar a funcionar y no hace más que empezar a penetrar en la mente de amplios sectores del proletariado”, pero para hacerse efectiva “no basta con la Ley” (Lenin, 1918b). Por eso reconocía que en las empresas que se habían confiscado “no hemos logrado todavía implantar el registro y el control” (ídem). Una de sus conclusiones era la necesidad de incorporar especialistas burgueses, incrementar la disciplina y copiar formas de organización del trabajo (incluido el taylorismo) de las empresas capitalistas.

No vamos a discutir aquí si esas medidas eran apropiadas, pero lo que nos interesa remarcar es la conciencia de que la socialización era un proceso a conquistar, que no podía lograrse con medidas administrativas . De ahí también la preocupación ante la tendencia a delegar la participación en los soviets: “Debemos trabajar infatigablemente para desarrollar la organización de los soviets y el poder soviético. Existe una tendencia pequeñoburguesa de transformar a los miembros de los soviets en ‘parlamentarios', o si no en burócratas. Debemos luchar contra esto haciendo participar a todos los miembros de los soviets en la labor práctica del gobierno” (Lenin, 1918b).

La cuestión se planteaba en términos todavía más agudos cuando no se trataba de grandes unidades productivas, sino de los millones de pequeños productores, principalmente campesinos. En 1918 Rusia era un país de pequeños campesinos, la enorme mayoría “pequeños productores de mercancías” (1918a). Este elemento pequeñoburgués representaba la principal amenaza interna al socialismo, ya que espontáneamente generaba diferenciación social y capitalismo, y se resistía a toda intervención del Estado (Lenin, 1918a). Sin embargo, el campesinado no podía desaparecer por decreto, por decisión “desde arriba” . ¿Cómo organizar entonces el trabajo y la distribución entre millones de trabajadores pequeño-propietarios (además de los campesinos, había que tener en cuenta a los pequeños productores artesanos), si el socialismo debe ser una construcción consciente de las mismas masas trabajadoras? De ahí que Lenin propusiera formas intermedias de capitalismo de Estado, como la organización de cooperativas de consumidores  (véase textos citados).

Esta política fue interrumpida durante la guerra civil, para ser retomada y profundizada con la NEP. En el X Congreso, Lenin afirmaba: “…en un país donde la inmensa mayoría de la población son pequeños productores agrícolas, solo es posible llevar a cabo una revolución socialista a través de una serie de medidas transitorias especiales…” (1921a). Para lo cual era necesario tiempo: “… la labor de transformar al pequeño agricultor, de trastocar su psicología y sus hábitos, es obra de generaciones. Solo la base material, la maquinaria, el empleo en gran escala de tractores y otras máquinas en la agricultura, la electrificación de todo el país, puede transformar de raíz y con enorme celeridad la psicología del pequeño agricultor. Esto es obra de generaciones enteras, pero no digo que hagan falta siglos”. “Cambiar la psicología y los hábitos del campesino” , se ve aquí una preocupación por avanzar con millones de productores, no contra ellos. En todo esto subyace la idea de una evolución reformista: “En el momento actual, lo nuevo para nuestra revolución es la necesidad de recurrir a un método ‘reformista', gradualista, prudentemente indirecto, de actividad en las cuestiones fundamentales de la construcción económica” (Lenin, citado por Cohen).

Por eso también la necesidad de permitir el intercambio comercial, que en su programa de 1918 casi no figuraba. En este marco, afirmaba: “Debemos esforzarnos por atender las demandas de los campesinos que no están satisfechos, que tienen motivos para estar descontentos. Debemos decirles: ‘Esta situación no se puede prolongar por más tiempo'”. En otro texto del mismo período, “El impuesto en especie”, enfatiza la necesidad de encauzar a la pequeña producción hacia el capitalismo de Estado (Lenin, 1921b). En un saludo enviado al Pravda, en 1922, escribía: “Mi deseo es que en los próximos cinco años conquistemos pacíficamente no menos que conquistamos antes con las armas” (citado por Cohen). Y poco antes de morir insiste en que el gobierno soviético debía ayudar, con suministros industriales y créditos, a los campesinos pobres y medios a avanzar hacia cooperativas. A diferencia de los escritos de 1918, donde solo se mencionan las cooperativas de consumo, ahora las cooperativas de producción pasan a ser centrales . Ellas servirían para generar una cultura solidaria, y permitirían mostrar, en la práctica , las ventajas del trabajo en común. El ingreso del campesino sería  voluntario y las cooperativas debían ser reales , no máscaras detrás de las cuales se ocultara la propiedad colectivizada. Por eso, organizar a la población en cooperativas demandaría “toda una época histórica”; en el mejor de los casos, “una o dos décadas”, y debería ser acompañada por una “revolución cultural ”, entre otras razones porque el analfabetismo llegaba al 65% de la población (véase Lenin, 1923).

NEP y democracia soviética

Una de las cuestiones que posiblemente más llaman la atención al leer los escritos leninistas del período de la NEP, es que los mismos no articulan la propuesta de avanzar voluntaria y paulatinamente hacia formas cooperativas, con el giro hacia un régimen represivo, marcado por la supresión de fracciones organizadas al interior del Partido, de las elecciones libres en los soviets, y la represión al Kronstadt . Naturalmente, el punto de partida del razonamiento es materialista. Lenin no se engaña acerca de la importancia de la infraestructura tecnológica y productiva para la transformación de la pequeña economía campesina. Pero esa transformación, según el mismo Lenin, tenía que ser acompañada por una “revolución cultural” y las demandas campesinas debían ser atendidas. La pregunta entonces es cómo podría haber una “revolución cultural” , cómo podían escucharse y atenderse las demandas de los campesinos (y de los obreros) sin libertad de discusión y participación de partidos políticos en los soviets. Este aspecto de la cuestión, que había estado en el centro de las demandas de Kronstadt y de asambleas obreras en Moscú y Petrogrado, es pasado por alto en la formulación de la NEP en 1921-2. Pero entonces el control del Estado sobre el mercado, que preveía la nueva política, no podría basarse en la acción colectiva de los productores. En otras palabras, en los papeles se sostenía que los campesinos debían hacer su experiencia y comparar los resultados de sus explotaciones individuales con los de las cooperativas. Pero para hacer la experiencia y comparar, es necesario que haya libertad de discutir y comparar propuestas y experiencias. Lo cual parece imposible si se ahoga la democracia en los organismos básicos del poder soviético. Según Lenin, y las resoluciones del Partido y el Gobierno, el centro de gravedad debía desplazarse “hacia la labor pacífica de organización ‘cultural'”. Sin embargo, este nuevo eje exigía entonces, imperiosamente, la profundización de la democracia soviética, que las resoluciones de 1921 restringían.

Pero a su vez, al suprimirse los mecanismos de la democracia socialista,  se potenciaban los burocrático-administrativos . En este respecto, los últimos escritos de Lenin también evidencian preocupación por la creciente burocratización en todas las instancias del Estado. Así, en el XI Congreso del Partido, admite que en Moscú, por ejemplo, 4700 comunistas responsables eran dirigidos, en la realidad, por una “gran máquina burocrática” , con mayor cultura y capacidad en la administración (1922b). Para referirse a los burócratas Lenin utilizaba el término chinóvnik, que entre los bolcheviques designaba un burócrata de Estado en el sentido más despreciable de la palabra (Cohen). Sin embargo, esa “ montaña de burocracia” (Lenin) no podría ser derrotada si se cerraban las exclusas a la participación democrática de las masas trabajadoras en los soviets . El aspecto político  -control de las masas trabajadoras- contemplado en la formulación de la NEP era decisivo para que la libertad de mercado no derivara en capitalismo abierto. Pero para ello se requería volver a las ideas de la democracia soviética, que el mismo Lenin había formulado en El Estado y la revolución , en 1917. Si, por el contrario, se pretendía controlar esas tendencias mediante intervención administrativa del Estado, se alimentaría al chinóvnik . Por eso el Partido, y menos todavía su fracción dirigente, podían sustituir a la clase obrera, ni cubrir con medidas administrativas, las debilidades de la alianza de los campesinos, sin fortalecer, objetivamente, a la naciente burocracia.

Los resultados de la NEP

La NEP permitió reconstituir la economía. En 1926-7 la producción industrial era un 8% superior a la de 1913 (Nove, 1973); Wheatcroft, Davies y Cooper (1986), la ubican entre un 2 a 6% por encima (y un año después 18 a 23% más elevada), o sea, unas tres veces superior al nivel 1921-2. La producción de pequeña escala, en su mayor parte artesanal, era aproximadamente igual, en 1926-7, al nivel de 1913. La de granos era 4% menor que la de 1913 (Nove). Según Wheatcroft, Davies y Cooper, en la segunda mitad de los 1920 la producción de granos estaba más de un 5% por debajo del promedio 1909-13, y más de un 20% por debajo de la cosecha excepcional de 1913. El número de caballos en 1928 era menor un 14% que en 1914 y el de vacas y cerdos 7% y 10%, respectivamente, mayor. Sin embargo, de conjunto la producción agrícola era más elevada porque la producción de cultivos industriales, vegetales y patatas compensaba la declinación del grano. Por otra parte, la mejora en la calidad y composición de los rebaños parece haber incrementado la productividad. Según Wheatcroft, Davies y Cooper, la producción agrícola de conjunto, en 1928, era un 10 a 12% superior que el promedio 1909-13. En lo que respecta a la inversión en viviendas, construcciones rurales y ganado, el nivel de 1926-7 era algo menor que el de 1913. La inversión en la industria, en cambio, superaba ostensiblemente el nivel de preguerra. Wheatcroft, Davies y Cooper concluyen que la economía de la NEP, alrededor de 1928, era dinámica, aunque con importantes limitaciones (ver más abajo). La NEP también dio lugar al restablecimiento del rol del dinero y hubo un mercado relativamente amplio; entre 1923-4 y 1926-7 el comercio se multiplicó por 2,5. La mejora en la situación económica hizo a la NEP más digerible, a los ojos de muchos bolcheviques (véase Cohen). Aunque hay que destacar que la mejora de la industria, y la producción en general, que se produjo hasta 1926, fue la parte fácil, ya que se hizo en buena medida utilizando capacidad ya instalada. Este límite estaría en el centro de las crecientes dificultades de la NEP (véase más abajo).

Bibliografía :

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Trotsky, L. (1974): Stalin, el gran organizador de derrotas. La III Internacional después de Lenin , Buenos Aires, Yunque.
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(3) Las contradicciones de la NEP

Antes de detallar las discusiones que se produjeron en el Partido en los años 1920, es conveniente dar un panorama de los principales problemas que atravesaría la NEP.

Hacia 1928 el sector estatal y el cooperativo que estaba bajo el control del Estado, proporcionaba el 82,4% de la producción industrial y el 76,4% del volumen de negocios comerciales al por menor; aunque solo el 3,3% del valor de la producción agrícola. Esta diferencia entre industria estatizada y producción agraria individual fue el marco de la tensión entre los campesinos y el Estado; tensión que se expresaría en los movimientos de los precios industriales y agrícolas, y en las vicisitudes que enfrentó el acopio, esto es, la compra por los organismos del Estado y las cooperativas oficiales de productos agrícolas. Esta cuestión estuvo en el centro de las diferencias al interior de la dirección soviética. Antes de presentar esas polémicas, es conveniente trazar una visión panorámica de las tensiones que atravesaban la relación campo – ciudad, o campesinado – clase obrera industrial.

Lo primero a señalar es que, si bien hasta 1926-7 hubo una considerable recuperación industrial, la misma se produjo en gran medida a partir de la utilización de capacidad instalad. No hubo ampliación de capacidad productiva, ni renovación importante en tecnología. De manera que la productividad continuó siendo baja, y hacia el final de la década la brecha tecnológica entre la Rusia soviética y Occidente era mayor que en 1914 (Wheatcroft, Davies y Cooper, 1986). En diciembre de 1928 Kuíbyshev, dirigente de la fracción stalinista, hablando en el VIII Congreso de los Sindicatos, reconocía que la producción de un obrero estadounidense en los altos hornos era 10 veces superior a la de un obrero ruso (citado por Deutscher, 1971). En otros rubros las diferencias también eran significativas. La debilidad de la industria determinaba que la producción fuera insuficiente para satisfacer la demanda de productos industriales por el campo.

En cuanto a la agricultura, también era atrasada; la productividad del trabajo y el rendimiento por hectárea en Rusia eran menores que en los principales países de Europa, y mucho menores que en EEUU (Wheatcroft, Davies y Cooper). Aunque los factores climáticos y la naturaleza de la tierra explicaban una parte importante de esa diferencia, es indudable sin embargo el atraso tecnológico del agro ruso. Además, el reparto de la tierra entre los campesinos había aumentado la pequeña parcela, menos eficiente que las grandes unidades (Nove, 1973). Trotsky apuntaba, a mediados de la década, que debido a la división de la tierra habían desaparecido las grandes unidades productivas que aplicaban economías de escala y técnicas relativamente avanzadas; aunque en compensación, las pequeñas y medianas unidades habían elevado su producción por mayor empeño de los campesinos (1976a). En cualquier caso, la productividad del agro era baja; había carencia de equipos y animales de tiro, y los métodos eran los tradicionales. Y para industrializar a Rusia había que aumentar la producción rural, a fin de alimentar a las ciudades y suministrar materias primas a la industria. Antes de la guerra los kulaks proveían la mayor parte del grano que se comercializaba, pero con la nivelación que se había producido desde 1917 los campesinos consumían más grano, en lugar de enviarlo al mercado. Según Lewin (1965), el grano que se mandaba al mercado a mediados de los veinte era apenas el 13% de la cosecha total, contra el 26% antes de 1914. Lo cual dificultaba el acopio de grano y otros productos. El acopio competía con las compras que realizaba el sector privado, y debía realizarse a los precios de venta aceptados por los campesinos, para los productos que estos voluntariamente querían entregar. Pero los precios que pagaba el Estado por el grano eran bajos; incluso a veces no cubrían los costos de producción. Los bienes industriales, en contrapartida, eran caros y de baja calidad. Por eso, a lo largo de los años veinte se habla permanentemente del “hambre de bienes”. Por otra parte, los precios relativos del ganado y de los cultivos industriales eran más altos que los del grano, y por lo tanto los campesinos guardaban el grano para su consumo, o para alimentar el ganado. Lo cual también impulsaba al alza los precios del cereal en los mercados libres, en relación a los que pagaba el acopio. De manera que el Estado recogía poco grano, no tenía reservas por caso de guerra o hambre, y el acopio se debilitaba en tanto instrumento estatal de planificación y control sobre el comercio privado. Lógicamente también, los saldos exportables eran escasos; en 1926 las exportaciones de cereales eran menos de un cuarto de las de preguerra. Lo cual afectaba negativamente la posibilidad de importar tecnología, necesaria para remontar el atraso de la industria.

En este cuadro se insertaba la diferenciación social al interior del campesinado. En 1926-7 los campesinos medios representaban el 67,5% del total de los campesinos; los pobres el 29,4%  (contra el 65% en 1917) y solo el 3,1% eran ricos (el 15% en 1917). Siguiendo el criterio establecido por Lenin, se consideraba campesino pobre (o mujik ) al que extraía de su explotación solo lo justo para vivir, o que debía suplementar sus ingresos con trabajo remunerado; el medio disponía de un pequeño excedente que en caso de buenas cosechas le permitía una cierta acumulación; y el rico, o  kulak,  tenía capacidad de acumular y explotar trabajo asalariado. Se habían achicado entonces las diferencias sociales y predominaban los campesinos medios. Como señala Viola (1986), la nivelación reforzó la homogeneidad de las aldeas y la cohesión, al tiempo que aumentó el poder del campesino medio, decididamente conservador. A su vez, debido a la política favorable a los campesinos aplicada por el Gobierno entre 1924 y 1928, se acentuaron las diferencias al interior del campesinado, en tanto la producción colectiva estaba estancada. En 1928 las tierras colectivizadas representaban solo el 1% del total; en junio de 1929 los campesinos miembros de colectivos de cualquier tipo eran apenas un millón, y de ellos, el 60% estaba en tozes (Nove, 1973). La toz (asociación para el cultivo conjunto de la tierra) era una cooperativa en la cual los campesinos compartían la tierra, pero no los equipos. Según Trotsky, a mediados de los 1920 los medios de producción en la agricultura en manos del Estado eran el 4% del total; el 96% pertenecía a los campesinos (1976a). En consecuencia, a fines de la década los campesinos ricos se habían fortalecido, e incluso tenían fuerte influencia política en las aldeas. En estas dominaba la comuna tradicional, apenas disimulada bajo el nombre de “comunidad aldeana”; los soviets habían perdido relevancia (Cohen, 1976). En ese marco, una preocupación central del mujik , e incluso del campesino medio, era  no caer bajo la dependencia del kulak, que disponía de una gran parte de los medios de cultivo y transporte (Bettelheim; 1978). Esta cuestión es el telón de fondo de la crisis de 1927-8, que conduciría al abandono de la NEP y al giro hacia la colectivización forzosa.

La crisis de las tijeras y el informe de Trotsky de 1923

Durante la NEP hubo repetidas crisis de abastecimientos y de precios. La primera ocurrió en 1922-3. En 1922, dado el escaso poder adquisitivo de los campesinos, la industria no tenía compradores, a pesar de que la producción era apenas la cuarta parte del nivel de preguerra. Para salir de esa situación, el Gobierno mejoró los términos de intercambio para la agricultura; lo cual dio lugar a una buena cosecha en 1923. Sin embargo, en un marco de alta inflación y ausencia de controles estatales, los términos de intercambio se movieron de nuevo en perjuicio de los campesinos. En octubre los precios industriales llegaron a estar casi tres veces por encima de los niveles de 1913, en tanto los agrícolas fueron un 90% superiores. Con una relación tan desfavorable, los campesinos no podían adquirir equipos agrícolas o materiales para construir viviendas. Por lo tanto, bajaron la comercialización de los productos agrícolas, afectando seriamente el abastecimiento de las ciudades. Existía un serio problema en la relación de los precios, tema que había sido tratado por Trotsky en el XII Congreso del Partido (el primero sin la presencia de Lenin), realizado en abril 1923. En ese Congreso Trotsky fue el informante de la situación económica. Según sus biógrafos Pierre Broué e Isaac Deutscher, habría aceptado un acuerdo con el triunvirato dirigente en el Poliburó (Stalin, Zinoviev y Kamenev) para presentar el informe económico, a cambio de no apoyar las denuncias que hacían militantes del ala de izquierda de la burocratización del régimen. En su exposición, mostró un gráfico con la evolución relativa de los precios agrícolas e industriales que tenía forma de hojas de tijeras abriéndose. De ahí que luego la crisis de finales de 1923 se conociera como la “crisis de las tijeras”.

El informe de Trotsky está resumido en las “Tesis sobre la industria”, de 1923, y sintetiza muchos de los problemas que enfrentaría la NEP. Comienza planteando que las relaciones entre la clase obrera y el campesinado descansaban, en último análisis, en las relaciones entre la industria y la agricultura. La clase obrera podría retener y afianzar su poder no a través del aparato estatal o el Ejército, sino por medio de la industria, que a su vez es la que genera a la clase obrera. Por eso,  solo el desarrollo de la industria fortalecería a la dictadura del proletariado . Y si bien el tiempo que demandaría la superación de la economía campesina dependería, en última instancia, de la marcha de la revolución mundial, el Partido debía prestar mucha atención a la política hacia los campesinos, ya que la restauración de la industria estaba vinculada al desarrollo de la agricultura. Por eso, había que generar un excedente agrícola por encima de lo que consumían los campesinos, antes de que la industria pudiera avanzar de manera decisiva. Pero también era importante que la industria no se quedara detrás de la agricultura, porque de lo contrario se crearía una industria privada, que desplazaría a la estatal. De ahí que la clave era desarrollar la industria, lo que implicaba generación y acumulación de plusvalía en ese sector; lo que a su vez era la condición para el desarrollo de la agricultura.

Si bien la NEP había permitido una mejora económica general, seguía Trotsky, la situación de la industria era muy seria. Los precios de la industria liviana eran muy altos en relación a los de la agricultura, aunque muchas veces no cubrían los costos, y tampoco permitían la expansión de la producción. Además, se habían consumido existencias de materia prima cuyo reemplazo representaba un problema agudo. A su vez, la industria pesada necesitaba inversiones, así como los ferrocarriles y la red de agua. Como salida, Trotsky preveía combinar el plan y el mercado, fortalecer la Comisión de Planificación Estatal, y avanzar con cuidado en la elaboración del Plan, seleccionando administradores eficientes. La planificación debía crecer dentro de la economía mixta , hasta absorber al sector privado. Como señala Deutscher (1979), en ningún momento prevé prohibir por decreto el comercio privado, o la destrucción violenta de la agricultura privada. La propuesta incluía atraer capital extranjero para ayudar a la industrialización, y prestar especial atención a la articulación entre los precios regidos por el Estado y el mercado. “El logro de la regulación del precio, sobre la base del mercado, que mejor se corresponda con las necesidades del desarrollo industrial, el establecimiento de más correlaciones normales entre las ramas de la industria pesada y las ramas de la industria y la agricultura que la proveen de materias primas, y finalmente el fortalecimiento de la industria pesada y liviana, estas son las raíces de los problemas del Estado en la esfera de la actividad industria en el segundo período de la NEP que ahora está empezando. Estos problemas solo pueden ser resueltos por una correlación correcta entre el mercado y el plan industrial del Estado”. No menciona los problemas de la burocracia a nivel del Estado, ni el ahogo cada vez mayor de la democracia soviética . Pero ¿cómo podía lograrse esa “correlación correcta” de la que hablaba Trotsky sin la participación y control de los productores (y tal vez de los consumidores) del plan económico?

Sesgo hacia lo administrativo

La pregunta con que cerramos el apartado anterior remite, en el fondo, al carácter excesivamente administrativo de la propuesta económica de Trotsky al XII Congreso. Es como si la planificación debiera encararse a partir de un “sano sentido común” en la administración a cargo de los funcionarios del Estado. La necesidad del control de los trabajadores sobre esos administradores, y sobre las instancias en que se elabora el plan económico, no es mencionada. Por ejemplo, las Tesis subrayan la necesidad de acabar con el robo, el pillaje y la dilapidación de los recursos públicos, que se efectuaban “gracias a los cálculos arbitrarios y falsos”, y eran facilitados por la ausencia de toda contabilidad. Había llegado la “época del cálculo”, decía Trotsky. Pero el robo, pillaje, dilapidación de fondos públicos, ¿no eran acaso expresiones de la falta de control de los productores sobre lo que producían? Sin embargo, pasa por alto esta cuestión y parece apelar a una suerte de “sentido de la responsabilidad” de los administradores y funcionarios. Al tiempo, hacía oídos sordos frente a delegados y dirigentes que denunciaban los métodos burocráticos que asfixiaban al Partido y el Estado. Entre los denunciantes estaban Rakovsky, jefe del Gobierno ucraniano, la delegación de Georgia, Kollontai y la Oposición Obrera, y Bujarin, en su última aparición en el ala izquierda.

A la vista de lo anterior, no es de extrañar que Stalin y Zinoviev no tuvieran inconvenientes en votar favorablemente el informe. Lo cual no les impediría lanzar, a finales de ese mismo año, la campaña pública “anti-trotskismo”. Broué y Deutscher han señalado que Trotsky cometió un grave error táctico al no hacerse eco de las denuncias de la burocracia durante el Congreso. Su error, afirman, estaría vinculado a su convicción de que si se revertía el curso económico, poniendo el acento en la industrialización planificada, se reforzarían las posiciones proletarias y se debilitarían las tendencias a la burocratización y los elementos pro-capitalistas. “Trotsky ha podido pensar que la batalla esencial debía ser librada en el terreno económico, donde el compromiso [con la mayoría de la dirección] le permitía presentar, en nombre de la dirección del Partido, un informe en el cual hacía triunfar sus ideas acerca de la aplicación práctica de la NEP”, escribe Broué. Si esto fue así, su error fue pensar que podía haber un informe puramente “económico”, al margen de la cuestión política, a saber, de la incidencia de la misma burocracia sobre “lo económico” . En última instancia, lo que debía discutirse era quién controlaba efectivamente los medios de producción, y el Estado. Pero este debate debía cuestionar una relación de producción burocrática –o sea, de posesión y administración efectiva- que estaba en la raíz del robo y dilapidación de fondos públicos, y también de las cuestiones que denunciaba la izquierda . Sin embargo, en el Congreso Trotsky no habla de ello; denuncia la ineficacia administrativa y el burocratismo de los directores de empresas, pero no encara la burocratización como un fenómeno de conjunto, y con eje en el poder político . La idea que recorre su informe es que si crecía la clase obrera con la industrialización, se reforzaría su peso político y retrocedería la burocracia. Recordemos una idea clave de sus Tesis: la clase obrera podría retener y afianzar su poder por medio del crecimiento de la industria que genera a la clase obrera . El problema incluso se agrava porque en su discurso (aunque no aparece en las “Tesis sobre la industria”), presentó una posición muy dura sobre los sacrificios que deberían hacer los trabajadores. Pidió que la producción industrial se concentrara en un pequeño número de grandes empresas de buen rendimiento, lo que dejaba planteada la pregunta de qué suerte correrían los trabajadores de las empresas defectuosas o improductivas que cerraran. Sostuvo también que la clase obrera habría de soportar el mayor peso de la reconstrucción industrial, y que podría haber momentos en que se pagara solo la mitad del salario, y los trabajadores deberían, en ese caso, prestar la otra mitad al Estado (véase Deutscher, 1979). Era la “acumulación socialista primitiva”, lo que dio pie a una fuerte intervención de Krassin, Comisario del Comercio Exterior, en contra de Trotsky (ídem). El problema que planteaba, además, era de dónde saldrían los fondos necesarios para la industrialización. Tema que estaba en el centro de las preocupaciones de Preobrazhenski (véase la siguiente parte de la nota).

Sin embargo, en otros escritos durante la época de la NEP, Trotsky sostiene que solo la democracia proletaria podía contrapesar las fuerzas combinadas de quienes se enriquecían especulando en los mercados, los  kulaks  y los burgueses conservadores. La democracia obrera era el único marco político al interior del cual la economía planificada podía alcanzar su máximo rendimiento. De ahí que su renacimiento era vital para la economía. Ella pasaba no por la administración de las empresas por los consejos obreros (experiencia que fracasaba en tanto no se elevara el nivel cultural de las masas trabajadoras) sino por el derecho de los trabajadores a discutir los planes y objetivos, y evaluar los recursos y posibilidades (véase Deutscher, 1979). En los treinta volvería varias veces sobre esta idea. Sin embargo, en otros textos de los 1929 el rol de la democracia obrera para la economía vuelve a diluirse. Por ejemplo, en 1925, cuando se había impuesto la política favorable al campesino, publica  ¿Hacia el socialismo y el capitalismo? , donde advertimos el mismo problema de las Tesis de 1923, aunque ya no había de por medio compromiso alguno con la mayoría del Politburó. En ese folleto señala que “la forma social de nuestro desarrollo económico es dual, estando fundada en la colaboración y lucha entre los métodos, formas y objetivos capitalistas y socialistas”. Agrega que “si las fuerzas productivas a disposición del Estado socialista, y que aseguran todas las palancas de mando, crecen no solo rápidamente, sino más rápidamente que las fuerzas productivas individualistas y capitalísticas de las ciudades y los distritos rurales… es claro que una cierta expansión de las tendencias comerciales individualistas, que surge del corazón de la agricultura campesina, de ninguna manera nos amenaza con sorpresas económicas de algún tipo, con un cambio precipitado de cantidad en cualidad, esto es, con un giro rápido al capitalismo”.

Las relaciones entre la industria y el campo son analizadas desde esta perspectiva, en el marco del atraso de las fuerzas productivas de la URSS con respecto a los países capitalistas adelantados. En la misma línea que en 1923, plantea que  el fortalecimiento de los elementos socialistas pasa por el fortalecimiento de la industria . La industria debería expandirse por encima de los límites que imponían las cosechas. Al fortalecerse, la industria podría proveer al campo no solo de productos baratos, sino también de medios de producción aptos para los métodos de trabajo colectivos. Lo cual permitiría el “progreso técnico y socialista de la agricultura”. En este planteo reaparece la idea de un “bloque socialista”, cuya columna vertebral –en el plano económico- es la industria. ¿Qué hay de la oposición entre los trabajadores y el aparato de la administración burocrática al interior de ese “bloque”? El tema, de nuevo, es pasado por alto. Aunque paralelamente, en su actividad política Trotsky criticaba y enfrentaba la burocratización, junto a no pocos de los denunciantes de 1923.

Bibliografía :
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(4) El significado de la polémica Preobrazhenski -Bujarin

La crisis de las tijeras desató una intensa polémica en el partido Comunista. “A partir del año crucial 1923, las divergencias de apreciación sobre las relaciones entre la industria y la agricultura… se agravan en el partido dirigente”, señala Trotsky en  La revolución traicionada . Hubo dos posiciones polares enfrentadas, las de Preobrazhenski y Bujarin.

La polémica echa luz sobre las dificultades que enfrentaba la economía soviética en los años veinte, pero también ilumina acerca de los problemas más generales de economías atrasadas y estructura dual, esto es, industria estatizada en un mar de producción campesina y artesanal pequeño burguesa. El debate soviético de los veinte incluso tuvo eco en las teorías burguesas de crecimiento. Por caso, el modelo de Arthur Lewis, que supone que hay exceso de mano de obra que se transfiere del agro a la industria, desarrollándose esta a partir de la reinversión de los beneficios, con salarios a nivel de subsistencia, está inspirado en el modelo soviético (Lewis, 1959). De la misma manera, la relación capital/producto (la inversión en equipos y máquinas requerida para obtener un crecimiento deseado), que está en el centro del modelo de crecimiento de Harrod-Domar, había sido planteada en los años veinte en la URSS. Asimismo, el problema de cómo financiar, en un país atrasado, esa inversión requerida para obtener el crecimiento deseado que absorba la mano de obra no ocupada, o la desocupación disfrazada, estuvo en el corazón de los debates soviéticos de los años veinte y en los inicios de la industrialización. Por eso Domar afirma, en el capítulo IX de Ensayos en teoría del crecimiento económico , que para un estudioso del crecimiento y el desarrollo, la literatura económica soviética de los 1920 es de gran interés.

En este respecto, señalemos que la conexión entre teorías referidas a programas, entornos sociales y objetivos muy distintos, posiblemente no sea casual. Es que hay restricciones que tienen que ver con la naturaleza material de la reproducción de una sociedad. Por ejemplo, las relaciones entre excedente e inversión; entre producción de bienes agrarios e industriales; entre crecimiento de la industria de medios de consumo y la de medios de producción; entre consumo e inversión, y similares, que no pueden desconocerse arbitrariamente (ampliamos más adelante, cuando analicemos la aplicabilidad de los esquemas de reproducción de Marx a la planificación soviética). En cualquier caso, los bolcheviques tomaron rápidamente conciencia de estas restricciones en un país atrasado y predominantemente campesino. La noción de acumulación originaria socialista tuvo esta base objetiva y, como dice Harrison (1985), significó dejar atrás la creencia de que bastaba con estatizar y repartir la riqueza creada por el capitalismo para avanzar en la construcción socialista. Esta es una cuestión sobre la que debería reflexionarse en la izquierda, donde muchas veces parece predominar la idea de que basta con “voluntad revolucionaria” para superar las condiciones objetivas. Volveremos sobre este asunto a lo largo de la nota.

La polémica de los veinte: Preobrazhenski

Preobrazhenski, que pertenecía a la Oposición de Izquierda, publicó en 1924 un artículo, que sería la base de La nueva economía , editado en 1926 (para lo que sigue nos basamos también en Erlich, 1950). Preobrazhenski sostuvo que la crisis de las tijeras se debía a la elevada demanda de bienes industriales con relación a su oferta. Es que la demanda se había incrementado porque los campesinos disponían de más recursos a partir de que la eliminación de impuestos del zarismo, y el reparto de la tierra. Sin embargo, la industria no podía satisfacer esa demanda. Durante el Comunismo de Guerra se había interrumpido la formación de capital; luego, en los primeros tiempos de la NEP, se habían vendido productos industriales por debajo del costo y se habían utilizado fondos de amortización para sostener salarios. Por eso, aunque la utilización de capacidad instalada había permitido mejorar la producción, se había acentuado el atraso industrial. Y en la medida en que se siguiera sosteniendo la producción en base a sobreutilización de capacidad y mano de obra, caería todavía más la productividad, y se agravarían los problemas.

La solución entonces pasaba por aumentar la producción industrial, la infraestructura energética y del transporte por encima de los niveles de preguerra. El argumento se reforzaba porque la industrialización también era vital para absorber la elevada desocupación (mucha de ella se mantenía encubierta en el campo); y si aumentaba la productividad, como se esperaba, sería necesaria aún mayor expansión industrial para incorporar a los desocupados. Por supuesto, la desocupación también podría disminuirse si se intensificaba la acumulación en el campo: pero ello supondría desviar recursos que debían ir a la industria. La industrialización también era indispensable para desarrollar las fuerzas productivas en el campo. Dentro de la industria, había que dar prioridad a la industria productora de medios de producción, a fin de posibilitar una industrialización intensiva; o sea, con aumento de la relación medios de producción / trabajador.

El problema sin embargo era cómo conseguir los fondos necesarios para poner en marcha la industrialización. Preobrazhenski sostenía que el Estado proletario debía encarar una acumulación originaria socialista. La idea se inspiraba en lo ocurrido, según Marx, en los orígenes del capitalismo: hubo un período en cual, mediante métodos violentos, se produjo una transferencia de riqueza desde el campesinado y las colonias hacia los centros del incipiente capitalismo. De esa manera se generaron las condiciones para la posterior acumulación sostenida; esto es, para la reinversión de la plusvalía generada por el capitalismo para ampliar el capital. Preobrazhenski sostenía que un proceso similar debía ocurrir en Rusia para el surgimiento de una economía socialista. Era la “acumulación originaria socialista” (el concepto ya había sido adelantado por Smirnov). Antes de que la industria soviética pudiera autosustentarse y autoexpandirse reinvirtiendo el excedente generado por ella, debía obtener recursos de otra economía. Pero la URSS no poseía colonias; y no era posible sobre explotar a la clase obrera, como había ocurrido durante la Revolución Industrial inglesa; en consecuencia, los recursos debían obtenerse del campo. Sin embargo, no debía emplearse la violencia para arrancar el excedente a los campesinos, como había ocurrido en el Comunismo de Guerra. Por eso, el medio principal de transferencia hacia la industria sería un intercambio comercial desfavorable para el agro; el Estado soviético, utilizando su poder de monopolio, establecería precios industriales altos y precios agrícolas bajos.

Al intercambio desigual Preobrazhenski sumaba otras medidas, como impuestos a los campesinos. También era necesario fomentar el plan, aunque no fuera la solución completa de los problemas. Por otra parte, proponía medidas proteccionistas del comercio exterior, para impedir que las escasas divisas se dilapidaran importando bienes que no fueran indispensables para la industrialización o el avance tecnológico. Era consciente, además, de que debido al atraso industrial de Rusia, los campesinos presionarían por vender y abastecerse directamente en el mercado mundial. Por eso no podía levantarse el monopolio del comercio exterior.

Preobrazhenski sostenía que la lucha estaba planteada entre la ley de la acumulación socialista originaria (basada en el cálculo del trabajo) y la ley del valor. El Estado no debía permitir que el mercado actuara libremente distribuyendo la fuerza de trabajo y los recursos a través de los precios; la acumulación originaria consistía precisamente en esto. Lo cual no significaba desconocer la ley del valor; esta debía utilizarse para la acumulación socialista. Por otra parte, “la fuerza objetiva de las leyes” de la propiedad estatal abriría el camino al socialismo. Esas leyes se impondrían y forzarían a los dirigentes del Partido a convertirse en los instrumentos del socialismo, en “agentes de la necesidad histórica”, incluso a pesar de sus errores y ceguera . En otros términos, la nacionalización de la gran industria empujaba a la planificación de la economía y a la industrialización (véase Deutscher, 1979). Es posible que esta concepción haya influenciado en su posterior decisión de respaldar el giro de Stalin de 1928-9. En el plano político, Preobrazhenski, que se alineó con la Oposición de Izquierda, pensaba que la creciente complejidad de la economía soviética hacía necesario ampliar la democracia al interior del Partido.

La polémica de los veinte: Bujarin

Bujarin compartía con Preobrazhenski la idea de que la industrialización era imposible apelando solo a los recursos de la industria, y que por lo tanto debía haber una transferencia desde el agro a la industria. Los obreros industriales eran cinco millones, en tanto los hogares campesinos eran 22 millones; era inevitable que los campesinos tuvieran la mayor carga. En lo que discrepaba con Preobrazhenski era en los vías y las formas para obtener el excedente agrario y transferirlo. En su opinión -véase  Sobre la acumulación socialista, también Cohen, 1976 para lo que sigue –  el programa de Preobrazhenski afectaría la smichka , o unión de la clase obrera con el campesino, como había quedado demostrado durante la crisis de 1923. Y si el campesinado se negaba a entregar productos debido a lo desfavorable de los precios, habría que volver al programa del Comunismo de Guerra. Pero ello implicaba un enfrentamiento abierto e insostenible con el campo; y la smichka era la base del poder soviético. Por otra parte, con la política recomendada por Preobrazhenski, se arruinaría la economía campesina, no habría excedente para expropiar y se achicaría el mercado interno, perjudicando también a la industria. Además, los altos precios de los bienes industriales, establecidos por poder de monopolio, generarían ganancias extraordinarias sin incentivar a los directores de empresas a mejorar la productividad. Por último, en el largo plazo, de aplicarse la propuesta de Preobrazhenski, el proletariado podía degenerar y transformarse en una nueva clase explotadora.

Por eso, Bujarin planteaba que debía promoverse una relación con el campesinado sobre una base cooperativa, bajo dirección del Estado proletario. Su idea rectora era avanzar en la  transformación  (o sea, no la aniquilación ni explotación) de la economía campesina a través del desarrollo económico y el mercado. Para eso se apoyaba en la autoridad de Lenin y en los últimos escritos del líder bolchevique (véase la segunda parte de esta nota), aunque poniendo el énfasis en el comercio: en lugar de las cooperativas de producción, había que fomentar las de consumo, comercialización y crédito, que se integrarían, en el largo plazo, al socialismo. Sostenía que podía llegarse al socialismo a través del mercado, y que la lucha de clases en la URSS pasaba por la competencia económica pacífica. Con este enfoque, desestimó la intervención estatal en el agro y en la producción artesanal, no otorgó importancia al plan económico, ni puso la prioridad en la industria pesada. Para industrializar a Rusia había que alentar el consumo, en primer lugar de los campesinos medios y acomodados. Para ello era necesario bajar los precios para satisfacer a las masas. Así se alentaría la demanda, que arrastraría a la industria ligera, y esta a la industria pesada. La industria soviética debía adecuarse al mercado campesino; la industria y el agro serían interdependientes, alimentando mutuamente la oferta y la demanda. Los fondos para la industrialización provendrían de los impuestos obtenidos mediante una tributación racional al campesino, o con  el ahorro voluntario de los productores independientes y las cooperativas. 

En este marco, Bujarin no consideraba a la NEP como una “retirada”, sino como una política para avanzar. Sostenía que en la relación con la pequeña producción el mercado funcionaba mejor que el Estado. Es que para supervisar y guiar las funciones económicas de los pequeños productores y de los pequeños campesinos se requerían demasiados funcionarios y administradores. Pero todos esos pequeños burócratas ( chinóvniki ) estatales generaban un aparato tan colosal, que el gasto de su mantenimiento resultaba incomparablemente mayor que los costes improductivos derivados de la anarquía de la pequeña producción. Por lo tanto había que fomentar el comercio -donde el Estado intervendría lo menos posible- y la libertad de acumular generaría el mayor desarrollo de las fuerzas productivas. El sector estatal terminaría venciendo al privado mediante la competencia en el mercado. Bujarin planteaba que el aparato burocrático estaba asfixiando a toda la economía. Por eso, si la clase obrera no se elevaba a las tareas de control y organización de la economía, los funcionarios podían constituir el embrión de una nueva clase dirigente basada en “el monopolio de la autoridad y el privilegio” (véase Cohen, 1976). Sin embargo, aliado a Stalin, y a pesar de que se consideraba “pacifista y moderado”, no cuestionó la represión contra la izquierda ni los métodos burocráticos hasta el giro de 1928-9. De manera que en su propuesta la principal barrera al poder de la burocracia parece ser el mercado.

Destaquemos que en el esquema de Bujarin era clave que los campesinos medios y los kulaks acumularan. En 1925 lanzó una proclama que cobró fama: “A todos los campesinos globalmente, a todas las capas de campesinos, debemos decirles: enriqueceos, acumulad, desarrollad vuestras haciendas” (citada por Cohen, también Trotsky, 1973). Claramente parecía minusvalorar las tendencias pro-capitalistas que generarían el mercado y la acumulación libre; por eso no daba importancia a la influencia kulak en el campo, ni ponía el acento en la necesidad de transformar las relaciones de producción pequeño burguesas. Cuando se refería a la estructura social de Rusia, Bujarin hablaba de dos clases sociales, el proletariado y el campesinado, como si este último fuera un todo homogéneo, compuesto casi exclusivamente por campesinos medios. Tampoco tuvo en cuenta los peligros de restauración termidoriana, que podía ser vehiculizada por los kulaks y los “hombres de la NEP”, y que denunciaba la Oposición de Izquierda.

El “dilema Preobrazhenski” 

Haciendo un balance del debate, en un muy citado trabajo de 1950, Alexander Erlich planteó que la posición de Preobrazhenski encerraba un dilema. Es que el intercambio desfavorable para el campesinado abría la posibilidad de una huelga de ventas campesinas a la vista del retraso de la industria. Los campesinos se retirarían del mercado, como había ocurrido en 1923, y esto mataría la recuperación industrial, ya que la privaría del suministro de comida e, indirectamente, de bienes de producción extranjeros, por la caída de las exportaciones agrícolas. Pero por otro lado, si los campesinos forzaban al Estado a capitular, habría alza de precios de la comida, lo que iniciaría la inflación. Preobrazhenski luchó con este dilema, pero no logró resolverlo. Sostuvo que si los precios industriales eran bajos, eso tampoco ayudaba a los campesinos, ya que los intermediarios impondrían precios altos en el mercado. Sus críticos le respondieron que si esto era así, de todas maneras no ponía a salvo a la clase obrera de la inflación. Por otra parte, la propuesta de aplicar impuestos a los campesinos ricos fue criticada porque reduciría aún más los excedentes que podían ir al mercado, en una coyuntura en la cual los campesinos medios o pobres no podían cubrir esa diferencia. Preobrazhenski terminó respondiendo que la solución última de todos esos problemas era que Rusia saliera de su aislamiento. Como dice Erlich, en su peor interpretación, esto equivalía a una admisión de que todo intento de encontrar una solución dentro de los límites de la economía soviética aislada era como intentar la cuadratura del círculo. Y en su interpretación más benigna, era un esfuerzo desesperado por lograr la estabilidad de mañana a expensas de tensiones enormemente incrementadas en el presente, sin saber bien cómo resistirlas.

Digamos también que la propuesta de Bujarin parecía evitar el peligro de la huelga campesina. Además, subrayaba la necesidad de que la entrada de los campesinos a las cooperativas debía ser voluntaria, y debía cuidarse la alianza de la clase obrera con el campesino. Pero no daba respuesta al segundo cuerno del dilema de Preobrazhenski, el fortalecimiento de las tendencias mercantiles y pro capitalistas, y su preeminencia sobre la industria, que generaría la mejora de los términos de intercambio para los campesinos.

La posición de Trotsky en el debate

Trotsky consideró que el programa de Bujarin, que se aplicó entre 1924 y 1928, representaba el mayor peligro para la Rusia soviética. De ahí que se negara a hacer cualquier acuerdo programático con Bujarin contra Stalin. “La pequeña producción de mercancías crea necesariamente explotadores”, sostenía, y alertaba del peligro que encerraba el crecimiento del trabajo asalariado en el campo, y el enriquecimiento de los kulaks y los comerciantes privados (véase Trotsky, 1973). Por eso, exigió, junto a otros dirigentes de la oposición, que se frenara la economía privada, se acelerara la industrialización, se reforzara la planificación y se avanzara en la organización de cooperativas agrícolas de producción.

En cuanto al programa de Preobrazhenski, si bien tenía más coincidencias, no respaldó la extracción compulsiva de un gran excedente a los campesinos. Al menos en el curso del debate, Trotsky nunca hizo una declaración explícita a favor de ese programa. Y en la  Revolución Traicionada  reconoció que los “prestamos forzados” tomados del campesinado, cuando eran “demasiado considerables”, ahogaban el estímulo al trabajo. De todas formas, compartía la idea de que la industrialización debía realizarse tomando recursos del campesinado y que, al reforzar socialmente a la clase obrera, fortalecería los fundamentos sociales del régimen soviético. Además, entre Preobrazhenski y Trotsky había otra diferencia más sustancial, que señala Cohen: en tanto el primero razonaba sobre una industrialización socialista en la aislada Rusia, Trotsky ponía el acento en la necesidad de que una eventual revolución en Europa viniera en ayuda de la URSS.

Bibliografía :
Bujarin, N. (1973):  Sobre la acumulación socialista , Buenos Aires, ed. Materiales Sociales.
Cohen, S. (1976): Bujarin y la revolución bolchevique. Biografía política 1888-1938 , Madrid, Siglo XXI.
Deutscher, I. (1979): Trotsky. Le prophète désarmé 1921-1929 , París, Christian Bourgois editeur.
Domar, E. (1957): Essays in the Theory of Economic Growth , Nueva York, Oxford University Press.
Erlich, A. (1950): “Preobrazhenski and the Economics of Soviet Industrialization”, Quarterly Journal of Economics , vol. 64, pp. 57-88.
Harrison, M. (1985): “The Primary Accumulation in the Soviet Transition”, Journal of Development Studies , vol. 22, pp. 81-103.
Lewis, W. A. (1959): “Desarrollo económico con recursos ilimitados de mano de obra”, Desarrollo económico , enero/abril, pp. 374.
Preobrazhenski, Y. (1970):  La nueva economía , Caracas – Barcelona, Ariel.
Trotsky, L. (1973): La revolución traicionada , Buenos Aires, Yunque.

 

(5) La orientación pro-campesina 1924-8

Según Johnson y Temin (1993), a partir de la crisis de las tijeras de 1923 los bolcheviques sacaron dos conclusiones fundamentales: las fuerzas libres del mercado amenazaban con reducir la provisión de grano a las ciudades, y la hiperinflación reducía el control del Estado en la economía. En consecuencia se impusieron controles a los precios industriales con el fin de mejorar los términos de intercambio para los campesinos; también se redujo la emisión monetaria, de manera que en la primavera de 1924 se estabilizó la moneda. Si bien la inflación en los años siguientes continuó siendo alta (20% anual, aproximadamente) se evitó la hiperinflación. En 1924 hubo inyección créditos, muchos destinados a empresas estatales, y mejoró la producción industrial. También se alentaron las exportaciones de granos y se incrementó la importación de bienes industriales, lo cual contribuyó a que mejoraran los términos de intercambio para los campesinos (Johnson y Temin).

Estos resultados reforzaron la posición de Bujarin. Tengamos presente que los programas de Trotsky y Preobrazhenski no habían despertado adhesión en el Partido. Muchos militantes habían interpretado que sus propuestas implicaban volver al Comunismo de Guerra. Si bien la NEP había sido entendida por muchos bolcheviques como un retroceso y una concesión a las fuerzas capitalistas, el país estaba agotado y en el Partido existía el temor de volver a los enfrentamientos con los pequeños productores. Estos conformaban aproximadamente el 80% de la población.

Todo empujaba entonces hacia el bujarinismo. En 1925 Stalin se alió con el ala de Bujarin, Rykov y Tomski, lo que generó una nueva mayoría en el Politburó, que estaba conformado por siete miembros; Trotsky fue removido de su puesto de comisario de Guerra. Ese año también se dispusieron más concesiones al campo, en especial a los estratos medio y superior: se bajó el impuesto agrícola; se amplió el período permitido para el arrendamiento de tierras; se legalizó el trabajo asalariado, que antes estaba limitado a la época de recolección; y se quitaron obstáculos administrativos para el comercio (ampliamos más abajo). Al año siguiente Trotsky fue sacado del Politburó y se intensificó la ofensiva contra la izquierda.

En este nuevo clima político se abrió paso el programa de construir el socialismo al interior de Rusia. Ya había sido adelantado en 1923 por Bujarin cuando afirmó que “durante muchas décadas estaremos pasando lentamente al socialismo: a través del crecimiento de nuestra industria de Estado, de la cooperación, de la creciente influencia de nuestro sistema bancario, de mil y una formas intermedias” (citado por Cohen, 1976). Lo cual implicaba sostener que el socialismo podía derrotar al capitalismo en el terreno de la competencia económica, sin pasar por los peligros asociados a la revolución internacional. En diciembre de 1924, Stalin proclamó el objetivo de construir el socialismo al interior de Rusia. En 1928 Bujarin fue el autor principal del programa que aprobó el VI Congreso de la IC, en el cual se proclamó el norte de construir el socialismo en la Rusia soviética. Además, Bujarin planteó una orientación conciliadora con la producción mercantil y privada en el plano internacional. Era necesario, afirmó, “un gran frente unido entre el proletariado revolucionario de la ciudad mundial y el campesinado del campo mundial”. Por eso también a mediados de los veinte la Internacional Comunista desplegó una política de acercamiento con la socialdemocracia agrupada en la Internacional de Amsterdan; apoyó la formación de un bloque entre los sindicatos soviéticos y las  tradeunions  inglesas; aconsejó la subordinación del Partido Comunista de China a la organización burguesa Kuomintang; y convocó a formar partidos obrero-campesinos (para una crítica de izquierda de la orientación de la IC, y del programa de construcción del socialismo en un solo país, véase Trotsky, 1974).

A pesar de las denuncias y la presión de la Oposición de Izquierda, y luego de la Oposición Unificada (encabezada, desde 1926, por Trotsky, Zinoviev y Kamenev), entre 1924 y 1928 el Gobierno no desarrolló ninguna política especial hacia el campesino pobre y medio; no fomentó las cooperativas y dejó sin asistencia a las que existían. Fueron los años de máxima influencia de Bujarin. Lewin (1965) dice que por entonces el Gobierno parecía creer que la NEP funcionaría automáticamente, apostando a un incremento de la producción de los campesinos más ricos, a los que se habían dado concesiones. También Bettelheim (1978) señala que no se implementó ningún tipo de ayuda a las cooperativas de campesinos pobres y medios. Cohen, que simpatiza con las posiciones de Bujarin, afirma que el período 1924-6 “presenció el abandono oficial y el descenso de todas las formas de cultivo colectivo”, y que Bujarin subestimó la necesidad de intervención estatal en la economía. Tampoco hubo medidas para favorecer industrialización. Lewin cita el caso de una fábrica de tractores que debía construirse en Petrogrado en 1924, pero su construcción solo se implementó seis años más tarde, de manera acelerada.

La orientación hacia “hombres de la NEP”

Aunque la posición ante los campesinos fue el eje de las diferencias entre los bolcheviques, la cuestión del comercio y la artesanía privada también estuvo en la agenda de los debates. Las polémicas giraron en torno a cuánta libertad había que dar a los comerciantes y pequeños fabricantes, también conocidos como los “hombres de la NEP” (Ball, 1985, también para lo que sigue). A lo largo de la década hubo cambios bruscos en su situación. El primero ocurrió a fin de 1923, cuando se cerraron cerca de 30.000 empresas privadas y se produjeron numerosos arrestos de comerciantes. En mayo de 1924 se ordenó a los bancos no dar más crédito, en lo posible, a comerciantes privados, y las industrias que les vendían les redujeron violentamente los créditos. Como resultas de esta orientación, el número de comerciantes con licencia disminuyó en 100.000. La ofensiva fue parte de las medidas adoptadas para bajar los precios a los que compraban los campesinos. Pero también pesó el miedo de los bolcheviques al fortalecimiento económico de los nepmen , y a que estos pudieran separar a los campesinos del régimen soviético. En febrero de 1924 Smilga (dirigente de la Oposición de Izquierda y alto funcionario del Gosplan) advertía: “Si hace dos años atrás el capital privado hizo sus primeros esfuerzos tímidos en el área del comercio y la pequeña industria, y no pareció un peligro para la economía estatal soviética, hoy no podemos decir lo mismo. En la persona del capitalista privado tenemos una fuerza económica significativa que demanda ser considerada seriamente. En el comercio minorista y especialmente en el comercio con los campesinos, el capital privado ocupa ahora la posición dominante” (citado por Ball).

La alianza obrera y campesina peligraba entonces no solo por el crecimiento del kulak , sino también por el fortalecimiento del intermediario privado entre el campo y la ciudad. Pero además, había irritación entre los bolcheviques porque había reaparecido la vida fastuosa: casinos, restaurantes de lujo, clubes nocturnos, casinos donde se jugaba con moneda extranjera, joyas para las mujeres de los hombres de la NEP, prostitución “de alto nivel”, circulación de cocaína y heroína. Lógicamente, también había resentimiento entre los obreros, que estaban padeciendo muchas privaciones.

Sin embargo, en 1925, con el ascenso de la orientación bujarinista, se produjo un nuevo cambio. La nueva doctrina era que no había nada que temer de los nepmen . Más aún, para animar a que salieran del mercado negro, se les dieron más y más seguridades. Entre 1925 y principios de 1926 los artesanos rurales fueron exceptuados de impuestos  a condición de que emplearan solo miembros de su familia y a dos aprendices; y los que tenían hasta tres obreros no pagaban el impuesto nivelador. Tampoco debían tener licencias para vender. Facilidades muy similares fueron otorgadas a los artesanos de las ciudades. En 1926 se quitó el límite de lo que podían dejar en herencia. Los impuestos que pagaban los nepmen cayeron del 55,7% del total de impuestos pagados por las empresas estatales, cooperativas y privadas en 1923-4, al 43,2% en 1925-6. El crédito concedido a empresarios privados subió un 300% entre fines de 1924 y fines de 1925. En la primavera de 1926 había más de 600.000 comercios privados con licencia, contra 470.000 a fines de 1924.

Límites del crecimiento y crisis de la NEP

Hasta 1926-7 la economía soviética, y en particular la industria, tuvieron una recuperación importante. En 1927 la inversión neta era un 20% superior al nivel de 1913. Sin embargo, esa ganancia se había obtenido a expensas de inversiones en viviendas y construcciones rurales. La inversión en ferrocarriles, educación y defensa también era débil, lo que causaba alarma en el Gobierno (Wheatcroft, Davies y Cooper, 1986). Además, los equipos productivos estaban envejecidos, había demanda insatisfecha y los precios de los bienes industriales eran elevados; y buena parte de la producción era de calidad defectuosa. Por otra parte, aumentaba el desempleo, ya que el débil crecimiento industrial impedía absorber a los campesinos que emigraban a las ciudades (idem); las mujeres parecen haber sido particularmente afectadas por el desempleo (durante las guerras muchas se habían incorporado a la industria). Las empresas estatales eran financiadas en parte con impresión de dinero (señoraje), con lo que se compensaban las pérdidas que pudiera haber derivadas del control de precios. En 1928 los créditos y descuentos a las empresas estatales llegaron a absorber las tres cuartas partes del crédito total (Johnson y Temin). Lo cual daba lugar a una presión inflacionaria. Dado que los controles de precios eran efectivos para las manufacturas (los directores de empresas estatales no evadían los controles), los precios del grano subieron en relación a los industriales, a pesar de la escasez de los bienes industriales (ídem).

Por otra parte, en 1926-7 solo el 49% de las ventas de grano eran adquiridas por las agencias estatales; el resto se vendía en forma privada; en lo que respecta al ganado, el 90% se vendía privadamente. Esta situación debería haber mejorado los términos de intercambio para los campesinos, pero de hecho empeoraron, ya que no había bienes industriales que comprar a los precios establecidos (Johnson y Temin). A partir de mediados de 1927 se intensificó la escasez de bienes industriales en el campo, pero el Gobierno procuró de nuevo bajar los precios industriales para favorecer a los campesinos. En paralelo aumentó la emisión de dinero, no solo para financiar la compra de grano, sino también para sostener a bancos, la industria pesada y los ferrocarriles (Johnson  y Temin). Era una política incoherente, ya que ponía más presión en una demanda que no podía ser satisfecha. De todos modos, mejoró los precios relativos para los campesinos. Según Harrison (1985), en 1927-8 y en 1928-9 los precios se habrían movido a favor de los campesinos, aunque sin recuperar los niveles relativos de 1913; en 1928-9 estarían todavía un 28% por debajo del nivel de preguerra.

Cada vez era más claro que los problemas de fondo no eran de demanda, sino de oferta; era necesario incrementar la inversión. Como hemos señalado, el intento de bajar los precios de los productos industriales ocasionaba pérdidas a empresas estatales, que eran financiadas con emisión, lo que a su vez generaba nuevas presiones inflacionarias (Johnson y Temin; el problema de la inflación y la necesidad de estabilizar la moneda fueron planteados repetidas veces por Trotsky, 1973). Se demostraba así que la Oposición tenía razón cuando denunciaba, en el pico de la influencia de Bujarin, que la industria no podía proveer a los campesinos con insumos y bienes a precios adecuados, a causa de la debilidad del crecimiento industrial y el retraso en poner en práctica la planificación. El propio Bujarin comenzó a revisar sus posiciones ya en 1926, y la dirección soviética habló de acelerar el desarrollo industrial (Cohen).

Hacia octubre de 1927 la escasez de bienes industriales en las áreas rurales impulsó a los campesinos a retener el grano. Hubo que disponer el  racionamiento de alimentos en las ciudades. Según Bettelheim, debido a la falta de bienes industriales, para los campesinos pobres y medios era racional retener su producción para asegurar su alimentación o reducir su dependencia del campesino rico. La dependencia con respecto al  kulak  se sentía de forma aguda; el  kulak  entregaba al campesino pobre, o medio, elementos en préstamo para trabajar, a cambio de productos; o los empleaba como asalariados. Bettelheim enfatiza que la retención del grano fue  un fenómeno de masas , ya que respondía a una lógica de supervivencia de los campesinos pobres y medios. En cambio, Trotsky interpretó que en 1927-8 los  kulaks , acompañados por la pequeña burguesía de las ciudades, se rebelaban contra el régimen soviético. “El  kulak  había tomado a la revolución por el cuello”, escribiría en  La revolución traicionada . Señala que ya a mediados de la década había una fuerte presión, que se hacía sentir en el mismo Gobierno, por acabar con la nacionalización de la tierra. En el Partido Bolchevique se temía que hubiera una sublevación motorizada por los  kulaks , los “hombres de la NEP” (comerciantes y especuladores) y elementos capitalistas. Entre la vieja guardia bolchevique nunca había dejado de sobrevolar el temor al golpe termidoriano. Y era una realidad que en las crisis de precios o abastecimientos el  kulak  potenciaba su influencia entre el campesinado. También hemos visto el poder que habían adquirido los “hombres de la NEP”. Además, en 1927 el desempleo urbano alcanzó un nivel alarmante, y esto solo podía remediarse con expansión de la industria.

Como telón de fondo, en la dirección soviética, hacia fines de 1927, con el aplastamiento de la revolución en China, la ruptura de relaciones con Gran Bretaña y el asesinato del embajador soviético en Polonia, aumentó el temor de un ataque a la URSS. Todos estos elementos se conjugaron para que el giro de Stalin hacia la colectivización e industrialización, de 1928-9, fuera interpretado por muchos comunistas (y no solo los de la Oposición de Izquierda), activistas, la intelectualidad de izquierda, y seguramente franjas importantes de la clase obrera, como un paso hacia el socialismo. Volveré varias veces sobre este factor de legitimación por izquierda de la política de Stalin en los 1930.

Bibliografía :
Ball, A. (1985): “NEP's Second Wind: The New Trade Practice”, Soviet Studies , vol. 37, pp. 371-385.
Betttelheim, C. (1978):  La lucha de clases en la URSS. Segundo período (1923-1930) , México, Siglo XXI.
Cohen, S. (1976):  Bujarin y la revolución bolchevique. Biografía política 1888-1938 , Madrid, Siglo XXI.
Harrison, M. (1985): “Primary Accumulation in the Soviet Transition”,  Journal of Development Studies,  vol. 22, pp. 81-103.
Johnson, S. y P. Temin (1993): “The Macroeconomics of NEP”,  The Economic History Review , New Series, vol. 46, pp. 750-767.
Lewin, M. (1965): “The Immediate Background of Soviet Collectivization”,  Soviet Studies , vol. 17, pp. 162-197.
Trotsky, L. (1973):  La revolución traicionada , Buenos Aires, Yunque.
Trotsky, L. (1974):  Stalin, el gran organizador de derrotas. La III Internacional después de Lenin , Buenos Aires, Yunque.
Wheatcroft, S. G.; R. W. Davies y J. M. Cooper (1986): “Soviet Industrialization Reconsidered: Some Preliminary Conclusions about Economic Development between 1926 and 1941”,  Economic History Review , XXXIX, pp. 264-294.

 

(6) Comienza el giro

La crisis del grano tomó al Partido desprevenido. Todavía en el XV Congreso, realizado a fines de 1927, Stalin se enfocó en atacar a la izquierda. Con el acuerdo de los bujarinistas, se expulsó a la Oposición (Trotsky y Zinoviev habían sido expulsados del Partido poco antes). Sin embargo, ya había conciencia de los problemas con la provisión de grano, y se aceptaba que la política bujarinista exigía rectificaciones. Rykov y Bujarin propusieron limitar las actividades de los  kulaks,  favorecer a las cooperativas y acelerar la industrialización; Rykov también contempló desviar recursos desde el agro a la industria (Lewin, 1965). Stalin insinuó que había que “liquidar” al  kulak  como estrato social. Finalmente se decidió dar más importancia a la industria y al rol del Estado, se elevaron los precios de los productos industriales, disminuyeron los suministros al agro y se dispuso lanzar un plan quinquenal.

Sin embargo, en 1928 la crisis de aprovisionamiento se agravó. La cosecha en Ucrania y el Cáucaso Norte no fue buena. Los métodos de requisa compulsiva, empleados el año anterior habían provocado gran descontento. Los campesinos volvieron a retener el grano y  en las ciudades hubo hambre. “En enero de 1928 la clase obrera se encontró abocada a una hambruna inminente” (Trotsky, 1973). Hubo necesidad de frenar todas las exportaciones de cereales.

Alarmado, el Politburó decidió aumentar el precio del grano. Fue la última victoria del ala de Bujarin, que se oponía a las medidas duras. En el Pleno del Comité Central de julio de 1928 Stalin planteó que puesto que la Rusia soviética carecía de colonias, y no podía industrializarse apelando a créditos externos leoninos, el excedente debía provenir de los campesinos. Los campesinos no solo pagaban los impuestos, sino también sobrepagaban a través de los altos precios industriales y los bajos precios del grano (Stalin, 1928a). Eran los argumentos de Preobrazhenski. Hacia el fin del verano Stalin denunció un “golpe  kulak ” y el Politburó, donde ya tenía mayoría, envió al campo brigadas obreras con plenos poderes; se castigó a funcionarios a los que se consideraba responsables de la crisis, se cerraron mercados y los campesinos fueron obligados a entregar el grano a precios bajos. Pero ahora la mayor carga recaía sobre los campesinos medios, dado que los excedentes de los  kulaks  ya habían sido requisados (Cohen, 1976). Los métodos fueron similares a los aplicados durante el Comunismo de Guerra. Aunque se dijo que se trataba de una medida “de emergencia y excepcional”, hubo resistencias. Según una comunicación personal de Bujarin a Kamenev  (citada por Deutscher, 1979), la GPU habría reprimido unas 150 revueltas espontáneas en el campo. Stalin dio poder a los funcionarios locales para multar, y a veces poner en prisión, a los campesinos que no suministraban las cantidades requeridas. También se autorizó a las autoridades locales a vender las propiedades de aquellos campesinos que no cumplieran con las exigencias (Nove, 1973).  Era el fin de la NEP . Rápidamente Bujarin y sus partidarios perdieron  posiciones dentro del Partido, el Estado y los sindicatos.

Naturalmente, el giro interno a la izquierda tuvo su correlato en la Internacional Comunista. A partir de 1928-9 se caracterizaría que el capitalismo había entrado en un nueva fase de crisis y revoluciones (el llamado “tercer período”) y se planteó que los Partidos Comunistas debían lanzarse a la ofensiva, rechazando todo tipo de colaboración con la socialdemocracia, a la que se caracterizaba ahora de “socialfascista” y de principal enemiga en el movimiento obrero.

La ofensiva contra los especialistas

Como parte de la lucha contra la derecha y los  kulaks , se desplegó también una ofensiva contra los “especialistas burgueses”. Se llamaban así a quienes habían recibido su educación bajo el régimen zarista, o eran hijos de la vieja inteligentsia burguesa. Durante la NEP muchos habían sido convocados para estar al frente de la dirección  técnica de las empresas o instituciones estatales, pero estaban subordinados al control político de comisarios comunistas o proletarios. La incorporación de especialistas burgueses había sido parte de la política recomendada por Lenin (antes de la guerra civil, y cuando se establece la NEP), de avanzar al socialismo utilizando métodos del capitalismo de Estado.

Por eso, la ofensiva contra los especialistas de finales de los 1920 fue leída como parte del giro “de izquierda”, y acorde con la colectivización y la industrialización forzadas. Comenzó en la primavera de 1928, cuando se anunció que se había descubierto una conspiración de 55 ingenieros y técnicos en minería en la ciudad de Shakhty, en el Cáucaso Norte. Oficialmente se dijo que los complotados preparaban sabotajes, en alianza con los antiguos propietarios de las minas. Hubo un juicio público fraguado, del que resultaron cinco sentencias de muerte y 44 condenas a prisión. A partir de ese momento los especialistas pasaron a ser sospechados de potenciales saboteadores y agentes del capitalismo internacional, que deberían ser reemplazados por comunistas jóvenes, educados en las escuelas soviéticas (Fitzpatrick, 1974). Stalin sostuvo que el “sabotaje” en Shakhty probaba que a medida que avanzaba el socialismo, se intensificaba la lucha de clases, y que los acusados estaban en acuerdo con el capitalismo internacional para atacar a la URSS. “Los hechos muestran que el affaire Shakhty fue una contrarrevolución económica, complotada por una sección de expertos burgueses, antiguos propietarios.  (…)… es un asunto de intervención económica en nuestros asuntos industriales por parte de organizaciones capitalistas antisoviéticas de Europa Occidental” (Stalin, 1928).

El asunto de Shakhty puede ser considerado como “una estrategia de movilización para crear una atmósfera de crisis y justificar las demandas del régimen de sacrificio y extraordinarios esfuerzos en la causa de la industrialización” (Fitzpatrick, citada por Josephson, 1988). Por eso también, fue el disparador de un movimiento “desde abajo”, motorizado por comunistas jóvenes y proletarios, contra el  establishment  cultural, encarnado en el Comisariado Popular para la Instrucción Pública, dirigido por Lunacharsky y afín a Bujarin, y la  intelingentsia  burguesa. Shakhty también contribuyó a construir el clima fuertemente represivo de los 1930; el temor a ser acusado de saboteador y contrarrevolucionario, incluso por equivocaciones menores, pasó a ser una constante en la sociedad soviética.

Primer Plan Quinquenal, industrialización acelerada y requisa

A fines de 1928, y en paralelo con la colectivización, el Gobierno decidió embarcarse en una industrialización a marchas aceleradas, y aumentar sustancialmente la inversión. Con este objetivo se proclamó el Primer Plan Quinquenal, que tenía el carácter de una ley impuesta al país. Se trataba, como explicó Stalin, de realizar una “revolución desde arriba”, como la que había hecho Pedro el Grande para industrializar a la Rusia atrasada. El Plan establecía incrementar la producción de comida y bienes de consumo, a la par del aumento de la producción de medios de producción. El incremento de la producción agrícola era indispensable para alimentar a la mayor población urbana que se necesitaba para la industrialización (Davies y Wheatcroft, 2009), y también para incrementar las exportaciones. Pero los objetivos, que se establecieron en 1929, fueron desmesurados: el ingreso nacional, la inversión y la producción industrial debían multiplicarse en cinco años por un factor de entre dos y tres, la inversión en la industria pesada debía representar el 78% de la inversión industrial, la producción de máquinas y equipos aumentar 230%, y el consumo también debía aumentar (Nove, 1973; Cohen, 1976); solo en 1929 se proyectaba elevar la producción industrial un 32%.

Por otra parte, el Gobierno estaba confiado en que la cosecha mejoraría en 1929, y a fin de asegurar el abastecimiento, había dispuesto la represión a los comerciantes de granos y el cierre de los mercados libres (Narkiewicz, 1966). Sin embargo, la cosecha nuevamente disminuyó (aunque también es posible que hubiera ocultamiento por parte de los campesinos; véase Narkiewicz). En consecuencia, no solo no hubo excedentes agrícolas para exportar, sino se agravó el abastecimiento. A mediados de 1929 se extendió el racionamiento de alimentos en las ciudades. El Gobierno intensificó las requisas, y aumentaron las denuncias de las actividades saboteadoras de los  kulaks . Aunque esto permitió aumentar la provisión de granos, a mediano plazo agravaba los problemas, ya que la entrega forzosa a los precios establecidos por el Estado inducía a los campesinos a reducir la siembra. La dirección stalinista acusó de nuevo a los  kulaks,  y a muchos les fueron impuestos cargas que en la práctica significaban la expropiación. Pero en la dirección también había creciente conciencia de que la pequeña producción no podía abastecer a las ciudades en constante crecimiento, ni proveer la materia prima necesaria para la industrialización. Esto contribuyó a que se comenzara a considerar como solución de las dificultades a la colectivización: la formación de grandes unidades productivas habilitaría economías de escala y aplicar tecnología también a gran escala. “En 1929, contra el fondo de la tensión entre el campesinado y el Estado, las autoridades soviéticas concluyeron que la implementación del programa de industrialización sería imposible si no se ponía a la agricultura bajo un firme control” (Davies y Wheatcroft).

Desde comienzos de 1929 la ofensiva se aceleró. En febrero se estableció un impuesto adicional a los campesinos. En abril Stalin volvió a atacar a la “desviación de derecha”, y caracterizó a los bujarinistas como oportunistas y saboteadores. También denunció a los  kulaks  por estar reteniendo el grano y los acusó de ser los causantes, además de la mala cosecha, de la caída en el aprovisionamiento. Sostuvo que las buenas cosechas habían fortalecido el poder de los campesinos ricos en el mercado, pero que los elementos socialistas de la economía estaban creciendo más rápido, y por lo tanto ya había condiciones para lanzar una ofensiva contra los elementos capitalistas. La lucha de clases se intensificaba, y debía “organizarse la recolección del grano. Las masas de campesinos pobres y medios deben ser movilizadas contra los  kulaks ; y debe organizarse su apoyo público a las medidas del Gobierno Soviético para aumentar la recolección del grano” (Stalin, 1929). Era necesario aplicar un impuesto adicional a los campesinos para canalizar recursos de la agricultura a la industria. Y afirmó que “debemos transferir  gradualmente  a los pequeños campesinos individuales a unidades colectivas de producción de gran escala”, la única capaz de hacer pleno uso del conocimiento científico y la tecnología moderna (énfasis agregado). También ese mes la XVI Conferencia de Partido hizo un llamado a acelerar radicalmente la industrialización y la colectivización que reproducía en parte, de forma literal, llamados anteriores de Trotsky (Deutscher, 1980).

Bibliografía :
Cohen, S. (1976):  Bujarin y la revolución bolchevique. Biografía política 1888-1938 , Madrid, Siglo XXI.
Davies, R.W. y S. G. Wheatcroft (2009):  The Years of Hunger: Soviet Agriculture 1931-1933 , Palgrave Macmillan, New York.
Deutscher, I. (1979):  Trotsky. Le prophète désarmé (1921-1929) , París, Christian Bourgois Editeur.
Deutscher, I. (1980):  Trotsky, le prophète hors-la-loi , París, Union General Editions.
Fitzpatrick, S. 1974: “Cultural Revolution in Russia 1928-32”,  Journal of Contemporany History , vol. 9. pp. 33-52.
Josephson, (1988): “Physics, Stalinist Politics of Science and Cultural Revolution ” ,  Soviet Studies , vol. 40, pp. 245-265.
Lewin, M. (1965): “The Immediate Background of Soviet Collectivization”,  Soviet Studies , vol. 17, pp. 162-197.
Narkiewicz, O. A. (1966): “Stalin, War Communism and Collectivization”,  Soviet Studies  vol. 18, pp. 20-37.
Nove, A. (1973):  Historia económica de la Unión Soviética , Madrid, Alianza Editorial.
Stalin, J. (1928): “The Work of the April Joint Plenum of the Central Committee and Central Control Commission”, https://www.marxists.org/reference/archive/stalin/works/1928/04/13.htm .
Stalin, J. (1928a): “Industrialization and the Grain Problem ”,  https://www.marxists.org/reference/archive/stalin/works/1928/07/04.htm#Industrialisation_and_the_Grain_Problem .
Stalin, J. (1929): “The Right Deviation in the CPSU(B)”,  https://www.marxists.org/reference/archive/stalin/works/1929/04/22.htm .
Trotsky, L. (1973):  La revolución traicionada , Buenos Aires, Yunque.

 

(7) Impacto en la Oposición de Izquierda del giro y represión 

Con el giro hacia la industrialización y el ataque a los kulaks , Stalin parecía adoptar el programa de la Oposición. Incluso hizo suya parte de la argumentación de Preobrazhenski, y otros miembros de la izquierda (véase parte anterior de la nota). Esa impresión se consolidó luego de la XVI Conferencia del Partido, realizada en abril de 1929. En ella se resolvió avanzar en la lucha contra el kulak –aunque todavía manteniendo formalmente la NEP- y en la industrialización. También se llamó a combatir el burocratismo en el Partido y el Estado, cuestión que analizaremos más adelante con cierto detalle. La ruptura con el ala bujarinista pareció definitiva.

Ante esta nueva situación, en las colonias de deportados trotskistas hubo dos corrientes principales (véase Deutscher 1979 y 1980; también Broué 1988, con una interpretación algo distinta). Por un lado, estaban los que consideraron que había que apoyar el giro de Stalin, ya que fortalecía al socialismo. Así, Preobrazhenski sostuvo que en las nuevas medidas se expresaba la “fuerza objetiva de la ley” de la economía nacionalizada, ley que se imponía a los dirigentes del Partido. Planteaba que la Oposición había sido la intérprete consciente de una necesidad histórica, de la cual la fracción stalinista era su agente. Por eso, había que negociar las condiciones de vuelta al Partido y participar del movimiento histórico que se iniciaba. Radek, otro destacado dirigente, ya en 1928 se había pronunciado de forma abierta en favor del giro. Consideraba que era importante el llamado de la dirección soviética a enfrentar el peligro kulak , y proponía organizar al proletariado rural, depurar al Partido de los elementos pro-burgueses  y  reintegrar a la Oposición (Broué). Preobrazhenski y Radek pensaban que lo central era corregir la política económica y confiaban en una reforma desde arriba (ídem). Por otro lado estaban los “irreductibles”, muchos de ellos jóvenes, que se negaban a cualquier compromiso con Stalin y ponían el acento en la necesidad de recuperar la democracia al interior del Partido y del Estado.

En cuanto a Trotsky, siguió denunciando el régimen represivo y reclamando la democracia socialista, lo cual lo alejaba de Radek y Preobrazhenski. Pero por otra parte coincidía en que el principal enemigo a derrotar era el bujarinismo, y que la colectivización y la industrialización, al fortalecer al proletariado, reforzaban los elementos socialistas del régimen soviético. Esta idea ya la había expresado en 1928 en “Crisis en el bloque de centro derecha”. Allí, luego de caracterizar el quinquenio anterior como años de reacción política y social, sostuvo que la recuperación económica había “reagrupado al proletariado en las empresas, renovado completamente sus cuadros y creado las premisas para un nuevo avance revolucionario”. Estos factores, añadía, empujaban al centro (Stalin) a la pelea con la derecha (Bujarin). Eran afirmaciones afines a la idea de Preobrazhenski de las leyes objetivas de la economía estatizada. Pero de aquí no derivó un planteo de apoyar a Stalin, como dice Deutscher. Es que tanto Trotsky como sus partidarios más cercanos, Sosnovsky y Rakovsky, consideraban que el régimen burocrático del Partido era un resultado de la presión de las clases enemigas, y esta era la clave de la posibilidad de una política proletaria (Broué).

Sin embargo, tiene razón Deutscher cuando sostiene que Trotsky consideró progresivo al giro de 1928-9. Esta caracterización está expresada en el artículo de 1928, y también en la declaración que firmaron Rakovsky, y otros partidarios estrechos de Trotsky, el 22 de agosto de 1929. En ella, además de criticar el régimen burocrático, se sostiene que las resoluciones de la XVI Conferencia y el giro habían borrado parcialmente las barreras entre “el Partido y la Oposición”. En consecuencia, se declaraban dispuestos a renunciar a los métodos fraccionales de lucha y someterse a los estatutos y la disciplina partidaria, pero reservando el derecho a defender sus opiniones (esta condición era a todas luces inaceptable para Stalin). La declaración recibió unas 500 firmas y fue respaldada por Trotsky.

Precisemos también que Trotsky se negó a hacer una alianza programática con los bujarinistas, contra Stalin. Consideraba que Bujarin y los suyos expresaban los intereses de los campesinos acomodados, de la aristocracia obrera y los empleados del Estado, en tanto el “centrista” Stalin representaba la casta burocrática que intentaba suplantar al Partido. Por eso Bujarin encarnaba a las fuerzas del Termidor, en tanto Stalin reflejaba el reflujo de la revolución (Broué). Sin embargo, acordó con Bujarin en luchar por un punto específico y delimitado: que se restableciera la democracia al interior del Partido. Era un ejemplo de la vieja táctica marxista de la unidad de acción. Pero la propuesta fue rechazada tanto por sus seguidores como por los partidarios de Bujarin (Deutscher 1980).

Los oposicionistas de izquierda que capitularon

El término capitulación  sintetiza lo que Stalin exigía de los oposicionistas: una renuncia en toda la línea a sus posiciones. Por eso la exigencia es indicadora del curso hacia el monolitismo burocrático que estaba en marcha. Ya en 1924 Zinoviev había presentado por primera vez los términos de la rendición. Decía:  “ La Oposición debe capitular completamente y sin condiciones, tanto sobre el plano político como sobre el organizativo… Deben renunciar a sus puntos de vista anti-bolcheviques… Deben denunciar las faltas que han cometido y que han devenido faltas ante el Partido ”  (citado por Broué). De hecho, significaba renunciar a la esencia misma del revolucionario, a sostener su opinión frente a cualquier poder constituido. Pero estos fueron los términos en que, en 1929, volvieron al Partido los oposicionistas. Zinoviev y Kamenev ya lo habían hecho al final de 1927.

De manera que en julio, poco después de la XVI Conferencia, Radek, Smilga y Preobrazhenski firmaron el correspondiente documento de capitulación frente a Stalin. Expresaban allí su apoyo a la industrialización, a la lucha contra los kulaks, la derecha y los elementos capitalistas, y por la construcción de las granjas colectivas. También al combate contra el burocratismo en los aparatos del Estado y el Partido; combate que prometía la Conferencia. El documento de capitulación de Preobrazhenski y Radek fue firmado por 400 oposicionistas (Broué). Su postura era congruente con el entusiasmo más general que despertó el giro de fines de los veinte en sectores de la militancia comunista y de la vanguardia obrera. Este factor de legitimación de la política stalinista de los 1930 no debiera despreciarse; volveremos sobre ello más adelante.

Reingresados al Partido, Radek asumió funciones dirigentes en la Internacional y escribió una crítica a la teoría de la revolución permanente, de Trotsky. Preobrazhenski fue designado en la dirección de Planificación y luego, en 1932, en el directorio del Comisariado del Pueblo de la Industria Liviana. Piatakov, también antiguo oposicionista que había capitulado en 1928, fue puesto al frente del Gosbank (Banco del Estado) y en 1930 fue incorporado al Vesenkha, la institución más alta en la dirección de la economía. De todas formas, una vez que Stalin hubo afianzado su poder, todos esos destacados dirigentes de la vieja oposición de izquierda fueron acusados de actividades anti-soviéticas,  condenados y eliminados: Piatakov fue ejecutado en 1936, Preobrazhenski en 1937, Smilga en 1938 y Radek (que hizo las denuncias más brutales contra la Oposición de Izquierda durante su juicio) murió en prisión en 1939. Otros militantes y cuadros de la izquierda, que también habían reentrado al Partido a finales de los 1920, sufrieron destinos similares.

Por otra parte, el giro de 1928-9 no atenuó la represión contra la izquierda. A fines de 1928 la GPU registraba que entre 6000 y 8000 opositores de izquierda habían sido detenidos y deportados (Deutscher, 1979). Desde comienzos de 1928 entre 1000 y 2000 oposicionistas de izquierda habían sido deportados a aldeas lejanas y aisladas; otros estaban en prisión (Broué). Trotsky había sido deportado a Alma Ata, a 4000 kilómetros de Moscú. Pero a comienzos de 1929 el Politburó votó -con el rechazo de Bujarin, Rykov y Tomski- su expulsión de la URSS. Era un intento de cortar toda comunicación de Trotsky con las colonias de sus partidarios, exiliados o encarcelados. A su vez, las condiciones en los campos de detención y en las cárceles se hicieron más duras. Otros grupos oposicionistas fueron igualmente reprimidos. Posiblemente Stalin preveía las convulsiones sociales que se avecinaban, y temía que la izquierda pudiera capitalizar el descontento.

El vuelco a la colectivización

Según Narkiewicz, en 1928 Stalin era consciente de que no tendría la aprobación de los campesinos para avanzar a la colectivización, y que el Estado tampoco disponía de máquinas y equipos para llevarla a cabo. Pero más importante, el aparato administrativo no era capaz de lidiar con un cambio económico y social drástico. Por eso, todavía a mediados de ese año Stalin no estaba en el camino de la colectivización completa. Aun los más ardientes partidarios de la misma reconocían que en la URSS no existían suficientes medios ni había cuadros políticos y técnicos para aplicarla en gran escala. En especial, faltaban ingenieros agrónomos, especialistas en mecanización de la agricultura, y organizadores y administradores de unidades productivas gigantes. Por eso, todavía la XVI Conferencia del Partido afirmaba que las granjas privadas predominarían en la economía rural durante muchos años. El Plan Quinquenal preveía la colectivización del 20% de las granjas para 1933; era una cifra elevada, pero nada comparado con lo que vino después. Tampoco se preveía la liquidación inmediata del  kulak ; solo aplicarle impuestos más elevados.

Sin embargo, a partir de septiembre de 1928 la dirección soviética toma conciencia de que el plan de recogida del grano no estaba funcionando. El Gobierno culpaba por esto a los  kulaks , pero también muchos campesinos pobres y medios no entregaban la producción al Estado e intentaban venderla por su cuenta. Hasta hubo autoridades locales que se resistieron a entregar el grano. Stalin respondió a las dificultades con medidas administrativas y represivas, y otorgó plenos poderes a brigadas de obreros enviadas al campo conseguir el grano. Estas requisas provocaron revueltas que fueron enfrentadas con más represión. Pero además de la resistencia campesina, el Estado tampoco estaba en condiciones de conseguir el grano. Es que en las instituciones estatales reinaba una gran desorganización, y ni siquiera había suficientes medios de transporte, instalaciones para el almacenamiento (en muchas localidades el cereal se pudría porque no había donde guardarlo) y dispositivos técnicos (por ejemplo, balanzas) para recoger el grano (Narkiewicz).

A comienzos de 1929 la crisis se agudizó. En el primer semestre el acopio de cereales fue de 2,6 millones de toneladas, contra 5,2 millones en 1928 (Bettelheim). Acorralado, Stalin comenzó a ensayar la colectivización en el verano de 1929. Según Nove (1973), secretamente se dio la orden a funcionarios locales para intentarla en áreas seleccionadas, utilizando los medios que fueran necesarios. Bettelheim (1978) señala que hubo presiones sobre los campesinos, incluidos los pobres, para que se incorporaran a los  koljoses . Se los amenazó con que, en caso de negarse, no recibirían semillas ni máquinas; a veces fueron multados, encarcelados temporalmente o amenazados con la deportación. Así se logró que entre junio y octubre el número de campesinos en cooperativas se elevara de un millón a 1,9 millones. Entonces Stalin sacó la conclusión de que era posible colectivizar rápidamente. Temía, además, una contrarrevolución en larga escala, y esto parece haberlo inducido, al final del otoño de 1929, a apretar el acelerador. Según Narkiewicz, la decisión tuvo el carácter, al comienzo, de una medida punitiva contra los campesinos que se oponían a la confiscación del grano. Bettelheim anota, en el mismo sentido, que correspondió “a una necesidad política y no a una  necesidad económica ”. También parece haber habido impulsos desde las instancias intermedias del Partido. Según Viola (1987) “[d]esde el verano de 1929 las autoridades a niveles regionales estaban utilizando la  dekulakización  de manera arbitraria y aleatoria, y más básicamente como un método para dar respuesta a las urgencias del día a día, entre las cuales no eran menores la requisa del grano y la colectivización. Pero más importante, la  dekulakización  también se usaba, desde mediados de 1929, como un medio para impedir la matanza y venta de ganado, o la auto- dekulakización , por vía de la venta de la propiedad y la huida”.

Bibliografía :
Betttelheim, C. (1978):  La lucha de clases en la URSS. Segundo período (1923-1930) , México, Siglo XXI.
Broué, P. (1988): Trotsky , Paris.
Deutscher, I. (1979):  Trotsky, le prophète désarmé , París, Union General Editions.
Deutscher, I. (1980):  Trotsky, le prophète hors-la-loi , París, Union General Editions.
Narkiewicz, O. A. (1966), O. A.: “Stalin, War Communism and Collectivization”,  Soviet Studies  vol. 18, pp. 20-37.
Nove, A. (1973):  Historia económica de la Unión Soviética , Madrid, Alianza Editorial.
Trotsky, L. (1928): “Crisis in the Right-Center bloc”, https://www.marxists.org/archive/trotsky/1928/11/crisis.html.
Viola, L. (1987): “The Campaign to Eliminate the Kulak as a Class. Winter 1929-1930: A Revaluation of the Legislation,  Slavic Review , vol. 45, pp. 503-524.

 

(8) El Gran Giro

El 7 de noviembre Stalin publicó un artículo, “El año del Gran Giro”, en el que sostenía que los campesinos medios se estaban incorporando a las cooperativas. Aseguraba que “si el desarrollo de los  koljoses  y  sovjoses  se lleva a cabo a un ritmo acelerado, no hay lugar a dudas de que en tres años, más o menos, nuestro país se convertirá en un gran productor de grano, si no en el mayor del mundo”. Se refería también al crecimiento de la iniciativa creativa y al entusiasmo laboral de las masas, animadas por la emulación socialista y por la introducción de la jornada laboral ininterrumpida. Terminaba afirmando que se dejaba el viejo camino del desarrollo capitalista para iniciar el del socialismo (Stalin, 1929a). Ahora la consigna era colectivización total e inmediata. Los campesinos debían incorporarse a los koljoses , o a los  sovjoses .

Aclaremos que formalmente el  koljós  era una cooperativa de producción, en la cual los campesinos participaban voluntariamente; también “en los papeles” debía ser manejada según los principios de autogestión socialista y participación democrática de sus miembros. Sin embargo, solo tenía de cooperativa la propiedad nominal en común de los activos que no fueran la tierra, nacionalizada en 1917. Sus miembros recibían un salario, no participaban de los beneficios, ni gozaban del derecho a retirarse. En consecuencia, no se distinguía, en sustancia, del  sovjós , manejado por el Estado y cuyos trabajadores recibían un salario, como si se tratara de una fábrica. Por eso, la entrada al  koljós  implicaba que los campesinos perdían el control de sus medios de producción (ganado, arado, etcétera), que eran “socializados”. Aunque recién en marzo de 1930 se precisaron qué animales podían ser conservados en propiedad privada; y entonces también se dispuso que los campesinos de los koljoses pudieran tener un lote individual. Es de señalar asimismo que la maquinaria agrícola no pertenecía al  koljós , sino a las Estaciones de Máquinas Tractores, del Estado. Los  koljoses  pagaban un impuesto, que normalmente rondaba el 20% de la cosecha, a las Estaciones para usar los tractores.

Apenas un mes después del discurso de Stalin, el Consejo de Comisarios del Pueblo decidió que se colectivizarían, solo en 1930, 30 millones de hectáreas, y que los  sovjoses  abarcarían 3,7 millones de hectáreas; alrededor de una cuarta parte de los hogares campesinos deberían estar en granjas colectivas al finalizar ese año (Bettelheim).

El 27 de diciembre de 1929 Stalin brinda otro importante discurso ante estudiantes y especialistas de cuestiones agrarias. Comienza afirmando que millones de campesinos, pobres o de nivel medio, se estaban uniendo a las granjas colectivas, lo que allanaba el camino para acabar con los  kulaks  como clase social. Sostiene que era imposible continuar la reproducción ampliada de la industria socialista si en el agro seguía predominando la producción del pequeño  campesino, que no se reproducía de forma ampliada. Era necesario por eso avanzar a la agricultura en gran escala, capaz de superar ese estancamiento. Pero para hacerlo con contenido socialista (porque la producción en gran escala también podía ser capitalista) debían introducirse las granjas colectivas y estatales; estas emplearían máquinas y métodos científicos en gran escala. Contra lo que decía la derecha, los campesinos no irían espontáneamente al socialismo, ya que la pequeña producción, librada a sí misma, genera capitalismo, no socialismo. Por eso, las grandes granjas eran la vía para que la ciudad socialista liderara al pequeño campesino. Además, en Rusia, a diferencia de Europa Occidental, el pequeño campesino no estaba atado al lote de tierra, dada la nacionalización de la tierra que había hecho la Revolución. Las granjas colectivas entonces serían la solución al problema de las tijeras: el grano se produciría más barato, y además se crearían las condiciones para superar la antítesis entre la ciudad y el campo.

El poder soviético pasaba ahora de una política de restringir las tendencias explotadoras del  kulak,  a su eliminación como clase . La Oposición, dirigida por Zinoviev y Trotsky, había pedido en 1926-7 la ofensiva contra los campesinos ricos, pero en aquel momento era una política aventurera, dada la debilidad de las granjas colectivas y estatales. En cambio, en 1929, ya se podía reemplazar la producción del grano del  kulak  con la producción de las granjas colectivas y estatales. Además, la política aconsejada por la Oposición era de simples “pinchazos”, y se necesitaba una ofensiva “real”, que significaba aplastar y acabar con el  kulak  como clase. Los campesinos ricos no deberían siquiera entrar a las granjas colectivas porque eran los enemigos jurados del movimiento de las granjas colectivas (Stalin, 1929b).

Un aspecto señalado por Fitzpatrick (1999) es que a pesar de la trascendencia de la medida, ni en este discurso ante especialistas agrarios, ni en otras intervenciones, Stalin, o la dirección soviética, dieron alguna guía específica de cómo llevar a cabo la colectivización y la “liquidación del kulak como clase”. Recién el 2 de marzo de 1930, después de dos meses de desastres en el agro, aparecería una declaración pública (“Mareados con el éxito”) de Stalin con algunas precisiones, junto a un descargo de responsabilidades en los funcionarios locales, que fueron acusados de “excesos” socializadores.

En todo caso, por lo menos tres puntos del argumento de Stalin debieron de haber tenido un fuerte impacto en la militancia comunista, la inteligentsia de izquierda y probablemente en sectores de la clase obrera. En primer lugar, la perspectiva de superar definitivamente las crisis de las tijeras; en segundo término, el programa de avanzar hacia una agricultura en escala que representaría, junto a la industrialización, un gran desarrollo de las fuerzas productivas. Pero lo más importante era que ese desarrollo se presentaba en dirección al socialismo. Se acabaría con el kulak (y con los “hombres de la NEP”), al tiempo que la gran industria y la estatización fortalecerían socialmente a la clase obrera. Son los elementos que, a pesar de todas las críticas, Trotsky rescatará como positivos en la política soviética de los 1930.

Burocratización y la “lucha contra la perversión burocrática”

El giro de 1928-9 fue sostenido por mayores niveles de represión y control burocrático por parte de la cúpula dirigente sobre el Partido (que se identificaba más y más con el Estado). Aunque ese mayor control burocrático se acompañó de constantes llamados de la dirección stalinista a combatir a la burocracia. Este aspecto es enfatizado por Bettelheim cuando analiza la XVI Conferencia, realizada en abril de 1929. En esta Conferencia, que fue de transición entre el abandono de la NEP y el inicio de la colectivización, se convocó al Partido y a los soviets a luchar “contra la perversión burocrática del aparato del Estado, que a menudo oculta a amplias masas de trabajadores la naturaleza efectiva del Estado proletario…” (véase Bettelheim). Pero, como dice Bettelheim, la crítica al burocratismo no indaga en sus causas , ni se indica “la vía capaz de hacer posible que la iniciativa de las masas llegue a romper la tendencia de los aparatos a dominarlas y a funcionar como aparatos políticos burgueses, no como aparatos proletarios”.

De todas formas, la repetición de este tipo de ataques a la burocracia desde la alta burocracia (que se reiteran en otros regímenes de “socialismos reales” ) obliga a pensar en el motor que los impulsa. En este punto, se pueden adelantar, tentativamente, dos causas. La primera es que pueden ser el reflejo del descontento de las masas con el Estado y sus funcionarios, con su prepotencia y extrañamiento con respecto al ciudadano común. En un Estado que se llama a sí mismo proletario, este no es un tema menor en lo que hace a su legitimación. En los años 1930 la crítica al funcionario insensible a las necesidades y demandas del pueblo, se convirtió en una constante de la vida cotidiana soviética, que se expresaba incluso en chistes y caricaturas de amplia circulación (Fitzpatrick, 1999). Por eso, la denuncia de los comportamientos burocráticos, realizada desde la misma alta dirección burocrática, puede buscar descomprimir el descontento, y constituye un elemento de legitimación de esa misma alta dirección.

Pero en segundo lugar, el funcionamiento burocrático se convierte invariablemente en un obstáculo para el cumplimiento de las tareas que se proponen. En el caso de la XVI Conferencia, esa preocupación parece acentuada ante los objetivos que fijaba el Plan Quinquenal. Por eso, la Conferencia en sus resoluciones sostiene que las tareas “no pueden resolverse sin una mejora decisiva del aparato del Estado, sin su simplificación y la reducción de su costo, sin abordar de modo preciso las tareas encomendadas a cada uno de sus escalones, sin superar de modo decidido su rutina, su carácter embrollado y la asfixia burocrática, sus camarillas solidarias, su indiferencia hacia las necesidades de los trabajadores” (citado por Bettelheim).

Mucho de esto puede haber estado en la base de la crítica de la XVI Conferencia a la burocracia. Tengamos en cuenta que Stalin, en el curso de la colectivización, más de una vez echará la culpa de los males a los estratos intermedios de funcionarios, que se “exceden”, que “no escuchan a las masas”, que actúan “con indiferencia hacia los trabajadores”, etcétera. Pero además, durante el terror de 1937-8 este será un factor de justificación de los juicios y castigos (cárcel, internamiento en campos de trabajo, pena de muerte) a funcionarios, altos o medios, del Partido o el Estado. Por este motivo, y paradójicamente, el llamado a la lucha contra la burocracia permitió acentuar el control burocrático de la dirección sobre el Partido . La directiva de “eliminar a los elementos burocratizados”, así como la purga de los “elementos pequeñoburgueses” y de los “arribistas”, sirvieron para disciplinar y expulsar a críticos y elementos molestos. No eran las masas las que tomaban medidas contra los funcionarios que se habían alejado de ellas, sino otros funcionarios, dotados de poderes . “Los resultados de las operaciones de depuración dependen esencialmente… de la manera en que actúen los miembros de las comisiones de control… Dado que los miembros de las comisiones de control son escogidos, de hecho, entre los cuadros del partido, solo pueden actuar, en su gran mayoría, de conformidad con lo que consideran ‘correcto' aquellos, precisamente, a los que deben juzgar” (Bettelheim).

Las resoluciones exigían que para la depuración se tomaran en cuenta las opiniones de los miembros del Partido y que fueran “expulsados sin compasión” los partidarios ocultos de las diversas corrientes (ídem). Era un llamado a una caza de brujas. Como resultado, entre 1929 y 1930, aproximadamente el 11% de los efectivos del Partido fueron depurados. No era una cifra elevada (y una parte se reincorporaría luego), pero contribuyó a crear un marco político altamente represivo.

Una consecuencia inmediata fue que entre abril y diciembre de 1929 se tomarán numerosas decisiones “de carácter histórico –por cuanto conducen al abandono completo de la NEP- sin consultar a las instancias supremas del Partido. Cuando se reúnen estas instancias, solo les queda ratificar decisiones que ya están en curso de ejecución y han sido anunciadas públicamente” (Bettelheim). La asfixia casi total de la democracia socialista en la URSS, no puede dejarse de lado a la hora de hacer balance de en cuánto se reforzaron los elementos “socialistas” a partir del giro de 1928-9.

Bibliografía :
Betttelheim, C. (1978):  La lucha de clases en la URSS. Segundo período (1923-1930) , México, Siglo XXI.
Fitzpatrick, S. (1999): Everyday Stalinism. Ordinary Life in Extraordinary Times, Soviet Russia in the 1930s , Oxford University Press.
Stalin, J. (1929a): “A Year of Great Change. On the Occasion of the Twelfth Anniversary of the October Revolution”,  https://www.marxists.org/reference/archive/stalin/works/collected/volume12/index.htm .
Stalin, J. (1929b): “Concerning Questions of Agrarian Policy in the USSR”,  https://www.marxists.org/reference/archive/stalin/works/1929/12/27.htm .

 

(9) Colectivización acelerada y por la fuerza 

Si bien Stalin afirmaba que el campesino medio se estaba incorporando voluntariamente a las granjas colectivas, eran principalmente campesinos pobres los que lo estaban haciendo (Viola, 1999). Según Bettelheim (1978), muchos de ellos aceptaron la colectivización por la ayuda que les prestaba el Estado; en vísperas de la siembra, estaban faltos de caballos y otros implementos, y la incorporación al  koljós  era su mejor alternativa. Sin embargo, la mayoría de los campesinos no estaba impresionada por el desempeño de los koljoses y pensaba que había mejores oportunidades trabajando fuera de la granja y llevando los productos al mercado (Davies y Wheatcroft 2009). Otros consideraban que la incorporación a las granjas colectivas significaba perder los lotes que habían obtenido con la Revolución y se resistían. Por eso, si bien hubo algo de entusiasmo “desde abajo”, las campañas regionales ya habían empezado a recurrir a la coerción para lograr altos porcentajes de colectivización. “Incluso en este [primer] estadio la colectivización fue impuesta en gran medida ‘desde arriba'. Orquestada y dirigida por las organizaciones regionales del Partido, con la sanción implícita o explícita de Moscú, los funcionarios distritales y los comunistas y obreros urbanos llevaron la colectivización al campo. Las brigadas para la requisa del grano, que ya estaban obsesionadas con obtener altos porcentajes, fueron transferidas en masa a la colectivización” (Viola, 1999).

Se trataba, a todas luces, de una política aventurera. Trotsky (1973) anota: “Los empíricos, trastornados, llegaban a creer que todo les era posible. El oportunismo se había transformado, como sucediera a veces en la historia, en su contrario, el espíritu de aventura”. Ni siquiera se tuvo en cuenta la debilidad del Partido en el agro: había células en 23.458 aldeas sobre un total de 70.849; y en muchos casos la célula partidaria constaba solo de un secretario y una persona dedicada a la propaganda (Liu, 2006).

Dadas las resistencias a la colectivización, el Gobierno decidió aplicar sanciones. Las no penales eran para aquellos que se negaban a entrar en las granjas colectivas, pero no estaban clasificados como kulaks . Consistían en no venderles  mercancías y/o en la privación de tierras; a veces también se les quitaba la tierra en que estaban instalados y se les entregaba otra, de mala calidad o situada lejos de los pueblos que habitaban; también a muchos les fueron confiscados ganado, semillas e instrumentos de trabajo. Otras sanciones comprendían la imposición de alguna carga fiscal individual elevada, o la prohibición de que los hijos asistieran a la escuela (Bettelheim). Davies y Wheatcroft señalan que los impuestos estaban fuertemente sesgados contra los campesinos individuales, a pesar de que legalmente solo debían dirigirse contra los  kulaks . Asimismo se imponían “pagos voluntarios de préstamos”, que se cobraron a partir de 1931; estos eran un 74% superiores, en promedio, para los campesinos individuales que para los que estaban en las granjas colectivas. También se redujo la tierra individual que podían tener los campesinos. En muchos casos, se obligaba a los campesinos a decidirse en una semana, o menos, por la incorporación a las granjas. Y por sobre todas las cosas, se utilizó la represión abierta. “Brigadas de colectivizadores, con poderes plenipotenciarios, recorrían el campo, deteniéndose brevemente en aldeas donde, a menudo con un arma en la mano, forzaban a los campesinos, bajo amenaza de dekulakización , a firmar la incorporación a la granja colectiva. La intimidación, el hostigamiento e incluso la tortura fueron utilizadas para conseguir las firmas” (Viola,  1999). La idea de Lenin, de que debían convencerse por experiencia de las ventajas de la cooperación, no tenía cabida en la política oficial.

En cuanto a los  kulaks , hemos visto en la parte anterior de la nota que, hacia finales de 1929, Stalin decidió que debían desaparecer como clase social. Se argumentaba que había que evitar que dominaran las granjas colectivas desde adentro, como habían dominado las asambleas de las aldeas en los 1920 (Nove, 1973). En consecuencia, se dispuso que comisiones formadas por la GPU, brigadas obreras y a veces con participación de campesinos, clasificaran a los  kulaks  en categorías, según la posibilidad de “reeducarlos”. Los considerados más recalcitrantes eran detenidos o enviados al exilio. Un segundo grupo, considerado menos peligroso, era también mandado al exilio, aunque el trato no era tan duro como para el primer grupo. Una tercera categoría la conformaban los destinados a trabajar en las granjas colectivas; pero mantenían el estigma de su origen  kulak y no eran miembros plenos del koljós hasta que se mostraran dignos de ser admitidos como tales (Viola). A veces también a algunos kulaks se les permitía permanecer en la localidad, pero se les entregaban las peores tierras (Bettelheim). En enero de 1930 unas 60.000 cabezas de familia enfrentaban la ejecución o la internación en campos de concentración, en tanto otras 150.000 familias eran expropiadas y enviadas al exilio en zonas remotas. Otro medio millón fue parcialmente expropiado y relocalizado dentro de sus distritos nativos (Viola).

Pero por otra parte, no está claro cuántos de los represaliados eran realmente campesinos ricos, ya que todo aquel que se negaba a entrar en las granjas colectivas era pasible de ser acusado de  kulak  y enemigo del socialismo; por eso, muchos fueron deportados bajo el cargo de “ kulaks  ideológicos” (Nove). La idea de que un campesino podía ser considerado kulak por su comportamiento político había sido adelantada por Lenin en 1918 para referirse a campesinos medios que retenían el grano, y fue retomada por Stalin durante la colectivización (Viola). También se incluían entre los kulaks a antiguos bandidos, ex oficiales blancos, curas y otros miembros de la iglesia. Pero incluso desde el punto de vista estrictamente sociológico, existían varios criterios para definir al kulak : iban desde la contratación de mano de obra a la posesión de varios emprendimientos, o al aumento de ingresos no basados en el trabajo propio. Getty y Naumov (2001) sostienen que el régimen “nunca pudo definir con precisión quién era kulak, ni siquiera de acuerdo con sus criterios teóricos sobre las dimensiones de la explotación agrícola, el número de ganado, etc. No obstante, pese a esta aparente contradicción, siguió atacando y denunciando a los kulaks e incluso llegó a fijar contingentes de represión”. Por otra parte, el kulak mantenía esa condición aun después de haber sido deskulakizado   y entrado a una granja colectiva (Viola).

Agreguemos que muchos campesinos (pero también curas de aldeas y otros) fueron acusados de ser promotores de rumores interpretados como propaganda o agitación subversiva, procesados por el artículo 58 del Código Penal (que concernía a crímenes contrarrevolucionarios), y sentenciados a penas de prisión por no menos de seis meses. Cuando se explotaban prejuicios religiosos o raciales vía el rumor durante disturbios de masas, el castigo podía llegar a la pena de muerte.

La colectivización se aceleró, además, porque las organizaciones regionales del partido, los administradores y funcionarios, en aras de “hacer méritos”, o temerosos de ser acusados de “desviación derechista”, o llevados por el entusiasmo (en la convicción de que estaban asegurando el futuro socialista), sobreactuaban. Las directivas para implementar la eliminación del kulak como clase, emanadas desde el centro en enero de 1930, fueron vagas y representaron casi una invitación a los excesos. En muchos lugares fueron interpretadas como una señal para que las organizaciones locales se lanzaran a una carrera frenética de colectivización y persecuciones. Así, hubo casos en que se dio la directiva de colectivizar localidades campesinas en menos de una semana (Bettelheim). Nove cita una declaración del responsable del Departamento de Propaganda y Agitación del partido, Kaminsky, en enero de 1930, que decía a los militantes: “Si en algunos asuntos usted comete excesos y es arrestado, recuerde que es arrestado por sus acciones revolucionarias”. Los miembros de la dirección del Partido que recomendaban alguna prudencia, fueron desoídos.

Resistencia y guerra larvada

A medida que la represión estatal se incrementó, también aumentó la violencia campesina, lo que a su vez incrementó la violencia estatal, llevando a una espiral sin fin de detenciones, pillaje, golpizas y odio (Viola). En su trilogía sobre Trotsky, y refiriéndose a la colectivización, Isaac Deutscher escribía: “Cada aldea, o casi, se convirtió en campo de batallas dentro de una guerra de clases de la cual antes nunca se había visto un ejemplo análogo; una guerra llevada a cabo por un Estado colectivista, bajo el comando supremo de Stalin, a fin de conquistar a la Rusia rural y triunfar sobre su individualismo obstinado. Las fuerzas de la colectivización eran reducidas, pero bien armadas, móviles y dirigidas por una voluntad única. El individualismo rural, cuyas vastas fuerzas estaban dispersas, fue tomado por sorpresa, con la masa de madera como toda arma de la desesperación. En esta guerra, como en toda otra, se vio abundancia de maniobras, escaramuzas indecisas, avances y retrocesos confusos, pero finalmente los vencedores se hicieron de los despojos y llevaron consigo a las incontables multitudes prisioneros que tomaron en las planicies vacías e interminables de Siberia y las grandes extensiones desoladas y heladas del Gran Norte” (1980).

Viola enfatiza también el carácter de verdadera guerra civil que adquirió la colectivización. “La colectivización de la agricultura fue un evento que dividió aguas en la historia de la Unión Soviética. Fue el primer esfuerzo del Partido Comunista de ingeniería social a escala de masas y marcó el inicio de una serie de sangrientos hitos que terminarían por caracterizar y definir al stalinismo”.  Agrega que la confianza en la viabilidad del socialismo trasplantado a las aldeas de los brigadistas enviados al campo rápidamente se evaporó cuando se vieron inmersos en un mundo ajeno y hostil, que se resistía a los trabajadores, a la ciudad y al socialismo al estilo stalinista.

Los campesinos, en su mayoría, sintieron la colectivización como el fin del mundo y resistieron la represión. Además, y contra lo que esperaban las autoridades –que los campesinos pobres y medios se enfrentaran con los kulaks -, la intervención del Estado los unificó. Existía una base social para ello: la revolución había nivelado en el campo, de manera que los campesinos pobres en los 1920 habían bajado desde el 65% al 25%, los kulaks del 15% a aproximadamente el 3%. El campesino medio era la figura dominante, y conformaba el estrato culturalmente más conservador de las aldeas, y el que más resistía el cambio. Además, los más débiles y las mujeres en especial, se aferraron tenazmente a nociones conservadoras y tradicionales, referidas al hogar, la familia, la fe y el matrimonio. Es que si bien la revolución había dislocado importantes aspectos de la vida campesina, las estructuras tradicionales habían permanecido (y continuaron incluso después de la colectivización). En este marco, la colectivización fue interpretada como una violación de las normas tradicionales de las autoridades de las aldeas, y de los ideales del colectivismo; para muchos era una amenaza al hogar campesino y a la supervivencia comunal, y una traición de los bolcheviques, quienes primero les habían dado las tierras y ahora se las quitaban. “Este es vuestro poder, toman la última vaca del campesino pobre, esto no es el poder de los soviets sino el poder de ladrones y saqueadores” (queja de un campesino registrada por la GPU en el Volga Medio, citado por Viola).

Bibliografía :
Betttelheim, C. (1978):  La lucha de clases en la URSS. Segundo período (1923-1930) , México, Siglo XXI.
Davies, R.W. y S. G. Wheatcroft (2009):  The Years of Hunger: Soviet Agriculture 1931-1933 , Palgrave Macmillan, Nueva York.
Deutscher, I. (1980):  Trotsky, le prophète hors-la-loi , París, Union General Editions.
Getty, J. A. y O. V. Naumov (2001): La lógica del terror. Stalin y la autodestrucción de los bolcheviques, 1932-1939 , Barcelona, Crítica.
Liu, Y. (2006): “Why Did It Go so High? Political Mobilization and Agricultural Collectivization in China”,  China Quarterly , Sep., pp. 732-742.
Nove, A. (1973):  Historia económica de la Unión Soviética , Madrid, Alianza Editorial.
Trotsky, L. (1973):  La revolución traicionada , Buenos Aires, Yunque.
Viola, L. (1999): Peasant Rebels under Stalin, Collectivization and the Culture of Peasant Resistance , Oxford University Press.

 

(10) Resistencia y red de rumores

Lanzada la colectivización, por todo el campo se extendió una densa red de rumores, una de las formas que tomó la resistencia campesina: “Los rumores son omnipresentes en las sociedades campesinas y tienden a prosperar en los climas especialmente propicios del temor y el levantamiento. Los rumores se convierten en una forma de noticias de subsuelo y de expresión social disidente en sociedades, comunidades y grupos que confrontan una prensa censurada y falsificada o tienen dificultades en acceder a las noticias. (…) Sin embargo, durante la colectivización los rumores funcionaron más que como simples noticias o verdad alternativa; fueron un arma en el arsenal de la resistencia campesina” (Viola, 1999; también para lo que sigue).

El rumor esparció el temor, asegurando la cohesión de la aldea frente al peligro “de afuera”, y garantizó el espacio necesario dentro del cual los campesinos construyeron una ideología que los unificó y movilizó contra el Estado. Se decía que este era el Anticristo, y que la granja colectiva su guarida; y que aquellos que firmaran la entrada a las granjas colectivas, serían sometidos a servidumbre, recibirían la marca del Anticristo o estarían obligados a compartir a sus esposas, dado el proyecto de los bolcheviques de “nacionalización de las mujeres”. También se hablaba de la inminente “socialización de los niños”, o de la venta de mujeres y niños a China. La granja colectiva era considerada incompatible con la religión: se decía que habría que trabajar los domingos, que las iglesias estarían cerradas, no se podría rezar y los muertos serían cremados. Pero había rumores más “materialistas”, como que los que entraran a las granjas perderían sus chozas y comerían ratas.

Todo apuntaba a deslegitimar al poder soviético. Los años de guerras y revolución, con sus sufrimientos y devastaciones, habían aumentado los temores y contribuido al aislamiento de las aldeas, y el período de la NEP era interpretado por los campesinos como un simple período de tregua. El sentimiento era de desesperación y desesperanza; por eso también la idea de la llegada del Anticristo se asociaba con el fin del mundo, no su regeneración. Aunque no puede determinarse hasta qué punto los campesinos realmente creían que se acercaba el fin de los tiempos, el rumor contribuía a superar particularismos regionales, y contrapesaba la agitación bolchevique que planteaba la divisoria en términos de clases sociales.

Paralelamente, los ataques bolcheviques a la Iglesia Ortodoxa también contribuyeron a la unificación campesina. En algunos casos el anti-bolchevismo campesino se mezclaba con el antisemitismo, que parece haber estado bastante extendido; por ejemplo, había sacerdotes que afirmaban que los comunistas servían a los intereses judíos. También las mayores libertades sexuales entre la juventud provocaban el rechazo de los campesinos adultos, y muchos interpretaban que detrás de ese cambio de las costumbres estaba la demoníaca triada Comunismo – Anticristo –perversión sexual. Lógicamente, los curas se convertían en usinas y transmisores de los rumores. De ahí también la reacción del gobierno de imponer penas fuertes a sus promotores.

Matanza de animales y liquidación de bienes

Junto al rumor, hubo otras formas de resistencia. Una de ellas fue la matanza de los animales, realizada tanto por los campesinos que no se habían incorporado a las granjas colectivas, como por aquellos que lo habían hecho. Los campesinos interpretaban que se acababa la vida y la cultura campesina tradicionales, y liquidaban el ganado, y a veces también los implementos de trabajo. Para los kulaks , era una forma de “auto- dekulakizarse ”; algunos lo hacían antes de abandonar el campo para ir a las ciudades. La “auto- dekulakización ” ahorró a cientos de miles de campesinos la expropiación, la deportación o algo peor. Pero los campesinos pobres y medios también protestaban contra una “socialización” que consideraban un saqueo, vendiendo o matando sus animales y otras propiedades, tratando de conservar cash, almacenar comida ante el temor de tiempos duros, o simplemente para negarle al poder soviético los frutos de su labor. También hubo destrucción de maquinaria, y otras formas de resistencia. Deutscher se refirió a esto como una rebelión de tipo luddista. Se trató, observa Viola, de un acto de sabotaje masivo al nuevo sistema de granjas colectivas. La matanza de los animales alcanzó grandes proporciones, afectó fuertemente a la economía, y tuvo consecuencias duraderas en el posterior funcionamiento de los koljoses y sovjoses .

Frente a la resistencia campesina y la liquidación de animales, las autoridades respondieron acelerando, entre fines de 1929 y comienzos de 1930, la colectivización, la dekulakización (que cada vez abarcaba más campesinos medios o incluso pobres) y la socialización de los animales; los funcionarios locales incluso apretaron más el acelerador que el Gobierno central. Lo que agravó la liquidación de animales y equipos por parte de los campesinos; y en respuesta, hubo más represión.

Terror campesino

Junto a las formas de resistencia antes descrita, también hubo un extendido terror, dirigido tanto a los campesinos que rompían con la comunidad, o tenían intención de hacerlo, como contra los funcionarios (véase Viola, 1999). El Gobierno habló de terror kulak , pero el fenómeno fue general: incluso, según las estadísticas oficiales, había una proporción relativamente alta de terroristas no kulaks . Hubo incendios provocados, circulación de amenazas, linchamientos y asesinatos de funcionarios locales y activistas campesinos. La gravedad de la situación era tal que en algunas localidades los miembros del Partido eran advertidos de mantenerse alejados de las ventanas cuando estaban trabajando en las instituciones soviéticas y de no caminar por las calles de la aldea después del anochecer. “La amenaza de violencia, de un ataque súbito o de ‘una bala disparada desde cualquier lugar', era omnipresente en el campo durante la colectivización” (Viola).

Según las estadísticas nacionales, los incidentes terroristas (incendios, asesinatos, asaltos, etcétera) pasaron de 1027 en 1928 a 9903 en 1929 y a 13.794 en 1930. De acuerdo a la GPU, mientras que en 1929 casi el 44% de los incidentes habían estado relacionados con las requisas de grano, en 1930 el 57% se vinculaban con la dekulakización y la colectivización. En 1930 hubo más de 1000 muertes de funcionarios soviéticos (datos de la GPU que deben ser tomadas con cuidado; véase Viola). La mayoría eran funcionarios locales de bajo rango, y activistas; muchos eran campesinos que apoyaban la colectivización. En ocasiones las ejecuciones y linchamientos se asentaban en formas anteriores de justicia campesina, vinculadas a las prácticas tradicionales comunitarias destinadas a mantener el orden y hacer justicia. También hubo oleadas de levantamientos y manifestaciones en masa, a medida que se intensificó la colectivización, que causaron profunda alarma en la dirección soviética en la primavera de 1930 (véase más adelante). Según las estadísticas oficiales, ese año los disturbios de masas fueron 13.754. Por otra parte, millones de campesinos emigraron a las ciudades, o a las estepas desoladas, donde las familias buscaban refugio y los jóvenes se unían a los “bandidos kulaks ”.

El drama de las deportaciones

Además de la hambruna, que trataremos luego, las deportaciones parecen haber sido una de las mayores fuentes de sufrimientos. “El número de los deportados en 1930 es considerable. Trenes enteros, llamados por los campesinos ‘trenes de la muerte', llevan a los deportados hacia el norte, las estepas y los bosques. Muchos mueren en el trayecto de frío, hambre o epidemias” (Bettelheim, 1978, citando un testigo). “Los preparativos para la deportación –transporte, alojamiento, comida, ropa, medicinas- parecen haberse hecho en simultáneo con las deportaciones. Los resultados fueron catastróficos. Se desataron epidemias en los “asentamientos especiales”, golpeando a los muy jóvenes y a los ancianos. De acuerdo a un informe de julio de 1931, para mayo de ese año más de 20.000 personas habían muerto solo en la región norte” (Viola, 1999).

Un registro del drama se encuentra en el diario de Alejandra Kollontai, embajadora de la URSS en Noruega cuando la colectivización. Antigua oposicionista de izquierda, en 1927 Kollontai se había alineado con Stalin contra Trotsky y Zinoviev. Un huésped, a quien no identifica en su diario, camarada del Partido que acababa de participar en el XVI Congreso, le describe las consecuencias de la orden de Stalin, de enero, de colectivizar rápidamente. El huésped había acompañado trenes cargados de  kulaks  deportados en el invierno de 1930. Kollontai, desesperada por las historias de desdichados campesinos, “niños, padres, los ancianos y los enfermos, todos arreados en carros como ovejas… Tomaron gente de aldeas prósperas,  kulaks , por supuesto, pero de todas maneras personas, no ganado”. La helada era tal que “los niños morían en los brazos de sus madres y eran arrojados de los carros en montones de nieve, mientras sus madres lloraban… No pude dormir después que se fue: madres y niños hambrientos aparecían ante mí… nadie tiene el derecho de matar de hambre a la gente o aumentar innecesariamente sus sufrimientos. ¿Cuántos niños murieron y por qué? Torpe, estúpido, una falta de verdadera humanidad comunista” (citado por Farnsworth, 2010).

Un párrafo aparte merece lo sucedido en la República Soviética de Kazajistán, ya que aquí no se trató de terminar con unidades campesinas sedentarias, sino con el nomadismo. A fines de la década de 1920 el 70% de los kazajos eran pastores nómades que recorrían vastas estepas semiáridas (Ohayon, 2013, también para lo que sigue). Las actividades de granja sedentarias, a cargo de otras nacionalidades, se concentraban en las áreas arables del norte, más ricas. Con la colectivización, el Gobierno soviético buscó convertir en sedentarios a los nómades, ubicándolos en  koljoses  en zonas que rodeaban a las estepas, y que no eran aptas para la agricultura. Para ello, lanzó una fuerte represión destinada a disciplinar a la población nómade y para aumentar el control sobre el Gobierno de la República, al que no se consideraba suficientemente sovietizado. Entre 1929 y 1932 se redujeron las tenencias de ganado de los nómades con vistas a proveer a las ciudades, y se elevaron las requisas de grano en toda la República. Esto generó resistencias, intentos de insurrección, disturbios y hasta guerrillas. El movimiento involucró a varias miles de personas, pero finalmente cedió cuando comenzó a extenderse el hambre. Muchos pastores huyeron de las estepas para salvar su ganado, lo que representó otra forma de resistencia. Según la GPU, 1,7 millones de kazajos emigraron de sus regiones nativas hacia Afganistán, China, Irán y Mongolia o hacia otras regiones de la URSS.

Agreguemos que a partir de 1928-9 comenzaron también las deportaciones por limpiezas étnicas, que adquirirían enormes proporciones en las décadas siguientes (ver aquí para una referencia).

Bibliografía :

Betttelheim, C. (1978):  La lucha de clases en la URSS. Segundo período (1923-1930) , México, Siglo XXI.
Farnsworth, B. (2010): “Conversing with Stalin, Surviving the Terror: The Diares of Aleksandra Kollontai and the Internal Life of Politics”,  Slavic Review , vol. 69, pp. 944-970.
Ohayon, I. (2013): “The Kazakh Famine: The Beginnings of Sedentarization”, Onlyne Encyclopedia of Mass Violence,  http://www.massviolence.org/IMG/article_PDF/The-Kazakh-Famine-The-Beginnings.pdf .
Viola, L. (1999): Peasant Rebels under Stalin, Collectivization and the Culture of Peasant Resistance , Oxford University Press.

 

(11) Retirada parcial y los métodos de Stalin

El 20 de febrero de 1930 el Gobierno soviético anunció que el 50% de los campesinos se había incorporado a los  koljoses  o  sovjoses ; las  tozes  habían sido descartadas. Era la mitad de la población campesina “colectivizada” en siete semanas (Nove, 1973). Sin embargo, en términos de producción, los primeros resultados de la colectivización fueron malos. Además de la destrucción provocada por los campesinos que se negaban a entrar en las granjas colectivas, la siembra se interrumpió. La aceleración de la colectivización provocó que la resistencia campesina adquiriera el carácter de un levantamiento general. La situación fue tan grave que incluso hubo disturbios en el Ejército Rojo cuando los soldados campesinos recibieron noticias de sus familias sobre lo que sucedía en las aldeas.

Alarmado, en marzo de 1930 Stalin decidió una retirada precipitada. Lo hace en un discurso que ya hemos citado, “Mareados con el éxito”. Anuncia que con el 50% de las granjas campesinas colectivizadas se había sobrecumplido el plan quinquenal en más de un 100% y que se había operado el giro radical del agro “hacia el socialismo”. Afirma que el éxito se debía a que los campesinos entraban voluntariamente a las granjas colectivas y que se había tenido en cuenta la diversidad de las condiciones locales. Sin embargo, reconoce que en  muchos lugares se había forzado la entrada de los campesinos, no se habían tenido en cuenta las condiciones particulares y muchos funcionarios se habían excedido, avanzando a la socialización de viviendas, animales de corral y otros bienes. Los bienes a socializar debían ser la tierra, el trabajo, la maquinaria, los animales de tiro y las construcciones de las granjas. En consecuencia llama a hacer una pausa, acusa de burocratismo a los funcionarios locales y plantea que los campesinos deben conservar lotes individuales al interior de las granjas, una medida de larga consecuencia. También podrían conservar vacas y aves de corral. Poco tiempo después se autorizó a comerciar parcialmente la producción campesina en mercados libres.

Esta intervención del 2 de marzo de 1930 es ilustrativa del método de Stalin: cuando se lanzó la colectivización, no hubo directivas precisas de cómo llevarla a cabo (cuestión señalada por Fitzpatrick, 1999; Viola, 1999). Pero el clima era de pronunciado giro “a la izquierda”, y llovían acusaciones por doquier contra los “derechistas” y “elementos pro-kulaks”. Cuando el desastre fue inocultable, Stalin describe una realidad que no existe –“los campesinos entran voluntariamente a las granjas”- y acusa a los funcionarios locales de “excesivo celo socializador”, de atacar inútilmente a las iglesias locales y de irritar a las masas queriendo socializar de forma compulsiva. Este tipo de intervenciones, que realizaba luego de haber dado una directiva central relativamente vaga, le permitía reacomodarse frente a las fallas y dificultades, mantener la presión y el control sobre el aparato y aparecer a los ojos de del pueblo como alguien más bien moderado, comprensivo y paternalista, que condena los excesos de sus subordinados.

De todas formas, la retirada no calmó a los campesinos. Por el contrario, en algunos casos parece haber intensificado la rebelión contra los funcionarios locales, a los que Stalin había acusado de excesos y burocratismo. En marzo los levantamientos alcanzaron un pico; entre los funcionarios reinaban la confusión y la desmoralización (Viola, 1999). El 2 de abril de 1930 el Comité Central del Partido informaba, en un memorándum secreto, sobre levantamientos en masa de campesinos en Ucrania, Kazajstán, Siberia, la región de Moscú y en el distrito Central de Tierra Negra. En la dirección reinaba un temor cierto a enfrentar un levantamiento general de los campesinos. Por eso, a partir del freno de marzo de 1930, en muchos lados se permitió a los campesinos abandonar las granjas. Como resultado, entre marzo y junio de 1930 el número de hogares colectivizados en toda la URSS pasó del 55% al 23%. Bettelheim observa que “[l]a amplitud del retroceso muestra hasta qué punto es frágil la ‘colectivización' realizada durante el invierno de 1929-1930”. Aunque hubo grandes desigualdades regionales: en el Norte del Cáucaso y Ucrania, la colectivización se mantuvo relativamente alta. En otros lugares, casi se la abandonó; en algunos sitios los campesinos que abandonaron los  koljoses  intentaron crear auténticas cooperativas; pero fueron desarticuladas. Indudablemente el abandono de los campesinos de las granjas colectivas ponía en evidencia, contra lo que había afirmado Stalin, el carácter forzado de la colectivización.

Nueva aceleración

A pesar de los problemas y la resistencia, poco después de la pausa se retomó la campaña por la colectivización Según una resolución del Pleno del Comité Central de diciembre, en 1931 el 80% de los hogares debería estar colectivizado en las principales áreas cerealeras. Así, en los primeros cinco meses de 1931 se lanzó la segunda gran ola de colectivización. Una vez más, se ejerció todo tipo de medidas para obligar al campesino a aceptar la colectivización: cargas impositivas, reducción de las tierras para los campesinos individuales, préstamos forzosos. En respuesta, recrudeció la resistencia. Estadísticas oficiales dicen que solo en los primeros seis meses de 1931 en el 15,8% de los  koljoses  hubo algún tipo de disturbio, y casi la mitad de ellos sufrieron dos o más ataques. Por disturbios se entiende envenenamiento de animales, daño de máquinas, o “ataques a los activistas”. Los informes de la policía los atribuían a los activistas, pero admitían que eran extendidos y que continuaron durante todos los meses de la colectivización (Davies y Wheatcroft).

La represión fue intensa. En total, entre 1930 y 1931 fueron deportados 1,8 millones de  kulaks;  y entre 1932 y 1939 serían deportados un millón de campesinos (Ellman, 2002). En consecuencia, de marzo a diciembre de 1931 el número de hogares de  koljoses  aumentó otros 1,2 millones, elevándose al final de año al 62,5% de los hogares campesinos. Y en los años siguientes se mantuvo la presión. Todavía en 1933 Stalin, refiriéndose a la zona del Don, decía –en una carta que luego citaría Krushchev- que los agricultores estaban empeñados en una “guerra silenciosa” contra el poder de los Soviets y justificaba por ello los arrestos masivos y otras medidas similares (Nove). En 1936 se había colectivizado el 89,6% de los hogares campesinos (idem). En definitiva, entre 1928 y 1932 unas 20 millones de granjas campesinas fueron reemplazadas por 240.000 granjas colectivas. También se eliminaron los pequeños artesanos, comerciantes privados y tenderos; muchos hombres de negocios fueron detenidos, acusados de especulación. “Para comienzos de la década de 1930, hasta los pequeños artesanos y tenderos habían sido forzados a abandonar sus actividades o a integrar cooperativas supervisadas por el Estado”, (Fitzpatrick, 2005).

Los problemas de la colectivización

Las consecuencias inmediatas de la colectivización fueron la liquidación de ganado, la quema de sembrado y la caída de la producción. Pero además estaban las dificultades inherentes a la operación de transformar 25 millones de economías campesinas individuales en medio millón de granjas colectivas (Davies y Wheatcroft, 2009). Fuentes oficiales reconocían que en las nuevas granjas colectivas no había experiencia en el manejo de ganado; la planificación era mala, los militantes enviados desde las ciudades no conocían sobre agricultura y desconfiaban de los consejos de los campesinos.  También se impusieron esquemas impracticables para la socialización de todo el ganado y el grano. Por otra parte, los publicitados koljoses gigantes que se formaron en 1930-1, e iban a permitir el desarrollo de la agricultura en gran escala, se derrumbaron rápidamente, o fueron eliminados. “El típico koljós era la antigua aldea, con sus campesinos –ahora en cantidad algo menor debido a la emigración, las deportaciones y la considerable merma de animales de tiro- viviendo en las mismas cabañas de madera y arando los mismos campos de la aldea de antes” (Fitzpatrick, 2005). Las principales transformaciones fueron en la administración y los procedimientos de comercialización. Los ingresos eran escasos y los campesinos resentían de la coerción que se ejercía sobre ellos (Nove, 1973). Incluso en una buena cosecha a los campesinos de las granjas colectivas no se les garantizaba un ingreso mínimo por su trabajo (Davies y Wheatcroft). Fitzpatrick (2005) señala que las cuotas de producción que debían entregar los koljoses eran muy altas, y los precios bajos, y que los campesinos recurrieron a la evasión y la resistencia pasiva. El Gobierno, por su parte, se mantuvo firme y tomó todo lo que pudo, lo que llevó a la hambruna en 1932-3.

El caos en la administración y en la agricultura, y la desmoralización incidieron para la caída de la producción. Si bien se incrementó, el uso de fertilizantes no compensó la caída en la provisión del estiércol, producto de la disminución del ganado. Se intentó extender las áreas sembradas, pero esto trajo aparejado el deterioro de la tecnología agrícola y la disrupción de sistemas establecidos. En muchos distritos desapareció la rotación de cultivos; recién en 1932 las autoridades apoyaron fuertemente la rotación, pero mucho del daño estaba hecho. Para ese año, en muchas regiones, particularmente en Ucrania, el suelo estaba agotado y estaban extendidas las enfermedades de los cultivos. Además, las requisas redujeron el grano para el forraje; lo cual se tradujo en una reducción drástica del número de caballos y bueyes (de 29,7 millones en 1928 a 18,8 millones en 1932) que no pudo ser compensada por el importante aumento del uso de tractores (Davies y Wheatcroft).

Es ilustrativa la carta que V. Feigin, un funcionario del Rabkrin (Inspección de Obreros y Campesinos), envía desde Novosibirsk a Ordzhonikidze, lugarteniente de Stalin y comisario de la Industria Pesada, con fecha abril de 1932. Después de señalar que había disminuido el ganado (por ejemplo, en el koljós Ziuzia el número de vacas lecheras había pasado de 2000 en 1928 a 507), proponía aumentar la propiedad privada de ganado en manos del koljosiano . Informaba también que la situación del grano era muy mala, que había muchas granjas que no tenían lo suficiente para cumplir con los planes de siembra, y que había hambre. Pero tal vez lo más significativo era el comentario sobre los campesinos: “Su actitud es absolutamente mala a la luz del hambre y del hecho de que están perdiendo sus últimas vacas, dado que el koljosiano no tiene leche ni pan. Vi todo esto con mis propios ojos y no estoy exagerando. La gente está muriendo de hambre, viviendo con sustitutos de comida, se están debilitando y naturalmente, en estas circunstancias, su estado de ánimo es hostil. Hacía mucho tiempo que no había visto una actitud como la que se ve ahora en las aldeas, debido al hambre y a la pérdida de las últimas vacas y ovejas. (…) Cuando llegue a Moscú, trataré de ver a Stalin e informarle, o si no tiene tiempo, le escribiré una carta” ( https://www.loc.gov/exhibits/archives/aa2feign.html ).

Refiriéndose a la forma en que se llevó adelante la colectivización, en la Revolución Traicionada Trotsky señala que “se hizo como si se tratase de establecer inmediatamente el régimen comunista en la agricultura” (1973). Stalin pretendió superar  los comportamientos individualistas por decreto y a marchas forzadas. La desmoralización repercutió en la calidad de los cultivos: “los campesinos que cultivaban la tierra estaban desmoralizados y los conductores de tractores y los encargados de su mantenimiento carecían de experiencia”. Se araba superficialmente, no se ponía atención en la regulación de la siembra ni en la eficiencia de la cosecha. Bettelheim (1978) señala que muchos campesinos trabajaban a regañadientes; y que “algunos, afectos hasta entonces al poder soviético, se transforman en elementos más o menos hostiles al mismo”.

También había robos y sabotajes. En 1932 se reconocía oficialmente que había “pillaje socialista” realizado por campesinos desmoralizados y, muy a menudo, hambrientos. Bettelheim dice que muchos campesinos conservaban sus concepciones de pequeños productores, no creían en la superioridad de la explotación colectiva, y que esto se reflejaba “en la importancia considerable que adquieren los robos de bienes colectivos, así como el hecho de que muchos  koljoses  son administrados de tal manera que a una parte de su producción mercantil se le da salida fuera de los circuitos legales”. El Gobierno respondió con más presión, pero eso no solucionaba el problema de las bajas cosechas, la desmoralización, la escasez y mal mantenimiento de los tractores y equipos, o los transportes deficientes.

A los problemas anteriores se sumaron las idas y vueltas en el terreno del comercio. Entre finales de 1929 y mediados de 1930 se intentó establecer un sistema con ausencia de dinero, o “intercambio de productos”. Luego, y hasta finales de 1931, se aceptó que continuaría la economía monetaria, pero que todo intercambio se haría a los precios oficialmente establecidos, o precios “socialistas”. Y el modelo adoptado a partir de 1932 incorporó el dinero, la contabilidad financiera y comercio de las granjas colectivas a precios libres. Estos giros acarrearon costos (Wheatcroft, Davies y Cooper, 1986); la desorganización de la distribución minorista era otro lastre.

Bibliografía :
Bettelheim, C. (1978):  La lucha de clases en la URSS. Segundo período (1923-1930) , México, Siglo XXI.
Davies, R.W. y S. G. Wheatcroft (2009):  The Years of Hunger: Soviet Agriculture 1931-1933 , Palgrave Macmillan, Nueva York.
Ellman, M. (2002): “Soviet Repression Statistics: Some Comments”,  Europa-Asia Studies , vol. 54, 1151-1172.
Fitzpatrick, S. (1999):  Everyday Stalinism. Ordinary Life in Extraordinary Times, Soviet Russia in the 1930s , Oxford University Press.
Fitzpatrick, S. (2005 ): La Revolución Rusa , Buenos Aires, Siglo XXI.
Nove, A. (1973):  Historia económica de la Unión Soviética , Madrid, Alianza Editorial.
Stalin, J. (1930): “Dizzy with Success. Concerning Questions of the Collective Farm-Movement”, https://www.marxists.org/reference/archive/stalin/works/1930/03/02.htm .
Trotsky, L. (1973): La revolución traicionada , Buenos Aires, Yunque.
Viola, L. (1999): Peasant Rebels under Stalin, Collectivization and the Culture of Peasant Resistance , Oxford University Press.
Wheatcroft, S. G.; R. W. Davies y J. M. Cooper (1986): “Soviet Industrialization Reconsidered: Some Preliminary Conclusions about Economic Development between 1926 and 1941”,  Economic History Review , XXXIX, pp. 264-294.

 

(12) Caída de la producción

Todo confluyó en una aguda caída de la producción. De acuerdo a Trotsky (1973), la cosecha global de cereales, que había sido de 850 millones de quintales en 1930, disminuyó a menos de 700 millones en los dos años siguientes, esto sin contar que ya había caído en 1930. El número de caballos bajó 55%; del de vacunos disminuyó 40%, de cerdos 55%, de corderos 66%. Según estadísticas oficiales soviéticas, citadas por Mandel (1969), el número de bovinos en general cayó desde 60,1 millones en 1928 a 33,5 millones en 1933; el de cerdos, en el mismo período, pasó de 22 millones a 9,9 millones. Según Hunter (1988), la producción agrícola en 1932, medida en moneda constante, fue 3739 millones de rublos, contra 4148 en 1928; la de productos animales fue 3.903 millones contra 7136 millones en 1928; el output total bajó, entre esos años, de 19.129 millones a 16.808 millones de rublos. De acuerdo a datos oficiales de 1958, el índice de output agrícola muestra una caída desde 100 en 1928 a 81,5 en 1933; el objetivo del Plan era llegar a 155 para ese último año. La parte del ganado en el índice cayó de 100 a 44. Aunque tomando el período 1928-1932, la producción de grano, si bien tuvo bajones algunos años, en el balance permaneció sin cambios; y aumentó el grano comercializado. Pero la caída de la producción agraria global tendría duras consecuencias para la población y la economía soviética en su totalidad.

La hambruna

De acuerdo a la FAO, se considera hambruna a la carencia grave de alimentos que afecta a un número muy grande de personas, por lo general en un área geográfica específica. Típicamente la consecuencia es la muerte por inanición de la población afectada, precedida por una grave desnutrición o malnutrición. Los seres humanos pueden morir de hambre después de algunas semanas si han gozado de buena salud hasta el momento en que se los priva de alimentos por primera vez; pero el plazo se acorta considerablemente según carezcan de reservas de energía y músculos al momento del estallido de la hambruna. Naturalmente, los niños, las mujeres en edad fértil y los ancianos son los grupos más vulnerables a la inanición. El edema, a veces denominado edema de hambre, es una característica frecuente de la desnutrición grave: el individuo postrado en la cama presenta hinchazón en los pies y las piernas, generalmente sufre anemia y casi siempre tiene diarrea. La inanición ocasiona diarrea persistente, colapso vascular o insuficiencia cardíaca y muerte; pero además, la persona gravemente desnutrida desarrolla a menudo alguna infección y fallece a causa de neumonía, tuberculosis u otra enfermedad infecciosa. Grandes hambrunas ocurrieron en Irlanda, en la década de 1840; en India colonial, en 1769-70 (10 millones de muertos); Bengala, 1943; Bihar, 1966-7; Holanda y Leningrado, durante la Segunda Guerra; Chad, Mali, Mauritania, Senegal y (actual) Burkina Faso, entre 1968 y 1973; Etiopía, en los 1970; Somalia, 1992-3 (FAO, 2002). A esta lista hay que agregar la hambruna en China, a comienzos de los 1960, y en la URSS, en los inicios de los 1930.

Los historiadores acuerdan en que, entre 1927 y 1933, en la URSS, hubo millones de muertos por hambre, pero las cifras son dispares. Basándose en estimaciones demográficas, Nove (1973) afirma que, en términos globales, murieron unas 10 millones de personas (en 1932 la población era de 165,7 millones de habitantes, y había crecido a un promedio anual de tres millones desde 1926; en 1939 la población era de 170 millones). Livi Bacci (1993), por su parte, calcula las muertes “en exceso”-o sea, aquellas que no hubieran ocurrido si no se hubiera aplicado la política de la colectivización- entre 1927 y 1936. Suponiendo una expectativa de vida de 40 años, uno de cada cinco nacidos muerto antes del año de vida, una fertilidad de seis niños por mujer, y una tasa de crecimiento de la población cercana al 2% anual, habría habido un exceso de muertes de entre el 5% y 6% de la población, lo que representaría unas nueve millones de personas. En 2003, 25 países, entre ellos Rusia, Ucrania, y EEUU, firmaron una declaración conjunta en la ONU en la que se dice que en la ex URSS la hambruna de 1932-1933 costó entre siete y 10 millones de vidas, siendo el pueblo ucraniano el más afectado. Davies y Wheatcroft, sin embargo, consideran exageradas estas cifras. Distinguen tres grandes episodios: a) el hambre que se desató en las ciudades, en 1932, prolongándose hasta 1933; b) la hambruna en Kazajistán, que comenzó en el otoño de 1931 y continuó hasta la cosecha de 1933; c) el hambre rural en las mayores áreas de grano, Ucrania y Cáucaso del Norte, en primer lugar, que comenzó en la primavera de 1932 y se hizo mucho más intensa en los meses previos a la cosecha de 1933.

La primera, la crisis alimentaria urbana, tuvo su origen en la baja colecta de grano de 1927, que llevó a la introducción del racionamiento a partir de 1928. En la primavera de 1932 la crisis se convirtió en hambruna, que continuó hasta la cosecha de 1933. Entre 1932 y 1933 las raciones bajaron, al punto que en muchos sitios apenas eran de 200 gramos por día; en 1933 unos 30 millones de personas  estuvieron en el sistema de racionamiento. Por este motivo el descontento en las ciudades estuvo muy extendido, hubo revueltas y manifestaciones, y la tasa de mortalidad urbana aumentó hasta la cosecha de 1933. De todas formas, la crisis fue menos devastadora que la de 1918-9, cuando grandes masas de personas abandonaron las ciudades.

En lo que respecta a Kazajistán, el hambre se comenzó a sentir desde comienzos de 1932, y continuó hasta el verano de 1933. Davies y Wheatcroft calculan que entre 1931 y 1933 habrían muerto entre 1,3 y 1,5 millones de personas. Un informe de una agencia estatal reportaba que solo entre 1931 y 1932 la población había disminuido en 1,9 millones de personas (hay que incluir la emigración). Según Ohayon (2013), estaría establecido, en base a estudios demográficos, que entre 1,15 y 1,42 millones de kazajos sucumbieron al hambre durante la colectivización, y que 600.000 emigraron definitivamente. Otras poblaciones, no kazajas, también se redujeron abruptamente.

En cuanto a las grandes áreas productoras de grano, a comienzos de 1932 hubo hambre en Ucrania. Allí el nivel de la requisa en 1931 fue tan alto que dejó a la población rural con 250 libras de grano por habitante, la mitad de la provisión normal. En 1932 la cosecha disminuyó (los problemas se agravaron por una sequía), pero aún así aumentó más la requisa. A pesar de las muertes crecientes en Ucrania por inanición y del éxodo masivo de campesinos a las ciudades, se hizo todo lo posible para que se cumplieran las cuotas de entrega. Pero no había manera de cumplirlas, y el Gobierno intensificó la represión (Livi-Bacci).

En 1932 y 1933 la catástrofe humanitaria fue gigantesca, y se extendió al Norte del Cáucaso. El régimen ocultó y negó la tragedia (incluso suprimiendo censos), por lo cual es difícil calcular el número de víctimas. Trotsky habló de millones de muertos, agregando que “la responsabilidad de esto no incumbe a la colectivización sino a los métodos ciegos, atrevidos y violentos por los cuales se aplicó”. De acuerdo a Davies y Wheatcroft, en junio de 1933, en las vísperas de la cosecha, la mortalidad rural en Ucrania fue 13 veces más elevada que la tasa normal. En el Norte del Cáucaso, y según un informe del bureau regional del Partido de febrero de 1933, 48 de los 75 distritos productores de grano sufrían el hambre. En las áreas rurales de la región del Bajo Volga, la tasa de mortalidad fue nueve veces superior a la normal, y tres veces superior en la zona del Volga central. Aun excluyendo a los Urales, Siberia y el Lejano Oriente, las áreas con hambre abarcaron unas 70 millones de personas, sobre un total de 160 millones que conformaba la población de la URSS. Estas áreas también experimentaron una fuerte reducción de las tasas de nacimientos.

Por otra parte, el hambre no desapareció por completo en 1933; todavía en 1934 la GPU informaba de múltiples casos de malnutrición y muertes por inanición. Kuromiya (2008) sostiene que el hambre se combinó, a partir de 1933, con el ataque abierto al comunismo nacional ucraniano, que llevó al suicidio del líder Mykola Skrypnyk y el descubrimiento de varias organizaciones ucranianas “contrarrevolucionarias” (por otra parte Kuromiya presenta argumentos convincentes en contra de la tesis que dice que el hambre constituyó en esencia un genocidio de los ucranianos).

Según Davies y Wheatcroft, solo entre 1932 y 1933 el número de muertes en exceso (o sea, comparada con el promedio 1926-7), en la URSS, y exceptuando Kazajistán, habría sido de unos tres millones. Otros cientos de miles murieron en los campos de concentración; unos 300.000 en 1932-1933. En total, las muertes en exceso, contando la hambruna en los medios rurales y el hambre en las ciudades, podrían haber sido entre 5,5 y 6,5 millones, según estos autores. Kuromiya, por su parte, eleva las muertes durante la hambruna de 1932-1933 a 7,8 millones. Señala también que, a pesar del hambre, el Gobierno no interrumpió las exportaciones de grano, ni liberó las reservas, que totalizaban 2,6 millones de toneladas. Bajo condiciones de óptima distribución, la suma del grano destinado a la exportación y el de las reservas hubiera prácticamente alimentado a las casi ocho millones de personas que murieron.

El caos social que acompañó a la tragedia fue de proporciones. Campesinos que no podían encontrar trabajo se convirtieron en mendigos o vagabundos. El Comité regional del Partido del Norte del Cáucaso informaba, en febrero de 1933, que las estaciones de ferrocarril estaban “sobrepobladas con elementos [de la población] sin casa, pasaportes o medios de existencia, un gran número de los cuales están muriendo en los coches ferroviarios y en las estaciones” (citado por Davies y Wheatcroft). Como también había ocurrido en 1921-2, hubo casos de canibalismo, en sentido estricto –asesinar seres humanos- o por ingestión de cadáveres. También se extendieron enfermedades; el tifus, en particular. En la  Revolución traicionada  Trotsky cita a un observador diciendo: “La colectivización completa ha sumergido a la economía en una miseria como no se veía desde mucho tiempo atrás; es como si se hubiese pasado por una guerra de tres años”, y caracteriza las consecuencias de las “aventuras” de la dirección sencillamente como “destructoras”.

Por otra parte, la colectivización debilitó a la URSS frente a sus enemigos. “Las campañas de la colectivización brutal y dekulakización , seguidas por la Gran Hambruna, desilusionaron a los ucranianos étnicos en Polonia y en otros lugares acerca de la URSS, y activaron en gran medida los grupos de emigrados ucranianos contra la URSS. Países extranjeros, en particular Alemania, Polonia y Japón, intentaron usar a los ucranianos descontentos con propósitos políticos y militares. (…) De forma similar, el Cáucaso Norte, con su población ucraniana y muchas otras nacionalidades no rusas, llamaron la atención de países extranjeros, en especial Alemania, Polonia, Turquía y Japón, como un terreno fértil para el espionaje y la subversión” (Kuromiya, 2008).

Bibliografía :
Davies, R. W. y S. G. Wheatcroft (2009):  The Years of Hunger: Soviet Agriculture 1931-1933 , Palgrave Macmillan, Nueva York.
FAO (2002): “Hambruna, inanición y refugiados”,  Nutrición humana en el mundo en desarrollo ,  http://www.fao.org/docrep/006/w0073s/w0073s0s.htm , Roma.
Hunter, H. (1988): “Soviet Agriculture with and without Collectivization, 1928-1940”,  Slavic Review , 1988, pp. 203-216.
Kuromiya, H. (2008): “The Soviet Famine of 1932-1933 Reconsidered”,  Europe-Asia Studies , vol. 60, pp. 663-675.
Livi Bacci, M. (1993): “On the Human Costs of Collectivization in the Soviet Union”,  Population and Development Review , vol. 19, pp. 743-766.
Mandel, E. (1969):  Tratado de economía marxista , t. 2, México, Era.
Nove, A. (1973):  Historia económica de la Unión Soviética , Madrid, Alianza Editorial.
Ohayon, I. (2013): “The Kazakh Famine: The Beginnings of Sedentarization”, Online Encyclopedia of Mass Violence,  http://www.massviolence.org/IMG/article_PDF/The-Kazakh-Famine-The-Beginnings.pdf .
Trotsky, L. (1973):  La revolución traicionada , Buenos Aires, Yunque.

 

(13) La industrialización acelerada

Junto a la colectivización forzosa, la industrialización acelerada es el hecho que se invoca más frecuentemente para sostener que el giro de 1928-9 fue positivo, en términos de consolidación de los elementos socialistas por sobre los capitalistas. Si bien las cifras oficiales sobreestimaron el avance, es indudable que entre 1928 y fines de la década siguiente el país experimentó una asombrosa transformación productiva. Desde 1928 a 1937 el ingreso nacional pasó de 24.400 millones de rublos a 96.300 millones. En 1938 la URSS estaba produciendo cuatro veces más acero y tres veces y media más carbón que en 1928. Además, era el primer productor mundial  de tractores y locomotoras, y la carga transportada por ferrocarriles era cinco veces superior a la de 1913. La producción de carbón aumentó de 35,4 millones de toneladas a 128 millones, la de acero de 4 a 17,7 millones de toneladas, la producción de electricidad aumentó 700%. Con el Plan Quinquenal  se asignó una gran parte del excedente a la inversión, en particular hacia la industria pesada y la de guerra. Se construyeron en tiempo récord enormes fábricas, la represa del Dnieper, el combinado de hierro y carbón de los Urales-Kuznetsk, se perforaron pozos petrolíferos, se abrieron minas y canales, se lograron economías de escala y se difundió la tecnología. Solo durante el Primer Plan Quinquenal la industria soviética dominó la producción de caucho sintético, motocicletas, relojes pulsera, cámaras, excavadoras, cemento de alto grado y una variedad de calidades de acero. En esos años se estableció firmemente la red de investigación y desarrollo (Wheatcroft, Davies y Cooper, 1986).

Por supuesto, la URSS partía de niveles muy bajos de tecnología y producción. Además, la calidad de los productos era deficiente, y el despilfarro de recursos parece haber sido importante. Por eso Trotsky, en La revolución traicionada destaca los logros pero matiza los resultados oficiales. Además, cuando se pone el acento en la multiplicación rápida de productos altamente estandarizados, y no en las mejoras de calidad, los índices de crecimiento son mayores que cuando se atiende a la mejora de la calidad. Con todo esto, el progreso productivo fue inmenso, y creó la base material de la posterior victoria del Ejército Rojo sobre los nazis.

Junto a la industrialización se incrementó la población urbana, creció la clase obrera y se elevó su nivel de cultural. La población de las ciudades aumentó de 26,3 millones en 1926 a 55,9 millones en 1939; en términos porcentuales, pasó de ser el 17,9% del total del país en 1926 al 32,8% en 1939. La población total aumentó de 147 a 170,5 millones en ese lapso. El empleo en industria, construcción, comunicaciones y transporte pasó de 6,4 millones a 23,7 millones de trabajadores; en el sector agrícola bajó de 71,7 a 47,7 millones, siempre en el lapso 1926-1939. A pesar de que algunos datos pueden estar exagerados, el cambio fue dramático (Wheatcroft, Davies y Cooper).

En lo que respecta a la educación, en 1926 el porcentaje de alfabetización entre los 9 y 49 años de edad era 56,6%; en 1939 había aumentado al 87%. El número de estudiantes secundarios pasó de 1,8 millones en 1926-7 a 12 millones en 1938-9; los estudiantes universitarios aumentaron de 160.000 en 1927-8 a 470.000 en 1932-3; en este último año el 50% provenía de la clase obrera. Este crecimiento, junto a las grandes purgas, abrió oportunidades de ascenso social. Antiguos campesinos pobres accedieron a las ciudades, pudieron convertirse en oficinistas, o sus hijos acceder a la universidad y a altos puestos como funcionarios en el Estado o el Partido (se amplía más adelante).

Crecimiento desproporcionado

La estrategia soviética para el crecimiento económico se inspiró, en principio, en los esquemas de reproducción desarrollados por Marx en el segundo tomo de El Capital . Allí Marx dividió la economía en dos sectores, el que produce medios de producción (sector I) y el que produce medios de consumo (II). Con estos esquemas puede verse claramente que el crecimiento del sector II está condicionado, y depende, del crecimiento de I. Dado que los esquemas analizan las condiciones de la reproducción de la economía, el análisis pone el foco en los componentes materiales del proceso de producción. Se trata de condiciones objetivas, materiales, sin las cuales la reproducción de la producción puede ser imposible. Por ejemplo, debe existir cierta proporción entre el volumen de pan que se produce y el de trigo que entra como insumo para la producción del pan. De la misma manera, si ha de haber reproducción ampliada, y suponiendo el pleno empleo de los recursos, el volumen de los medios de producción producidos en un período debe ser mayor que los medios de producción consumidos en ese período. Son relaciones materiales objetivas, que se aplican a cualquier régimen, cualquiera sea su forma social.

La tasa de variación de la inversión total (y por ende, de la economía) viene determinada entonces por la proporción del producto que se asigna a I, y por la relación entre los medios de producción invertidos en el sector I y la producción de este sector. De ahí que la Oposición de Izquierda exigiera, en los años 1920, que se acelerara la inversión en el sector I. Agreguemos que la necesidad de aumentar la tasa de crecimiento en I estaba reforzada por el carácter cerrado de la economía y la caída de los términos de intercambio durante la Gran Depresión.

Enfaticemos por lo tanto que el sector I es el decisivo, dado que si baja la producción en II, la producción de I no se ve afectada. Aunque esto es cierto dentro de ciertos límites, ya que una caída en la producción de bienes de consumo no puede llegar al extremo de afectar la reproducción de los medios de subsistencia necesarios; tampoco puede afectarlos al punto que provoque desmoralización y retracción del esfuerzo de los trabajadores en las empresas. Si se diera esa circunstancia, se afectaría la producción y la productividad.

En cualquier caso, a partir del giro 1928-9, la dirección stalinista decidió priorizar el desarrollo del sector I. Así, en su intervención “La industrialización del país y la desviación de derecha en el PC de la Unión Soviética (Bolchevique)” ante el Pleno del Partido (18/11/1928) Stalin planteó que era clave el desarrollo de la producción de medios de producción al ritmo más alto posible. Lo cual implicaba “la máxima inversión de capital en la industria”. Esta idea habría de regir en los años siguientes la industrialización, y se terminaría presentando como una “ley económica del socialismo”.

Sin embargo, si se supone plena utilización de la capacidad, o pleno empleo, a más alta tasa de inversión menor será el nivel absoluto de consumo. Además, durante el período de gestación se consumen recursos sin que haya todavía producción de los bienes que se supone generará la nueva inversión. Estas cuestiones fueron reconocidas por Stalin en el discurso citado: “La reconstrucción de la industria implica la transferencia de fondos desde la esfera de la producción de medios de consumo a la esfera de la producción de medios de producción. (…) Esto significa que el dinero está siendo invertido en la construcción de nuevas plantas, y que el número de ciudades y nuevos consumidores está creciendo mientras que las nuevas plantas pueden producir mercancías adicionales en cantidad solo después de tres o cuatro años. Es fácil darse cuenta de que esto no lleva a poner fin a la escasez de bienes”.

Objetivos desmedidos

Lo anterior explica que a partir del lanzamiento del Primer Plan Quinquenal se dedicara una alta proporción de los recursos domésticos a la inversión destinada a ampliar la capacidad de producción de medios de producción. Si bien parecía inevitable para garantizar el crecimiento, los objetivos que impuso la dirección soviética fueron desmedidos. El Plan preveía que el stock de capital fijo aumentara más del 80% en cinco años, que el ingreso nacional se duplicara y la inversión bruta en capital fijo más que triplicara su volumen. Estos objetivos deberían cumplirse en una economía cuya relación capital/producto (entendido aquí “capital” como máquina y equipos) en el año base era 2,9 (se esperaba una caída al 2,5 al terminar ese año); la tasa de inversión neta de capital fijo era del 16%; y el promedio de construcción de nuevas plantas de entre 4 y 5 años (Erlich, 1967; también para lo que sigue). Para más males, en vísperas del Primer Plan Quinquenal el 40% de la inversión bruta se destinaba a la agricultura campesina, muy primitiva.

Al mismo tiempo, las líneas de producción que se suponía encabezarían la industrialización (construcción de máquinas y metalurgia) representaban el 15% del producto nacional y todo el output de la industria de gran escala generaba apenas el 26% del ingreso nacional. Como plantea Erlich, no había manera de alcanzar los objetivos del plan con ese stock de capital. Es que el volumen de la inversión planeada no era suficiente para generar el aumento deseado del output; pero al mismo tiempo demasiado grande cuando se consideraba la capacidad disponible del sector I . En un sentido más general, Bettelheim también observa que el plan soviético olvidó la necesidad de respetar ciertas proporciones entre las ramas económicas. De todo esto derivaron muchos problemas. Por un lado, dado que la capacidad de la producción de máquinas y equipos era insuficiente para la tarea, el período de gestación de la nueva planta, que ya era grande debido al tamaño de los proyectos, fue todavía mayor. Por lo tanto, otras plantas que dependían de los insumos que habrían de proveerles esos proyectos tuvieron que construirse más despacio, o debieron operar a una fracción de su capacidad durante períodos extensos. Un caso punta fue la producción de hierro y acero, retrasada con respecto a la industria de construcción de máquinas.

A fin de acercarse lo más posible a la inversión planeada en el sector I, hubo que reducir aún más la inversión en la producción de medios de consumo (Erlich), lo que se advierte con claridad en las estadísticas de Gerschenkron. Partiendo de un índice 100 en 1929, el índice oficial de producción para toda la industria había subido a 169 en 1932 y a 539 en 1940. Pero la producción de bienes de producción subió a 212 en 1932 y a 777 en 1940, en tanto la producción de bienes de consumo pasó a 136 en 1932 y 363 en 1940.

Inversión y despilfarro de recursos

Medida en rublos 1937 la participación de la inversión bruta en el PBI subió de 12% en 1928 a 26% en 1937 (Erlich, 1967). De acuerdo a otro estudio, citado por Wheatcroft, Davies y Cooper, la inversión bruta aumentó del 8,4% del PBI en 1928 al 20,1% en 1937, medida en precios de 1937; y del 20,3% al 40,5% medida en precios de 1928 (con la industrialización, debido al aumento de la productividad, cayeron los precios de los equipos y máquinas). Dado que el aumento fue mayor que el crecimiento de la clase obrera, aumentaron las relaciones capital/trabajo y capital/producto (entendido aquí como “capital” equipos y máquinas). Wheatcroft, Davies y Cooper plantean que estos datos cuestionan la idea, muy difundida, de que el crecimiento en los treinta fue de tipo extensivo. En realidad, se trata de crecimiento de conjunto de las fuerzas productivas. Aunque el nivel de desarrollo seguía estando muy lejos del nivel alcanzado por EEUU y otros países capitalistas adelantados.

En paralelo, hubo una abrupta expansión en la construcción no residencial, lo que dio lugar a cuellos de botella, físicos y organizativos; en consecuencia hubo un mayor alargamiento del período de gestación. Dado este alargamiento, y la escasez de producción en I, aumentaron todavía más los proyectos en marcha al mismo tiempo, lo que agravó las dificultades organizativas (Erlich, también para lo que sigue). En condiciones de excesiva tensión, los derroches fueron inevitables. Además de los cuellos de botella que daban lugar a frenos temporarios en líneas de producción, los retrasos en la terminación de los proyectos de inversión provocaron que hubiera plantas rápidamente obsoletas a poco de entrar en operación, e incluso a veces antes de inaugurarse. El cambio desde una tecnología vieja a una nueva muchas veces implicaba una amplia reconstrucción de la planta, lo que sumaba a los costos y desperdicios, y agregaba tiempo. A su vez, los directores, urgidos por presentar resultados, a menudo no exploraban nuevas tecnologías, o no dedicaban el tiempo de estudio suficiente a los proyectos.

Por otra parte, la imposición de objetivos extremadamente altos, que no se podían ser discutidos por las direcciones de las empresas (dada la campaña y represión contra los especialistas burgueses) ni por los trabajadores, daba lugar a más dificultades. Por ejemplo, según Siegelbaum (1986), en 1931 muchos proyectos gigantescos estaban atrasados y los que habían comenzado a construirse estaban experimentando problemas severos. En esas circunstancias, las direcciones de las empresas recurrían al “robo” de trabajadores calificados de otras empresas, a stockear maquinaria, piezas de repuesto y materiales, mandaban hacer horas extraordinarias y manipulaban los números para cumplir con las normas de la disciplina financiera. La rotación del trabajo–los trabajadores cambiaban de empresa buscando mejores salarios o condiciones de vivienda.-y el ausentismo permanecían altos.

Lo anterior explica que el crecimiento a partir de 1928 fuera rápido, pero con gran despilfarro de recursos y errático. Fitzpatrick (2005) escribe: “Los accidentes industriales eran comunes; había un inmenso desperdicio de materiales; la calidad era baja y el porcentaje de producción defectuosa, alto”. La inversión creció muy rápido entre 1928 y 1932, pero se detuvo en 1933. La causa principal fue la caída de la producción agrícola, y por consiguiente, la baja de suministros de comida, algodón, lino y cuero. Además, los retrasos en la construcción de capacidad obligaron a importaciones de urgencia de acero, cobre, maquinaria y equipos, a pesar de la caída de los términos de intercambio. Entre 1929-31 la importación bruta de bienes de capital (medios de producción) representó entre el 12 y el 14% de la inversión bruta soviética de esos años.

En 1932 el Plan se declaró “completado” y no se lanzó uno nuevo hasta 1934. Luego la inversión y el crecimiento retomaron con fuerza. Pero entre 1937-1941 hubo nuevas dificultades: la inversión anual bajó en términos reales, y aumentaron los costos (Wheatcroft, Davies y Cooper). Los problemas tenían que ver con el desvío de recursos hacia la industria de guerra, pero también con los trastornos ocasionados por los arrestos de un gran número de administradores de empresas e ingenieros entre 1936 y 1938 (ídem).

Escasez cotidiana y burocracia

La prioridad que se dio al sector I y las caídas de la producción agraria, provocaron una escasez crónica de bienes de consumo. El problema se agravó, además, por las dificultades en la distribución, el cese abrupto de la producción artesanal y la tendencia de muchos a acaparar, a fin de protegerse de la escasez. Por otra parte, la escasez de bienes de consumo y comida, combinada con un impulso hacia el comercio privado, llevó al alza de precios. Esto forzó al racionamiento y la suba de los salarios nominales, que provocó problemas serios en la planificación de los costos. A comienzos de los 1930 los niveles de vida se hundieron, lo cual repercutió de lleno sobre los trabajadores urbanos. Según Jasny, en 1937 el nivel de consumo en la URSS era, en el mejor de los casos, el 60% del nivel de 1928 (citado por Wilhem, 2003). Erlich sostiene que en 1953 el nivel de consumo por habitante era apenas superior al nivel de 1928 (lo cual fue reconocido por Kruschev). A pesar del aumento nominal, en términos reales el salario obrero promedio era, en 1932, la mitad que el de 1928 (Deutscher, 1980). Después de 1933 los salarios comenzaron a elevarse, pero solo de manera muy débil, y en 1937 habían vuelto a retroceder, siendo un 60% del nivel de 1928. Todavía a comienzos de los años 1950 los salarios no habían recuperado el nivel anterior al lanzamiento del Primer Plan Quinquenal; aunque el producto industrial soviético era seis veces superior (Gerschenkron, 1968).

En cuanto a la construcción residencial, ya en 1928 la inversión volcada a construcción residencial era, en relación a la inversión total, más baja que en 1913. Pero entre 1928 y 1937 disminuyó aún más: de representar el 27% de la inversión total pasó a un mero 5,5% (Wheatcroft, Davies y Cooper). Los problemas de alojamiento en las ciudades fueron graves. Según Mandel (1969), la superficie habitable útil pasó de 7,3 m 2 en 1913 a 6,9 m 2 en 1940 (y recién recuperó el nivel de 1913 en 1950).

Naturalmente, las carencias de bienes de consumo hicieron que la distribución se convirtiera en una tarea burocrática central; lo cual contribuyó a la consolidación del aparato burocrático (Trotsky ha subrayado la conexión entre escasez y fortalecimiento del burócrata que administra la distribución). Las preocupaciones cotidianas para la mayoría de los ciudadanos comunes pasaban por conseguir cosas. “Para la mayor parte de la población la vida giraba en torno de la lucha sin fin por conseguir las cosas básicas para sobrevivir – comida, ropa, vivienda” (Fitzpatrick, 1999). En estas condiciones, el incremento numérico de la clase obrera y de su nivel de instrucción no se tradujo en poder político efectivo. Por el contrario, en los 1930 se refuerza el aparato y el control burocrático.

Bibliografía:
Deutscher, I. (1980): Trotsky, le prophète hors-la-loi , Paris, Union Générale d'Editions.
Erlich, A. (1967): “Development Strategy and Planning: The Soviet Experience”, National Economic Planning , NBER, Max Millikan.
Fitzpatrick, S. (1999): Everyday Stalinism. Ordinary Life in Extraordinary Times. Soviet Russia in the 1930s , Oxford University Press.
Fitzpatrick, S. (2005 ): La Revolución Rusa , Buenos Aires, Siglo XXI.
Gerschenkron, A. (1968): El atraso económico en su perspectiva histórica , Barcelona, Ariel.
Mandel, E. (1969): Tratado de economía marxista , t. II, México, Era.
Siegelbaum, L. (1986): “Production Collectives and Communes and the ‘Imperatives' of Soviet Industrialization, 1929-1931”, Slavic Review , vol. 45, pp. 65-84.
Stalin, J. (1928): “Industrialization of the country and the Right Deviation in de C.P.S.U. (B)”, https://www.marxists.org/reference/archive/stalin/works/1928/11/19.htm .
Wheatcroft, S. G.; R. W. Davies y J. M. Cooper (1986): “Soviet Industrialization Reconsidered: Some Preliminary Conclusions about Economic Development between 1926 and 1941”,  Economic History Review , XXXIX, pp. 264-294.
Wilhem, J. H. (2003): “The Failure of American Sovietological Economics Profesión”, Europe-Asia Studies , vol. 55, pp. 59-74.

 

(14) Política hacia el campesino “irracional, iletrado e ignorante”

Cuando reseñamos los debates de los 1920, hicimos referencia a lo que Erlich llamó el “dilema Preobrazhenski”: si se daban estímulos a los campesinos, se corría el riesgo de que la economía basada en el interés privado pusiera sus condiciones a la industria, a través del mercado. Y si se establecían términos de intercambio perjudiciales para el campesinado, este retacearía los bienes a la industria, o se retiraría del mercado. Pero la construcción socialista solo podía realizarse si se conseguía alimentar a los trabajadores urbanos, proveer la materia prima para la industria y si había excedentes agrícolas para exportar, a fin de importar tecnología.

Pues bien, dado que la URSS se industrializó en los años 1930, se ha sostenido que la colectivización permitió evitar ese dilema, ya que habría posibilitado mantener la provisión de alimentos, al tiempo que se avanzaba en la industrialización. Esta idea estuvo muy generalizada en los estudios sobre la industrialización soviética posteriores a la Segunda Guerra, y desde el marxismo constituyó el principal argumento para justificar o apoyar la política de Stalin de los 1930 . Un caso representativo es Paul Baran en La economía política del crecimiento , un libro que fue antecedente directo de la corriente de la dependencia.

La idea central de Baran es que para salir del impasse en que se encontraba la economía en los años veinte -no podía haber modernización de la agricultura sin industrialización, y no podía haber industrialización sin modernización de la agricultura-, y dado que no se contaba con colonias o préstamos del exterior, la dirección soviética decidió “romper el nudo Gordiano creando una poderosa industria y, simultáneamente , proporcionando a la agricultura el equipo técnico necesario para su modernización y colectivización. La solución de esta tarea gigantesca se logró a un costo tremendamente alto”. Por eso, Baran cita aprobatoriamente a Stalin cuando este dice –en Cuestiones del leninismo – que fue necesario “aceptar sacrificios”, “economizar en alimentos, en escuelas, en bienes manufacturados para poder acumular los medios indispensables para la creación de la industria”. De todas maneras, Baran admite que los costos “no fueron solo económicos” y que los campesinos no adhirieron voluntariamente a las granjas colectivas: “Aunque las declaraciones oficiales subrayaban la naturaleza voluntaria del movimiento de colectivización, en realidad la coerción y el terror fueron decisivos para ayudar a lograr el resultado deseado y alcanzar ‘ese profundo cambio revolucionario, ese salto de un viejo estado cualitativo a un nuevo estado cualitativo, que por sus consecuencias puede igualarse al cambio revolucionario de octubre de 1917'” (la última parte de la cita corresponde a la Historia del PC (bolchevique) de la URSS , de 1938). Agrega que “esta ruptura revolucionaria del atraso secular no pudo haberse logrado con el consentimiento de un campesino irracional, iletrado e ignorante ”.

Este pasaje resume lo que fue el enfoque rector de los partidos Comunistas en los socialismos “reales”: el socialismo se puede y debe imponer a la fuerza, porque existe una “necesidad objetiva” para el avance social. En palabras de Baran: “Como en todas las situaciones en que las necesidades objetivas chocan con el juicio que tienen los individuos de tales necesidades, estos últimos solo pueden obstaculizar y retardar el proceso histórico, pero no pueden detenerlo indefinidamente. Más aún, las actitudes individuales respecto a un curso dado de los acontecimientos, lejos de ser inmutables y rígidas, en ocasiones se colocan en armonía con los cambios objetivos… Lo decisivo y lo determinante para que tal armonía surja en el transcurso del tiempo, es que los cambios que se efectúen correspondan a las necesidades vivientes y objetivamente determinables de la sociedad. El hecho de que la colectivización de la agricultura en Rusia –a pesar de todos los sufrimientos que produjo en su fase inicial- fuera la única forma posible de lograr un amplio progreso económico, social y cultural, le aseguró tarde o temprano su éxito”. Según Baran, el consenso de los campesinos se logró “ ex post facto a través de la propaganda y las actividades educativas del Partido Comunista”. También cita a Maurice Dobb (quien apoyó la política stalinista en los 1930) diciendo que las formas colectivas de la agricultura hicieron una “enorme contribución al progreso de la industrialización”.

Es, en esencia, el argumento de los que sostienen que “la revolución desde arriba” de Stalin consolidó la construcción del socialismo (o afianzó los elementos socialistas al interior del Estado obrero burocrático). A los campesinos “irracionales, iletrados e ignorantes” había que imponerles la entrada a las granjas colectivas contra su voluntad, porque eso “ correspondía a la necesidad objetiva y viviente ” que el Partido, o la teoría marxista, habían determinado como necesarias para la sociedad. Para eso no importaban los sufrimientos infligidos “en su fase inicial”. Este discurso, que se ubica en las antípodas de la concepción de construcción socialista que se defiende en este blog, se ha repetido una y otra vez en el marxismo. Pero además, dados los padecimientos de los campesinos y la devastación que provocó la colectivización forzosa, cabe preguntarse sobre hasta qué punto contribuyó efectivamente a la industrialización.

¿Hubo transferencia de excedente desde el agro? 

La idea tradicional –de Baran, Dobb, Nove y otros- de que la industrialización soviética fue posible porque se produjo una fuerte transferencia de riqueza desde el agro a la ciudad comenzó a ser seriamente cuestionada por investigadores e historiadores de la URSS ya hace más de cuatro décadas. Así, a comienzos de los 1970 James Millar planteó que los precios bajos demostraban que había habido explotación estatal de los campesinos, pero eso era insuficiente para probar que hubiera existido transferencia de excedente desde la agricultura. Millar sostuvo que el excedente de la agricultura podía calcularse tomando las ventas de la agricultura a la industria y restando las compras de la agricultura a la industria. Concluía entonces que cuando se tenía en cuenta el flujo neto, la tesis de la extracción del excedente desde la agricultura a la industria no se sostenía (1970).  Luego, en 1974, y en respuesta a Nove, Millar presentó los cálculos del ruso Alexander Barsov, que desmentían la tesis de la transferencia. El estudio de Barsov abarcó el período 1928 – 1932. Si se utilizaban como ponderación los precios de 1928-9, el excedente neto agrícola habría sido negativo entre 1928 y 1932. Si se utilizaban los de 1913, el excedente era positivo, pero cuantitativamente pequeño. La razón reside en la mayor provisión de bienes industriales a la agricultura por parte del Estado (Millar 1974). Barsov luego extendió su estudio hasta 1937-8, y concluyó que el excedente necesario para la industrialización provino principalmente de la clase obrera. Estos resultados ponían en evidencia entonces que la colectivización no permitió la extracción de un mayor excedente de la agricultura con respecto a 1928; y que la agricultura no financió la industrialización (véase, además, Nove, 1971; Harrison, 1978).

Las razones por las que no se habría producido una transferencia neta desde la agricultura son varias. En primer lugar, la desaparición de animales disminuyó la cantidad de fertilizantes y los animales de tiro, lo que obligó a fuertes inversiones industriales. En particular, el Estado se vio obligado a transferir maquinaria agrícola a precios subsidiados a las Estaciones de máquinas y tractores. En segundo término, si bien es cierto que a partir de 1930 los precios minoristas de los bienes industriales subieron con relación a lo que pagaba el Estado por los bienes agrícolas, este factor, favorable a la transferencia de fondos hacia la industria, fue más que compensado por los precios en los mercados no regulados, que se movieron a favor de los bienes del campo. Entre 1928 y 1932 aumentaron los precios libres de los bienes industriales y agrarios, pero en tanto los primeros se incrementaron seis o siete veces, los segundos aumentaron unas 30 veces. “La persistencia de un sector privado dentro de la agricultura y el comercio tenía un efecto muy grande en el flujo de fondos entre la agricultura y la industria” (Harrison, 1985). Los hogares que todavía estaban en condiciones de proveer a los mercados privados de comida o bienes de artesanos podían negociar en términos ventajosos con relación a los que dependían solo del sector público para sus ingresos; y los que estaban mejor de todos eran los que tenían comida para vender.

Ellman (1975) también sostiene que debido al bajo nivel de la producción agrícola (medida en precios de 1928), esta no pudo haber provisto los fondos para la industrialización de 1928-32. De hecho, al finalizar el Primer Plan, la inversión anual era más del doble de la producción agrícola anual total; y el aumento de la inversión durante todo el Primer Plan Quinquenal fue sustancialmente mayor que toda la producción agrícola de un año cualquiera. Ellman plantea que la industrialización requirió mano de obra y mercancías. La mano de obra provino esencialmente de la agricultura y fue alimentada con comida obtenida de la agricultura. El aumento de mercancías provino esencialmente de la misma industria y de la construcción. Durante el Primer Plan Quinquenal el ingreso nacional soviético aumentó 60% y virtualmente todo este incremento fue utilizado para aumentar la inversión.

En definitiva, “[l]a industria, después de todo, recibió un ‘tributo' neto de la agricultura en el período de entreguerra… y el tributo era mayor en 1929-31 que en 1928. Pero el aumento del tributo durante la colectivización solo fue pequeño y temporario. Hacia 1932 había caído de nuevo al nivel de 1928, y era menor aún en 1937-8; no se recuperó luego del hambre de la colectivización” (Harrison, 1985). Duncan (1986) también plantea que, a la vista del caos y retroceso económico que produjo la colectivización en el agro, no puede sostenerse que hubo transferencia de excedente agrícola.

Bibliografía :
Baran, P. (1969): La economía política del crecimiento , México, FCE.
Duncan, C. A. M. (1986): “On Rapid Industrialization and Collectivization: An Essay in Historiographic Retrieval and Criticism”, Studies in Political Economy , vol. 21, pp. 137-155.
Ellman, M. (1975): “Did the Agricultural Surplus Provide the Resources for the Increase in Investment in the USSR during the First Five Year Plan? The Economic Journal , vol. 85, pp. 844-63.
Harrison, M. (1978): “The Soviet Economy in the 1920s and 1930s”, Capital & Class , 2, pp. 78-94.
Harrison, M. (1985): “Primary Accumulation in the Soviet Transition”,  Journal of Development Studies,  vol. 22, pp. 81-10.
Millar, J. R. (1970): “Soviet Rapid Development and the Agricultural Surplus Hipothesis” Soviet Studies vol. 22, pp. 77-93.
Millar, J. R. (1974): “Mass Colectivization and the Contribution of Soviet Agriculture to the Five-Year Plan”, Slavic Review , 33, pp. 750-766.
Nove, A. (1971): “The Agricultural Surplus Hypothesis: A Comment on James R. Millar's Article”, Soviet Studies , Vol. 22, pp. 394-401.

 

(15) Excedente generado por la clase obrera

Aunque no hubo transferencia de excedente del agro a la ciudad, sí hubo una extraordinaria transferencia de mano de obra , necesaria para la industrialización. Entre 1926 y 1939 el empleo agrícola bajó de 72 a 48 millones de trabajadores; en su inmensa mayoría fueron transferidos a la industria y otras ocupaciones urbanas.

De esta manera hubo una nueva composición de la clase obrera. Los trabajadores que provenían del campo y se incorporaban a la industria carecían de experiencia sindical. Más importante aún, escapaban del hambre y estaban dispuestos a trabajar por salarios muy bajos . “La colectivización funcionó porque permitió al régimen soviético procurarse mucho grano, y por lo tanto, controlar la geografía de la distribución. Convirtió en insoportable la vida en el campo”; y en las ciudades se podía encontrar la comida que no se encontraba en el campo (Duncan, 1986). Además, muchos fueron trasladados compulsivamente a las ciudades. Para eso, las administraciones industriales firmaban acuerdos con las administraciones de las granjas colectivas, según los cuales estas últimas estaban obligadas a suministrar un número especificado de “miembros sobrantes” de mano de obra (Deutscher, 1971). Las transferencias incluían a jóvenes a partir de los 14 años de edad. Esta masa laboral se incorporaba a una fuerza laboral agotada por años de privaciones, las guerras y convulsiones sociales.

Además, dado que la industrialización  privilegió el desarrollo de la industria pesada en detrimento de la producción de bienes de consumo e inversión residencial, hubo una fuerte caída en los niveles de vida de los trabajadores. Por otra parte, los ritmos eran agotadores. Y en 1935 se extendió el trabajo a destajo, que puso todavía más presión sobre los obreros. Un obrero, ex campesino, escribía a un diario en Siberia, a comienzos de los treinta: “Ahora los trabajadores viven malamente. Antes vivían mejor. Trabajamos duramente por todo lo que valemos durante ocho horas y no podemos relajarnos. Si te relajas ganas poco. Pero hay todo tipo de campañas ‘suban la productividad', ‘el régimen de economía'. En mi opinión la competencia socialista significa ‘exprime las últimas gotas de los trabajadores'. … No puedo entender lo que está pasando ahora en nuestro país. He estado en la producción por solo un año. Antes vivía en el campo y pensaba a que los trabajadores vivían mejor en la ciudad. No hay diferencia” (citado por Kuromiya, 1985).

Todo indica entonces que la industrialización fue financiada con el excedente generado por la clase obrera. Fue un excedente obtenido por la vía de la plusvalía absoluta, esto es, exprimiendo la fuerza de trabajo . “La mayor parte de los enormes fondos de inversión de la industria era, de hecho, una deducción del presupuesto de los salarios nacionales. En términos reales, una clase obrera mucho más numerosa debía subsistir con una masa reducida de bienes de consumo, en tanto se construían las nuevas centrales, las nuevas acerías y las nuevas fábricas de construcción mecánica” (Deutscher, 1980).

En el mismo sentido, Ellman (1975) afirma que las fuentes principales de la industrialización fueron el aumento en términos numéricos de la clase obrera y la caída del salario real . Según sus cálculos, un 30% del incremento de la acumulación industrial provino del aumento de la plusvalía resultante del aumento numérico de la clase obrera, y el 70% restante por la caída del salario real (véase la parte 13 de la nota). Por otra parte, las condiciones de alojamiento en los treinta eran deplorables (ídem).

Régimen represivo sobre el trabajo

A finales de los años treinta también se endurecieron los reglamentos de trabajo. Además, aunque legalmente la jornada de trabajo era de 7 horas, en la práctica el sobretiempo era obligatorio. La regimentación y coerción sobre el trabajo fueron extremas. “Un giro político de finales de los 1930 que merece atención debido a su impacto en la vida cotidiana fue el endurecimiento de la disciplina laboral con las leyes de 1938 y 1940, que introdujeron  castigos más estrictos por ausentismo y llegadas tarde al trabajo” (Fitzpatrick). Escribe Deutscher: “… algunas de las formas de regimentación del trabajo fueron mucho más drásticas que cualquiera de las que se habían empleado en la militarización del trabajo durante la guerra civil. Los notorios y enormes campos de trabajo forzado, establecidos en la década de los treinta, constituyen un buen ejemplo” (1971). La ley de 1940 imponía penas criminales para todo trabajador que llegara 20 minutos tarde (y no importaban las deficiencias del transporte). Pasarse en los tiempos de descanso era considerado ausencia, y podían ser motivo de despido. En 1938 se estableció una libreta de trabajo, con la que se buscaba controlar los movimientos de los trabajadores, y se impuso de dos a cuatro meses de prisión para los que dejaran los trabajos. Otra sanción para los que abandonaran los empleos sin autorización o hubieran incurrido en indisciplinas laborales consideradas graves fue el desahucio de las viviendas que ocupaban, sin que se les proporcionara otro alojamiento.

Los sindicatos fueron funcionales al sistema: cuidaban de que los trabajadores recién llegados tuvieran un salario y condiciones de alojamiento elemental, pero también eran los encargados, total o parcialmente, de acostumbrar a los recién llegados a la disciplina laboral. Además, “[e]l sindicato soviético desalentaba las huelgas y detrás del sindicato estaba la policía política” (Deutscher, 1971). Las malas condiciones de vida y alimentación afectaron la productividad y causaron una alta tasa de rotación, así como insatisfacción en los trabajadores.

División de la clase obrera

Con la industrialización el número de obreros industriales creció rápidamente. Solo entre 1928 y 1930 pasó de 2,7 millones a casi 3,7 millones. Pero la incorporación de cientos de miles de nuevos trabajadores a la industria no fortaleció proporcionalmente a la clase obrera, ya que dio lugar a divisiones en su seno; divisiones que fueron aprovechadas por las direcciones de empresa y la burocracia.

Según Kuromiya (1985) los nuevos (ex campesinos en su inmensa mayoría) eran vistos con desconfianza por los trabajadores viejos, eran objeto de discriminación, prejuicios y hostigamiento, y maltratados por la administración y los capataces. Pero las direcciones también se aprovechaban de su inexperiencia y necesidades para erosionar el poder de la vieja clase obrera. Es que los nuevos, en búsqueda de salarios más altos, hacían horas suplementarias (trabajaban entre 10 a 12 horas por día) lo que llevaba a las administraciones a elevar las cuotas del pago por piezas. Esto generaba hostilidad por parte de los trabajadores viejos, que hostigaban a los recién llegados y exigían el derecho exclusivo a ocupar la mejor posición en la producción. A su vez, los nuevos envidiaban las mejores condiciones de trabajo de los viejos. Por otra parte, los nuevos no veían diferencias entre el antiguo propietario capitalista y el director rojo, al que consideraba un explotador. Los sindicatos tenían grandes dificultades para instruirlos políticamente. Incluso costaba que entendieran la diferencia entre el sindicato y el management . Para la dirección del Partido este estrato, proveniente de la pequeña burguesía, no estaba en condiciones de lidiar con las dificultades de la construcción socialista. Pero por otra parte, Stalin se montó sobre las diferencias para acentuarlas y debilitar la resistencia de los viejos trabajadores a su política de “racionalización de la producción”. Según Stalin, la racionalización significaba sacrificios “temporarios e insignificantes” que los viejos obreros no estaban dispuestos a aceptar. Los trabajadores estaban acostumbrados a cerrar filas frente al capataz y rechazaban a los que buscaban romper las primas en la producción a destajo. Para quebrar esta “cultura del trabajo”, Stalin apeló a las brigadas “de shock”, desde comienzos de 1929, y a la competencia socialista para mejorar la productividad y aumentar la disciplina laboral.

Al principio estos movimientos fueron organizados por jóvenes obreros calificados. Hubo un choque con los viejos, quienes consideraban a los jóvenes rompehuelgas y traidores. En juego también estaban los antiguos oficios, que se ponían en peligro por la mecanización; se pensaba que mucho del trabajo calificado estaba siendo reemplazado por trabajo semi-especializado. Partidarios del taylorismo soviético atacaron a los viejos por su conservadurismo, y hubo intentos de debilitar o romper la cultura de trabajo de los viejos obreros. Lo cual provocó resistencias y descontento. A fines de los 1920 este entrelazamiento de obreros viejos descontentos y nuevos indisciplinados creó dificultades “de orden social” y llevó a algunas huelgas. Si bien los viejos se beneficiaban de la proletarización del Partido y del Estado, por otra parte perdían terreno y se sentían inseguros. La dirección stalinista condenó la reacción de la “aristocracia obrera” contra los nuevos y denunció sus tendencias sindicalistas. Estos trabajadores viejos tenían las tradiciones del antiguo sindicalismo, más pluralista y libre, y deben haber resistido el ataque a los sindicatos, a los que dominaron durante los 1920.

Stajanovismo

En 1935, junto a la generalización del trabajo a destajo, las brigadas de choque fueron reemplazadas por el movimiento stajanovista. El nombre se debe al minero Alexéi Stajánov, quien según las autoridades había producido en un solo turno una cantidad asombrosa de carbón. Se premiaba entonces a los obreros que establecían récords de producción; los stajanovistas de hecho prolongaban su jornada para superar las normas establecidas, y de esa manera las elevaban para el conjunto de la clase obrera. Además, las cifras eran infladas, y en la realidad los récords se conseguían con la ayuda del resto de los trabajadores. El stajanovismo provocó resentimiento entre muchos obreros, y fue un nuevo factor que potenció la división al interior de la clase obrera.

Explosiones de resistencia sin alternativa de fondo

Las duras condiciones de vida, los bajos salarios, los ritmos acelerados, el resentimiento generado por la burocracia y las políticas de división, dieron lugar a algunos estallidos de resistencia obrera. Uno de los más importantes fueron la huelga y manifestaciones callejeras de más de 16.000 trabajadores textiles de la Región Industrial de Ivanovo, a principios de 1932 (véase Rossman, 1997). El motivo fue la reducción de las raciones de alimentos a un nivel que impedía la reproducción física de los trabajadores y sus familias (se había establecido 4 kilos de pan cada 10 días por persona). La fuerza del movimiento y el cuestionamiento que hubo a la política de industrialización, obligaron a la dirección soviética a dar concesiones: se transfirieron recursos desde la industria pesada a la liviana; en mayo de 1932 se legalizaron los mercados de las granjas colectivas; y en octubre se elevaron los salarios industriales, lo que mejoró el nivel de vida de los obreros en las ciudades. Estas concesiones permitieron que cientos de miles de familias de los estratos de menos ingresos pudieran sobrevivir a la hambruna.

Sin embargo, el movimiento también precipitó medidas represivas contra la resistencia a nivel de los lugares de trabajo y la indisciplina, y en agosto y noviembre de 1932 se aprobaron leyes contra el robo de la propiedad socialista y el ausentismo. “El legado de las huelgas, por lo tanto, fue ambiguo” (Rossman). Filtzer (1996) también dice que en los treinta hubo huelgas y manifestaciones callejeras, y que la insubordinación, incluyendo ataques físicos a los directores de empresas y a los stajanovistas, era común. Pero la mayor parte de las veces se trató de explosiones espontáneas de rabia y frustración frente a las condiciones de trabajo que empeoraban y la escasez de bienes. No hubo una oposición coordinada y con un programa capaz de ser alternativa del stalinismo; el curso de fondo de la política oficial no se modificó.

¿Poder obrero frente a la burocracia?

Se ha argumentado que la industrialización tuvo un carácter extensivo, y dado que a partir de los inicios de los 1930 no hubo desocupación (en realidad, había carencia de mano de obra), la clase obrera habría dispuesto de un importante poder de negociación al interior de los lugares de trabajo frente a las administraciones de empresa y las instancias superiores. Era fácil conseguir trabajo, y existía seguridad laboral; era raro que se despidiese a un trabajador. De ahí también que hubiera una presión de la clase obrera, que se hacía sentir a través de la alta movilidad entre las empresas. Ese flujo de trabajadores existió desde los primeros años de la industrialización, y aunque intentó ser combatido por el Gobierno con medidas represivas, se mantuvo hasta el final de la URSS. De ahí que las direcciones de empresas se vieran obligadas, a menudo, a ceder y negociar con los trabajadores de planta. A la rotación de la mano de obra se sumaron otras formas de resistencia: ausentismo, bajos ritmos de producción y alcoholismo.

Sin embargo, hay que relativizar el poder de negociación que tuvo la clase obrera soviética. Es cierto que la desocupación no actuaba como elemento de coerción, como sucede en el capitalismo. Desde este punto de vista, los trabajadores siempre podían apelar al cambio de trabajo. Pero de conjunto, se trataba de una acción defensiva y despolitizada, igual que lo fueron otras acciones de rechazo, tales como el ausentismo, la desatención y el bajo ritmo en el trabajo, o incluso el alcoholismo. Dice Filtzer: “La industrialización había dado lugar a una relación laboral específica en la cual los trabajadores habían devenido incapaces de confrontar a la elite dirigente o la management industrial como una entidad colectiva, en búsqueda de objetivos políticos o económicos más elevados. La naturaleza burocrática y sin plan del sistema, de todas maneras, con su ausencia de regulación económica, permitió a los trabajadores imponer sanciones negativas directamente en el punto de producción. Esto no era ‘resistencia', sino una acción defensiva individualizada ejercida por una fuerza laboral esencialmente despolitizada y atomizada” (1996).

Pero incluso esa capacidad de “sanción negativa” de la clase obrera al interior de las plantas, de la que habla Filtzer, parece exagerada. Harry Braverman, en Trabajo y capital monopolista , escribe: “En la práctica, la industrialización [soviética] imitó el modelo capitalista; y conforme la industrialización avanzaba… la Unión Soviética establecía una organización de trabajo diferente solo en detalles a la de los países capitalistas, en tal forma que la clase obrera lleva [el texto es de los 1970] todos los estigmas de las clases obreras occidentales”. En cualquier caso, las negociaciones con las direcciones de empresas tenían límites de los que todos eran conscientes, y no se pasaban. Menos todavía había lugar para cuestionar las orientaciones políticas generales del Gobierno soviético.

Bibliografía :
Braverman, H. (1982): Trabajo y capital monopolista. La degradación del trabajo en el siglo XX , México, Nuestro Tiempo.
Deutscher, I. (1971): Los sindicatos soviéticos, México, Era.
Deutscher, I. (1980): Trotsky, le prophète hors-la-loi , Paris, Union Générale d'Editions.
Duncan, C. A. M. (1986): “On Rapid Industrialization and Collectivization: An Essay in Historiographic Retrieval and Criticism”, Studies in Political Economy , vol. 21, pp. 137-155.
Ellman, M. (1975): “Did the Agricultural Surplus Provide the Resources for the Increase in Investment in the USSR during the First Five Year Plan?”,  The Economic Journal , vol. 85, pp. 844-63.
Filtzer, D. (1996): “Labor discipline and the decline of soviet system”, International Labor and Working-Class History , Nº 50, pp. 9-28.
Fitzpatrick, S. (2005 ): La Revolución Rusa , Buenos Aires, Siglo XXI.
Kuromiya, H. (1985): “The Crisis of Proletarian Identity in the Soviet Factory, 1928/1929”, Slavic Review , vol. 44, pp. 280-297.
Mandel, E. (1969: Tratado de economía marxista , México, Era.
Rossman, J. (1997): “Strikes against Stalin in 1930s Russia”, Russian Review , vol. 56, pp. 44-69.

 

 

(16) Granjas colectivas y resistencia campesina

Dada la manera forzada en que se realizó la colectivización, una vez completada la entrada de los campesinos a las granjas, el Estado se habría encontrado con una fuerte y sorda resistencia, con efectos muy negativos para la producción. Esta tesis tiene una larga tradición. Fue planteada por Trotsky, Bettelheim y Nove, entre otros. Por ejemplo Nove (1973) sostiene que las políticas estatales eran profundamente resistidas por los campesinos y su resentimiento afectó su comportamiento como productores. Esta línea de pensamiento fue profundizada en las últimas décadas por Viola, Fitzpatrick y otros historiadores, que enfatizaron la resistencia del campesino como una de las razones centrales de la baja productividad de la agricultura soviética. Por ejemplo, Viola escribe: “Al final, y cuando el poder y la política son los principales criterios, el Estado seguramente emergió victorioso de esta confrontación [se refiere a la entrada a las granjas] con el campesinado, un resultado inevitable dada los enormes poderes represivos del Estado y el localismo de la revuelta campesina. Pero fue una victoria pírrica, ya que la colectivización tuvo el efecto último de unificar a la inmensa mayoría del campesinado contra el Estado y sus políticas. Mucho después de las campañas por la colectivización de la revolución de Stalin, un campesinado, en algún sentido de la palabra, permanecería amargado a veces, y la mayor parte del tiempo empeñado en una guerra continua y no declarada basada en el empleo de constantes y múltiples artilugios de formas de resistencia pasivas y diarias en la granja colectiva” (1996).

Fitzpatrick (1994), por su parte, muestra que los campesinos, una vez incorporados a las granjas colectivas por la fuerza, consideraban que sufrían una nueva servidumbre, que no recibían la compensación adecuada y estaban a merced de jefes locales arbitrarios. En oposición pusieron en práctica métodos de resistencia tradicionales, tales como trabajar despacio, pretender que no entendían las instrucciones, llegar tarde al trabajo y no tener iniciativas. Además, los funcionarios del Estado no podían conocer los recovecos de la producción, y esto ponía límites a su dominación sobre la autonomía campesina. Otra forma de resistencia pasó por poner mayor empeño en el lote privado. O a través de la religión: por ejemplo, no trabajar en los “feriados religiosos”, que no eran reconocidos en el calendario oficial. También era frecuente que trabajadores que adquirían alguna habilidad técnica –por ejemplo, manejar el tractor- se iban a las ciudades en busca de empleo.

La interpretación de Tauger

Si bien la tesis de la resistencia tiene amplia aceptación, en los últimos años Mark Tauger ha presentado argumentos que llevan a matizar la idea establecida. Tauger sostiene que el levantamiento o la rebelión frente a la entrada compulsiva en los koljoses no fue la respuesta más común, y que muchos campesinos se adaptaron al nuevo sistema de maneras que les permitieron funcionar y solucionar problemas. Según Tauger, los autores de la interpretación “resistencia” han tomado como evidencia los informes de la GPU, que estaba interesada en exagerar el grado en que los campesinos representaban un peligro, y sostiene que los levantamientos abarcaron a una pequeña parte del total del campesinado. Sin embargo, admite que en 1920 los campesinos no entraban voluntariamente a las granjas colectivas, y que en los 1930 lo hicieron bajo coerción y amenaza.

La polémica se prolonga a lo que sucedió al interior de las granjas colectivas una vez terminada la incorporación. Según Tauger, si bien existió resistencia campesina, es muy difícil documentar su efecto en la producción. Además, en esa década la cosecha de grano osciló fuertemente, con años de alta producción –especialmente 1935 y 1937- y otros de muy baja producción en 1932 y 1936. Esas variaciones, sostiene, no pueden explicarse por “resistencia campesina”, y se deberían a variaciones en las condiciones ambientales (agotamiento de suelos, sequía). Además, en ocasiones, y movidos por el hambre y la presión administrativa, los campesinos trabajaron más duro y aumentaron la siembra. Y en la medida en que, hacia 1933, se superó la hambruna, muchos se habrían reconciliado con el sistema. A pesar de que muchos resistían de forma pasiva, la mayoría se habría adaptado a la colectivización y habría aumentado la intensidad del trabajo para superar la crisis y las malas condiciones. Con respecto a la evidencia que presentan los autores de la tesis de la resistencia, sobre que los campesinos se negaban a trabajar en las tierras colectivas, Tauger sostiene que ese parece haber sido el caso cuando en algunos koljoses se quiso imponer una distribución igualitaria de ingresos, o cuando no había suficiente provisión de comida. Sin embargo, en muchos casos los mismos campesinos que se negaban a trabajar enviaban a sus hijos adolescentes a trabajar al koljós . En otras ocasiones las negativas a trabajar obligaron a algunos koljoses a contratar como asalariados a campesinos no colectivizados.

Por otra parte, a partir de 1933 el Estado impuso medidas draconianas de disciplina laboral y dio ayuda, con lo que hubo una mejora sustancial de la cosecha. Ese resultado se logró con una combinación de mejor organización, más presión administrativa (entre las medidas, nuevas purgas de supuestos kulaks disimulados al interior de los koljoses ) y el hambre, que motivaba a realizar esfuerzos desesperados para evitarla. Oficialmente se informó de una mejora en la actitud de los campesinos. Lo cual no niega que haya habido otros tipos de reacciones: bandidaje, intentos de organizar levantamientos contra el Estado, robos al interior de los koljoses o koljosianos que trabajaban lento. También se registraron koljoses en los que algunos miembros tenían lotes privados de hasta tres hectáreas y contrataban mano de obra para trabajar en ello, y pocos se presentaban a trabajar en la tierra en común. Pero de conjunto, hacia mediados de los 1930 mejoraron la disciplina y la dedicación al trabajo. Además, se debilitó el igualitarismo, y trabajadores de shock recibían premios y reconocimiento. Muchos campesinos condenaban el robo al koljós y apoyaron medidas punitivas del Gobierno para combatirlo.

Colectivización y lote individual

A pesar de las diferencias en torno a la importancia que pudo haber tenido la resistencia, un punto en el que hay coincidencia es que el Estado debió hacer concesiones al interés privado para apaciguar o cooptar a los campesinos colectivizados . En mayo de 1932 se anunció que se reduciría la recolección de grano de la próxima cosecha. Además, se concedió a los koljoses , sovjoses y a los campesinos individuales el derecho de comerciar “a los precios formados en el mercado” (hasta entonces ese mercado, si bien extendido, era ilegal). La producción agrícola sería en parte distribuida a través de las compras del Estado, a precios fijados bajos, y en parte a través del mercado koljosiano a precios libres. Los consumidores se proveerían en ambos. En 1935, el estatuto de los koljoses oficializó la producción privada. Los campesinos tuvieron derecho a explotar en usufructo perpetuo una parcela privada, que variaba según las regiones entre 0.25 y 1 hectárea. También se les otorgó el derecho a adquirir en propiedad una casa, una vaca, ovejas, cabras y aves de corral (Mandel, 1969). Además se estableció que después de cumplir con las cuotas de entregas obligatorias al Estado, cada hogar campesino y cada granja colectiva, como unidad, podía vender la producción en el mercado libre a precios determinados por la oferta y la demanda.

A partir de estas medidas se elevó la producción, pero las mismas también implicaban la reproducción de la estructura dual –producción colectiva e individual- al interior de los koljoses . Los campesinos ahora dividían sus tareas entre la parte dedicada a la producción colectiva, y la individual. A mediados de los treinta esta estructura se consolidó legalmente cuando se definió que los lotes individuales y el mercado libre que les estaba asociado eran parte de la economía socialista. Así, en 1936 Stalin pudo proclamar que el socialismo estaba conseguido, “en lo fundamental”.

Sin embargo, muchos campesinos no estaban motivados para poner empeño en la producción colectiva. Trotsky (1973) observa que  “… las necesidades cotidianas del campesino medio se satisfacen en mayor medida por su trabajo ‘para sí mismo' que por su participación en el koljós . A menudo sucede que las entradas de su parcela individual, sobre todo si se dedica a un cultivo técnico, a la horticultura o la crianza, son dos o tres veces más elevadas que su salario en la empresa colectiva. (…) Para levantar la gran agricultura colectiva fue preciso hablar nuevamente al campesino en un lenguaje inteligible, volver, en otros términos, del impuesto en especie al comercio, reabrir los mercados”. Mandel (1969) cita fuentes soviéticas según las cuales, en 1939 casi el 40% de los campesinos koljosianos trabajaban sobre las tierras de los koljoses menos de 100 días al año.

Transición bloqueada

Lejos de ser un elemento de fortalecimiento del socialismo, la estructura dual al interior de las granjas colectivas fue una admisión implícita de que el campesinado no había sido ganado para la producción colectiva . Por eso, la colectivización consolidó una estructura que era muy difícil de superar en un sentido socialista. En otros términos, la transición hacia el socialismo estaba prácticamente bloqueada, a pesar de las declaraciones oficiales. Y a partir de entonces, cada vez que el Estado buscó elevar la productividad en el agro, y ante la inefectividad de medidas punitivas y administrativas, terminó otorgando más concesiones al interés privado.

Sin embargo, y debido a que esas concesiones aumentaban la capacidad económica de los campesinos, los períodos de concesiones eran seguidos de otros de mayor control estatal, dando como resultado una evolución en zigzag. Por ejemplo, durante la guerra contra Alemania, y con el objetivo de estimular la producción, se alentaron los mercados koljosianos . El resultado fue que hacia el final del conflicto había una fuerte acumulación de dinero en el campo e hicieron su aparición koljosianos millonarios que se apropiaban de tierra. Se calculaba que para 1945 unas 5 millones de hectáreas habían pasado a manos privadas  (Mandel, 1969). El Estado tomó entonces la ofensiva sobre el campo, encontrando resistencia pasiva por parte de los campesinos; la producción se estancó  y volvió a disminuir peligrosamente el ganado. En 1946-7 hubo una gran requisa de grano, que provocó una nueva hambruna en Ucrania. Pero para comienzos de la década de 1950 la producción agraria estaba estancada.

Después de la muerte de Stalin Nikita Kruschev, que era de origen campesino y había sido secretario del Comité Central del Partido en Ucrania en 1946, reconoció que Rusia tenía menos ganado que en 1913, y que la producción agrícola estaba estancada. De acuerdo a datos oficiales citados por Mandel (1969), de 1930 a 1955 la producción agrícola (excepto para los cultivos industriales) y el ganado soviético (para los cerdos hasta 1953) por habitante fueron inferiores a los de 1916, y para los ovinos y vacunos no superaron el nivel de 1913 ni el de 1928. En respuesta a esta situación, Kruschev buscó incentivar la producción de los lotes individuales. Para eso, aumentó el precio que el Estado pagaba al campesino por el grano, y redujo los impuestos y la cantidad de grano que debían entregar las granjas, a fin de que hubiera más excedente disponible para vender en el mercado libre. También disolvió las estaciones de tractores, y estos fueron vendidos a las granjas estatales. Pero nuevamente la política no fue lineal, y en los últimos años de su gobierno se volvieron a tomar medidas contra la producción privada: se limitó la cantidad de heno que podían tener los campesinos para alimentar a sus animales privados y se establecieron impuestos cuando la cantidad de ganado superara ciertos límites. También se limitaron los lotes, de manera que la tierra arable de lotes cayó un 18% entre 1958 y 1964. En respuesta, los campesinos de nuevo empezaron a trabajar menos para el koljós , e intensificaron el trabajo en sus lotes privados: este último aumentó 22% entre 1958 y 1965, en tanto que el trabajo en los tierras comunales cayó 23% (Abouchar, 1971). Entre fines de los 1950 y la primera mitad de los 1960 la producción agrícola creció a una tasa baja, alrededor del 2%. Los cereales disponibles por habitante en 1965 solo habían aumentado un 5% con respecto a 1913 (Mandel, 1969). Por eso no es de extrañar que bajo la dirección de Brezhnev y Kosiguin se volvieran a hacer concesiones a la producción en los lotes privados.

No es nuestra intención presentar una historia de la agricultura soviética, sino señalar que todo indicaría que el camino hacia una auténtica cooperación socialista estaba definitivamente bloqueado en la URSS post-colectivización forzada . En vísperas de la caída, en 1988, los lotes individuales representaban el 2,7% de la superficie sembrada y producían el 23% del output global del país. Aunque si se tomaba el conjunto de la tierra pública utilizada por los campesinos para sostener su producción privada, la misma llegaba al 20% del total (Medley, 2007). Aun con este matiz, la desproporción entre lo que se producía en los lotes individuales y en la tierra estatal era significativa en lo que respecta al supuesto “fortalecimiento de los elementos socialistas” que habría generado la colectivización forzosa.

Bibliografía:
Abouchar, A. (1971): “The Private Plot and the Prototype Collective Farm Charter”, Slavic Review , vol. 30, pp. 355-360.
Bettelheim, C. (1978):  La lucha de clases en la URSS. Segundo período (1923-1930) , México, Siglo XXI.
Fitzpatrick, S. (1994): Stalin's Peasants. Resistance and Survival in the Russian Village after Collectivization , Oxford University Press.
Mandel, E. (1969):  Tratado de economía marxista , t. 2, México, Era.
Nove, A. (1973):  Historia económica de la Unión Soviética , Madrid, Alianza Editorial.
Medley, J. S. (2007): “Soviet Agriculture: A Critique of the Myths Constructed by Western Critics”, http://www.soviet-empire.com/ussr/viewtopic.php?t=47201 .
Tauger, M. B. (2005): “Soviet Peasants and Collectivization, 1930-39: Resistance and Adaptation”, en Rural Adaptation in Russia , S. K. Wegren, ed., Londres y Nueva York, Routledge, pp. 65-94.
Trotsky, L. (1973):  La revolución traicionada , Buenos Aires, Yunque.
Viola, L. (1996): Peasant Rebels under Stalin , New York, Oxford University Press.

 

(17) ¿Revolución “desde arriba”?

Isaac Deutscher caracterizó la colectivización e industrialización acelerada como una revolución “desde arriba”, esto es, realizada desde la cumbre del Estado. La misma idea fue sostenida por la historia oficial soviética. En el Curso breve de la Historia del PCUS , se sostiene que “el carácter distintivo de esta revolución [la colectivización y la industrialización] es que fue cumplida ‘desde arriba', sobre la iniciativa del Estado, y directamente apoyada ‘desde abajo' por millones de campesinos, que estaban luchando por sacarse de encima la esclavitud kulak y vivir en libertad en las granjas colectivas”.

La tesis del giro de 1928-9 como una revolución desde arriba conecta con la tradición teórica marxista. Marx y Engels caracterizaron en su momento que la revolución burguesa en Prusia había sido realizada por el Estado, dominado por los terratenientes; y Lenin, en sus escritos pre-revolucionarios, contempló la posibilidad de que en Rusia se produjera una revolución burguesa “por el camino prusiano”, o “desde arriba”. La noción también se aplicó a otros procesos sociales, tales como la Revolución de los Jóvenes Turcos o la transformación de Egipto bajo el gobierno de Nasser. En todos los casos la idea es que los cambios “revolucionarios” son impulsados íntegramente por la cúpula gobernante, desde el Estado.

Indudablemente la colectivización en la URSS fue impuesta desde arriba, apelando el Estado a métodos represivos, fue resistida por una parte significativa del campesinado, otra parte se resignó y otros la aceptaron, o trataron de adaptarse. La industrialización también fue acompañada por el empleo de métodos represivos. Esta circunstancia dio pie a la creencia, extendida entre los sovietólogos occidentales, de que la política de Stalin se basó pura y exclusivamente en el terror y la represión masiva, y que no habría tenido prácticamente base en sector alguno de la sociedad. Es la visión de un Estado autoritario que decidía a su antojo el destino de la URSS, frente a una masa de población esencialmente pasiva. Según este enfoque académico tradicional, y en palabras de Fitzpatrick, el tema dominante del período stalinista es el Estado contra la sociedad, donde esta última es reducida a un objeto inerte, manipulado por la acción del régimen autoritario. Así, la sociedad aparece como un todo indiferenciado, y se minusvaloran los procesos sociales que ocurren en su interior. El énfasis se pone en los mecanismos del Estado, y no en los procesos sociales.

En contraposición a ese enfoque “superestructural”, ya en los 1930 Trotsky explicó el triunfo de Stalin con un análisis que hacía eje en el atraso de las fuerzas productivas y en la estructura social predominantemente campesina y artesanal que había heredado la Revolución. Refiriéndose a las bases sociales de la burocratización, decía: “La autoridad burocrática tiene como base la pobreza en artículos de consumo y la lucha contra todo el mundo que resultaba de esa pobreza” (1973). También: “En un país pobre como la URSS, – y la URSS en el presente es todavía un país muy pobre, donde un cuarto privado, comida y ropa suficiente, solo están al alcance de una pequeña minoría de la población- en tal país, millones de burócratas, grandes y pequeños, hacen cualquier esfuerzo para asegurarse, antes que nada, su propio bienestar” (1935). La fatiga y las privaciones, la absorción de parte de la vanguardia por el aparato estatal, en el cuadro de las derrotas de la revolución europea y china, explicaban el ascenso y consolidación de la burocracia. Por eso Trotsky afirmaba que no tenía sentido haber intentado un golpe militar contra Stalin; no se hubiera alterado el curso fundamental de la revolución. De la misma manera, explicó el giro a la colectivización y la industrialización por las fuerzas que emanaban de la economía estatizada.

En el mismo sentido Preobrashenski sostuvo que el giro de 1928-9 respondía a las leyes de la economía estatizada. Son análisis alejados del enfoque meramente superestructuralista. Los mismos pueden ayudar a comprender por qué sectores importantes de la sociedad soviética apoyaron, o consintieron, la colectivización y la industrialización. Esos apoyos o consensos se reflejaron incluso en un fenómeno al que ya hicimos referencia, a saber, que muchos miembros de la Oposición de Izquierda (Preobrashenski en primer lugar) pasaron a las filas del stalinismo a fines de los 1920. Recordemos también que el propio Trotsky, a pesar de sus críticas, consideró globalmente progresista la colectivización e industrialización. Este enfoque no implica negar el rol de la dirección del Partido, en una sociedad en la cual las palancas fundamentales de la economía estaban estatizadas.

Pero también en los estudios académicos occidentales la explicación meramente “superestructural” de los cambios fue cuestionada, como hemos adelantado, por Sheila Fitzpatrick, y otros autores que pusieron el acento en los análisis sociales, y a los que también ya hemos citado a lo largo de este trabajo. Este enfoque  fue llamado “revisionista” en relación al criterio dominante en los medios académicos occidentales durante la Guerra Fría.

Fitzpatrick sostuvo que el impulso para el giro a la izquierda no provino solo desde arriba, ya que hubo una corriente de militantes y activistas obreros que participó con entusiasmo en esa revolución. Por eso subraya la complejidad del régimen soviético y la necesidad de estudiar la sociedad rusa no solo “desde arriba”, sino también “desde abajo”, dando importancia a la movilidad social que permitió la industrialización (véase Fitzpatrick 1986 y 2007). En términos más generales, Fitzpatrick (1986) distinguió tres posiciones entre los historiadores de la URSS llamados “revisionistas”. Por un lado, los que subrayan que el régimen tenía menor control sobre la sociedad de lo que se ha afirmado, y que las políticas muchas veces tenían consecuencias no planeadas ni anticipadas. En segundo término, los que afirman que las políticas del Estado respondían  a presiones sociales y quejas, y eran pasibles de ser modificadas a través de procesos de negociaciones sociales informales. La tercera postura plantea que tales políticas fueron el producto de iniciativas “desde abajo”. Fitzpatrick anota que la primera postura claramente no es incompatible con la idea de una revolución “desde arriba”.

En la misma línea revisionista, Manning (1987) sostuvo que la respuesta a la pregunta sobre el giro de finales de los años veinte fue una revolución “desde arriba” o “desde abajo” es “desde ambos lados”. Afirma que el Partido se multiplicó por siete u ocho entre 1924-33, recibiendo un enorme flujo desde los estratos más bajos de la sociedad. Estos elementos pudieron ascender en el Partido y el Estado, en la medida en que sucedían los desplazamientos, y actuaron como transmisores de las directivas de Stalin. Además, hubo muchas otras instancias intermedias que fueron mediadoras o impulsoras de las medidas decididas por el Politburó: el Konsomol, los activistas y voluntarios políticos, los delegados a las Conferencias de producción, o soldados desmovilizados y stajanovistas, que a menudo participaron del proceso político. Por eso concluye que se debe corregir un desbalance en los estudios académicos, que se interesaron durante mucho tiempo solo en lo que sucedía en las alturas. A diferencia de Fitzpatrick, afirma que el estudio del rol del Estado no debe ser dejado en manos de los científicos políticos.

Viola, por su parte, también sostiene que a fines de los 1920 había entusiasmo entre los trabajadores por la colectivización de los campesinos, lo cual explicaría por qué Stalin pudo movilizar 25.000 voluntarios proletarios para llevar adelante la colectivización. Y subraya la importancia que tuvieron los funcionarios y militantes locales en la ejecución de la colectivización.

Los críticos de los revisionistas, por su lado, han sostenido que, sin negar los elementos de participación, el peso de la explicación debe ponerse en la acción del Estado, particularmente en la dirección de Stalin, so pena de quitar de escena el rol del stalinismo. Además, afirman que ya antes de la ola revisionista muchos trabajos –Lewin, Davies, Nove- habían puesto el acento en los factores sociales. De todas maneras, Fitzpatrick y otros “revisionistas” no niegan el rol del Estado y Stalin. Por ejemplo, en Fitzpatrick (1999) leemos: “El término ‘revolución de Stalin' ha sido usada para esta transición [se refiere a las transformaciones iniciadas a fines de los 1920] y expresa su carácter destructivo, violento y utópico. Pero esta revolución fue en gran medida el resultado de la iniciativa del Estado, no de movimientos populares, y no dio por resultado un cambio del liderazgo político”.

La conclusión que podríamos sacar de este cruce de enfoques es que, dada la industria estatizada y el hecho de que el Estado soviético encarnara (al menos hasta finales de los veinte) las tradiciones de Octubre, le dieron a la dirección del Partido un peso determinante para operar el giro hacia la colectivización y la industrialización. Pero una vez dicho esto hay que tener conciencia que entre Stalin y el campesino que era obligado a entrar en el koljós, o el obrero que era sancionado por llegar tarde al trabajo, existieron las instancias sociales y políticas que menciona Manning, que actuaron como correas de transmisión y motores de la política del Politburó. Y hubo, además, un extendido sentimiento de que, de alguna manera, se estaba avanzando hacia un futuro mejor. Como hemos afirmado en una parte anterior de la nota, este es el elemento real que reflejaron también muchos militantes de la Oposición de Izquierda que viraron hacia el stalinismo después de 1928, y que también refleja Trotsky, cuando caracterizó el giro de 1928 de progresivo, a pesar de sus problemas y las críticas que le merecía. Es necesario analizar entonces cómo se articuló, concretamente, esta “revolución desde arriba” con elementos de legitimación y apoyo en sectores de la población.

Desarrollo económico y construcción del socialismo

Una primera cuestión a señalar es que el desarrollo de las fuerzas productivas genera legitimación, sea cual sea el régimen social y político reinante. Y en la URSS, en los 1930, hubo un notable desarrollo de las fuerzas productivas, como ya hemos señalado. Pudo haber habido fuertes elementos de despilfarro, malgasto de recursos y grandes sacrificios de las masas trabajadoras, pero el crecimiento de la industria pesada y las grandes obras de infraestructura fue innegable. Pero además, el desarrollo se acompañaba de la convicción de que se avanzaba hacia una sociedad nueva, más justa e igualitaria, en la que ya no existiría la explotación del hombre por el hombre. La eliminación de las economías individuales y la industrialización alimentaban la idea de que estaba asegurado un futuro luminoso. Y esa convicción genera consenso y legitima políticas, incluso cuando estas sean muy duras.

El “realismo socialista” expresó esta situación. Dice Fitzpatrick (1999): “El socialismo era el resultado predeterminado de la revolución proletaria. (…) El conocimiento sobre el futuro tenía implicancias para entender el presente. Una persona que no conociera la historia podría mirar la vida soviética y ver solo privaciones y miseria, y no entender que se deben hacer sacrificios temporarios para construir el socialismo. Los escritores y artistas era urgidos a cultivar un sentido de ‘realismo socialista' –viendo la vida tal como estaba deviniendo, más que como era- y no un realismo literal o ‘naturalista'. Pero el realismo socialista era una mentalidad stalinista, más que un estilo artístico. Los ciudadanos ordinarios también desarrollaron la capacidad para ver las cosas tal como estaban deviniendo y deberían ser, más que como eran”. También en el campo hubo un estrato de campesinos que adoptaron la perspectiva stalinista sobre que se estaba construyendo un futuro venturoso. Son los campesinos que Fitzpatrick (1994) llama “los campesinos Potemkin”, en alusión a la “aldea Potemkin”, que era una representación idealizada y distorsionada de la vida rural. Los “campesinos Potemkin” eran despreciados por los otros campesinos, a menudo trataban de ascender a puestos de funcionarios. Pero incluso prisioneros en los campos de trabajo forzado creían en los valores del socialismo y buscaban probar su inocencia y patriotismo a través del trabajo duro (Klimkova, 2006).

Indudablemente, a fines de los años 1920 el programa y el ideario socialista estaban vivos en sectores muy amplios de la clase obrera y la militancia comunista, de manera que el llamado a la industrialización y a la colectivización despertó entusiasmo y animó a la participación de muchos. Una muestra de ello fue el movimiento de comunas y colectivos que se desarrolló al margen de la dirección stalinista, y terminó siendo sofocado por esta. Otra expresión fue la “Revolución Cultural”, que alentó y utilizó Stalin para sus fines políticos, para luego desarticularlo cuando  ya no le fue funcional. La evolución de ambos procesos ayuda a echar luz sobre la forma en que la “revolución desde arriba” fue interpretada y mediatizada por sectores de la vanguardia de izquierda, y la relación contradictoria que esta mantuvo con la dirección stalinista.

Bibliografía :
Fitzpatrick, S. (1986): “New Perspectives on Socialism”, Russian Review , vol. 45, pp. 357-373.
Fitzpatrick, S. (1999): Everyday Stalinism Ordinary Life in Extraordinary Times. Soviet Russia in the 1930s , Oxford University Press.
Fitzpatrick, S. (2007): “Revisionism in Soviet History”, History and Theory , vol. 46, pp. 77-91.
Klimkova, O. (2006): “Behind the Facade of Soviet Industrialization: The Gulag Economy”, Central European University Budapest.
Manning, R. (1987): “State and Society in Stalinist Russia”, Russian Review , vol. 46, pp. 407-11.
PCUS (1939): History of the Communist Party of the Soviet Union (Bolsheviks), Short Course , International Publishers, http://www.marx2mao.com/Other/HCPSU39iii.html#c10s2 .
Trotsky, L. (1973): La revolución traicionada , Buenos Aires, Yunque.
Trotsky, L. (1935): “How Did Stalin Defeat the Opposition?”, https://www.marxists.org/archive/trotsky/1935/11/stalin.htm .
Viola, L. (1999):  Peasant Rebels under Stalin, Collectivization and the Culture of Peasant Resistance , Oxford University Press.

 

(18) Ascenso social y nueva elite dirigente

En la parte anterior de la nota nos hemos referido al elemento de legitimación de la política stalinista, basado en el desarrollo de las fuerzas productivas y en la idea de que en la URSS, en los treinta, se estaba construyendo el futuro socialista. En ese marco, cientos de miles de obreros y campesinos ascendieron socialmente, y se formó una nueva elite dirigente. Fitzpatrick (1979) describe este proceso.

Todavía en 1927 menos del 1% de los comunistas habían completado la educación superior, y los estudiantes obreros o comunistas en los institutos de educación superior seguían siendo una minoría. La enorme mayoría de ingenieros, contadores y administradores del Estado no eran comunistas. En la terminología soviética eran “burgueses”. Aunque estos “expertos” en las empresas y la administración estaban bajo la supervisión de obreros comunistas, estos tenían menor preparación que el personal al que debían controlar. Por eso, a partir del juicio por los especialistas de las minas de Shakhty (véase más arriba) Stalin convocó a la clase obrera a crear su propia intelligentsia técnica productiva. Para lo cual la dirección soviética decidió purgar al aparato administrativo de los especialistas burgueses, enviar obreros a escuelas de preparación superior, y formar una nueva generación de cuadros que serían al mismo tiempo rojos y expertos. Además se decidió aplicar una política de admisión a puestos de importancia, discriminando a favor de los obreros y comunistas.

Como resultado de esta orientación, a comienzos de 1933 unos 233.000 comunistas –equivalente a un cuarto del total de la membresía del Partido en 1927- eran estudiantes a tiempo completo en algún tipo de institución educativa. De ellos, 106.000 estaban en institutos de educación superior, excluyendo las escuelas superiores del Partido y academias militares e industriales; casi las dos terceras partes estudiaban ingeniería. Sumando los trabajadores no comunistas, la cifra llegaba a 150.000. En ese grupo estuvieron Brezhnev y Kosygin, que venían de familias obreras. En 1941 el 89% de los graduados en instituciones superiores durante el primer Plan Quinquenal tenían posiciones de liderazgo.

Paralelamente se promocionaron miles de trabajadores. Entre 1928-33 más de 140.000 obreros fueron promocionados a posiciones de responsabilidad administrativa o de especialistas; la mayoría fueron entrenados como técnicos de planta, ingenieros o administradores de la industria. Un grupo más amplio pasó de trabajos manuales a ocupaciones de cuello blanco. De acuerdo a una fuente soviética, solo entre 1930 y 1933 unos 666.000 obreros comunistas dejaron las fábricas por empleos de cuello blanco y estudio a tiempo completo. No se tienen datos para trabajadores no miembros del partido, pero se puede suponer por lo menos una cifra igual.

La Revolución Cultural

Contemporáneamente con el lanzamiento del Primer Plan Quinquenal ocurrió la Revolución Cultural (Fitzpatrick, 1974 y 2005). “La lucha contra la vieja inteligentsia , los valores culturales burgueses, el elitismo, el privilegio y la rutina burocrática constituyeron el fenómeno que los contemporáneos llamaron ‘Revolución cultural'” (Fitzpatrick, 2005). Fue expresión de la esperanza y entusiasmo que despertó el giro de 1928-9 en sectores de la juventud y en la militancia social y comunista. Se trató de un movimiento del comunista joven y proletario contra el establishment cultural, esto es, contra la alianza conservadora del Narkompros (el Comisariado de la Ilustración, dirigido por el bolchevique Lunacharsky) y la inteligentsia burguesa. Sus militantes eran activistas, no una herramienta dócil de la dirigencia. Tenían una hostilidad instintiva hacia las autoridades e instituciones sospechadas de tendencias burocráticas, lanzaron vastas campañas anti-religiosas en las aldeas, coincidiendo con la colectivización, y creían firmemente que estaban construyendo un mundo nuevo (Fitzpatrick 1974).

En materia de educación el objetivo del movimiento fue proletarizar las escuelas y universidades imponiendo la entrada selectiva a las mismas, la purga de los estudiantes no proletarios y la reorganización de los sistemas educativos para dar prioridad a la formación de ingenieros, especialistas en agricultura, técnicos y trabajadores especializados para el Plan Quinquenal. En las artes y los medios académicos el objetivo fue la proletarización a través de su subordinación a las organizaciones comunistas, en especial  la Academia Comunista y la organización de Escritores comunistas (RAPP). Lo cual implicaba la politización y extensión del control del Partido en todas las esferas de la cultura (Fitzpatrick, 1974 y 2005).

Aunque Stalin no creó el movimiento, lo utilizó mientras le fue útil para combatir a la derecha. Por eso durante cuatro años alentó el hostigamiento a los intelectuales burgueses, a los especialistas no partidarios y a los burócratas de los soviets; la discriminación a causa de los orígenes sociales era común. Paralelamente se planteó que los comunistas que trabajaban en el frente cultural debían seguir la línea de clase más estricta, y se atacó la idea –que se asoció al bujarinismo- de que la revolución cultural pudiera ser pacífica, y que hubiera desarrollo cultural sin guerra de clases.

Sin embargo, y acorde con el giro “a la derecha” que se operó a nivel social general, el movimiento tuvo un abrupto corte en 1932. A partir de entonces la mayoría de las políticas de la Revolución Cultural fueron revertidas. Se acabó la discriminación social en la educación; se reinstaló a los profesores e ingenieros burgueses con el título de “especialistas soviéticos”; y la RAPP fue reemplazada por la Unión de Escritores Soviéticos, que estaba bajo el firme control del Partido, pero incluía no comunistas y no proletarios. También se disolvió la Academia Comunista.  Cuando Stalin en el XVIII Congreso del partido, en 1939, dijo que los cinco años previos habían sido un período de genuina revolución cultural, se refería a la universalización de la educación elemental, el crecimiento de la educación secundaria y terciaria, y la creación de una nueva inteligentsia soviética. Así le estaba dando al término RC un nuevo significado.

El movimiento de comunas y colectivos

A partir de 1929, y al mismo tiempo que la dirección promovía las brigadas de choque para mejorar la actitud del trabajador hacia la industrialización, surgieron, espontáneamente, colectivos de producción y comunas en las empresas (véase Siegelbaum, 1986, del que tomamos lo que sigue). En abril de 1931 se llegaron a contar 46.671 miembros en las comunas y 87.359 en los colectivos. La mayor parte eran del metal y textiles, y representaban el 7% del total de los trabajadores industriales. La mayoría de sus miembros integraba las brigadas de shock. Estos trabajadores pensaban que para construir el socialismo hacía falta una economía fuerte y buena producción, y tenían un fuerte sentimiento a favor del igualitarismo. En los colectivos se repartía el salario; en algunos casos los que poseían la misma calificación repartían el salario en partes iguales, independientemente de las necesidades; en otros casos, lo dividían según las diferentes capacidades. Las comunas, en cambio, buscaban desarrollar una nueva forma de trabajo comunista: compartían el salario o intentaban aplicar el principio de “de cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades”. Con este fin se crearon comunas domésticas de producción en las cuales los salarios se dividían de acuerdo al tamaño de la familia y se prohibía la propiedad privada.

Las comunas y los colectivos no podían elevar los salarios, pero amortiguaban las fluctuaciones que se producían por la entrega irregular de materiales o por defectos de calidad. También protegían a sus miembros de las arbitrariedades de capataces o de las direcciones al momento de establecer normas o fijar la tasa de remuneración. En algunos casos establecían sus propias normas, y sus prácticas igualitarias parecen haber favorecido a los trabajadores menos calificados. También expulsaban, o no admitían, a parásitos. Las comunas y colectivos ponen en evidencia que hubo entusiasmo y optimismo, al menos en sectores importantes de la clase obrera, en los primeros años de la industrialización.

A pesar de que estudios realizados por oficinas gubernamentales habían demostrado que las comunas y colectivos eran viables y gozaban del respeto de los trabajadores, fueron atacadas. Con frecuencia las direcciones de las empresas las penalizaban elevando las normas o asignándoles las tareas más difíciles. En el XVI Congreso, en 1930, se las criticó por “parasitismo y las tendencias igualitarias”, y poco después se afirmó que constituían una desviación de la línea del Partido. La orientación oficial fue a favor de brigadas con líderes elegidos por las direcciones de las empresas. En junio de 1931 Stalin lanzó finalmente un ataque en toda línea contra las comunas y colectivos. Reclamó “nuevos métodos de dirección” y llamó a poner fin a la “práctica izquierdista de igualación salarial” a la que atribuyó la fluidez de la fuerza de trabajo, y la falta de responsabilidad personal con el trabajo y el cuidado de la maquinaria. El Gosplan, por su parte, tomó medidas para profundizar las diferencias en la paga. Luego, con el lanzamiento de las brigadas de contabilidad de costos (sus líderes eran designados por los capataces; y los trabajadores eran responsables por exceder los costos establecidos), las comunas y colectivos desaparecieron.

Bibliografía :
Fitzpatrick, S. (1974): “Cultural Revolution in Russia 1928-32”, Journal of Contemporary History , vol. 9. pp. 33-52.
Fitzpatrick, S. (1979): “Stalin and the Making of a New Elite, 1928-1939”, Slavic Review , vol. 39, pp. 377-402.
Fitzpatrick, S. (2005 ): La Revolución Rusa , Buenos Aires, Siglo XXI. Siegelbaum, L. (1986): “Production Collectives and Communes and the ‘Imperatives' of Soviet Industrialization, 1929-1931”, Slavic Review , vol. 45, pp. 65-84.

 

Fuente: https://rolandoastarita.wordpress.com